Que no nos sorprenda comprender que todo es una irremediable consecuencia de otra consecuencia que, a su vez, es una irremediable consecuencia de un entretejido de múltiples consecuencias infinitas que han partido de otra consecuencia de complejidad similar.
Al final, iremos definiéndonos por nuestras consecuencias que forman parte de nuestra consecuente consciencia, «soy el producto de un eclipse solar y la alegoría del fin del mundo», «Yo parto de una convulsión orgásmica consecuencia de contracciones y demás», «Yo, en cambio he pasado a ser constituido por esquemas neutrales de sábado gigante». No tanto así pero. claro. delimitado como eso.
Como eso, estableciendo que las decisiones que tomamos se cimientan en un compendio de consecuencias posicionadas en torno a un historicismo dialéctico, un poco chungo también.
Chungo, porque no es que planteemos que cada consecuencia es un choque profundo de ideas contrarias que hacen una sola para ubicarnos en nuestra ontológica ruta de cosas por decidir.
Que claro, las tesis deterministas sólo establecen consecuencias dogmáticas en contraposición de consecuencias multifactoriales, pero que, bueno, no dejan de ser consecuencias.
El punto crucial es que cuando optemos por mover la manija de una puerta lo hagamos con la clara conciencia de que que el acto parte de una consecuencia que correspondió a una actividad de alguien más, basada en la consecuencia que es producto de la acción de un tercero, así hasta las infinitas posibilidades, así hasta terminar catatónicos en medio de una habitación obscura con la intención de rebatir el ciclo de consecuencias. Pero que claro, esto también contrae las suyas.
Contrae las suyas, porque el hecho irrebatible, es que nosotros también somos parte de este mecanismo intrincado de generar consecuencias que determinan actos.
Y que putada de responsabilidad cósmica.