La comestibilidad ideológica.

La idea irreconciliable de reconciliarte con una idea. De tomarla de la mano y preparar un desencuentro casual planificado a la hora de la cena.

Verter en la copa un cúmulo vitae de eventos concomitantes de cosas análogas y parecidas para terminar degustando el tinte de su conservación.

Tenemos razón al tomar los cubiertos y escindirla, partirla desde los lados poralizantes de todo lo bueno y lo malo justificados en una etapa pre convencional de kohlberg. Y cuánta indigestión para la certeza de no saber, al proceso digestivo de la asimilación de la pruebas inexistentes.

Nos abrimos la bragueta para dejar espacio a lo inexorable, a lo inefable y a todo lo que se enlaza con los cánones de la duditabilididad, convencionales de la temporada.

Preparamos la cuchara del postre pensando en lo mejor de disfrutar. Tomar la idea y transformarla en un sí misma irreconocible bajo tanta crema chantally y cereza.

Engullimos de cualquier manera y de todas las formas la idea de la imposibilidad de reconciliarse con una idea, sin que la idea misma se digiera.

No sé si me explico.