La ausencia total de miedo.

Veamos, establezcamos que el tren que sale todos los días a las 2 veinte de la tarde, esta vez se retrasa cinco minutos, justo cuando Eleonor tiene tiempo para subir al vagón delantero y preguntar por Cris que se encuentra en el vagón tercero por falta de espacio, de control muscular o porque simple y sencillamente le gusta el vagón tres. Ahora, Eleonor mientras grita por cada vagón Cris Criss, éste se abstrae en las peripecias de la señora Murcia de la estación que compra un boleto y sostiene un paraguas y se arregla el sombrero todo al mismo tiempo, esta señora intenta tomar el boleto con la intención de convenir con el auxiliar de la estación y establecer el deseo de un intercambio sincronizado boleto-billete; sin embargo, en ese mismo momento, una ráfaga de viento sacude el delantal falda de la señora haciendo que todo se desmorone por el anden de la estación; el auxiliar de la estación no pudo por más que emitir un agudo chillido de intención de risa, y llamar a Raúl que se encontraba en el portaequipajes del tren muy cerca justo para ayudar a la señora, Raúl acababa de ayudar al Dr. Fernando en el ensamble de tres maletas que habían llegado de Noruega y traían los mejores quesos de la provincia, una pequeña joven que pasaba por ahí tuvo que evitar ver directamente a las maletas y  evitar el desengaño de no desengañarse nunca sobre la calidad de tales quesos.
Y en efecto, la ausencia total del miedo no existe.

***

De qué irán las cosas que no se conocen del todo, una puede posicionar sobre el tono impersonal de esas explicaciones que se pierden enseguida más allá de la inteligencia y convenir que todo aquello que se creía valedero pierde validez. Bien se podría buscar una ayuda auxiliar, someterse al desmadre del diccionario pensando cómo y por qué, qué y de dónde chingados, pero las cosas aparecen tal y tal, fenomenológicamente hablando y no más, y una se apropia de ellas desde su margen mental de construcción subjetiva, aunque la voluntad se dirige concretamente al objeto del que no podemos estar seguros de su existencia , pero sí de la existencia de ese objeto por sí mismo en nuestra cabeza y es real en tanto permita componerse de una intencionalidad que nosotros nos encargamos de construir, también. En fin, ¿no sigue siendo una puta mierda en cualquier medida, en cualquier caso, en cualquier circunstancia circunscrita o no a la voluntad de ser y de estar?

***

Para el diccionario, el miedo significa duda, el paroxismo banal de la in-certeza, de la des-certeza; dudar en todo caso es temer y viceversa; tememos a las certezas y a la capacidad de no cuestionarnos, de dejar desenvainadas las representaciones mentales de todo aquello que se aglutina en ese estímulo evitante y preguntar si por estar a centímetros estamos a salvo. A salvo de qué, claro, pero no lo dudamos, porque la capacidad de dudar sólo se permite el desempeño de dudar por una región del ser, una región circunscrita que se represente inmediatamente sin concreciones de ningún tipo, si el miedo existe, si el miedo se presenta debemos dudar de si estamos a salvo aún si no desempeñemos el ejercicio duditativo sobre el qué.

boyirl:</p><br />
<p>Brian Oldham - Collage (2013 - 2014)<br /><br />

Estado

No sé.

Este estado de calma tiene un matiz de estética kierkegaardiana, irrefrenable uso de la homeostasis, capacidad para distinguir entre el tiempo presente o ficticio del recuerdo del presente real de la experiencia inmediata, una alusión al estado de reposo gestáltico. Esta calma alisa las sienes, prepara el asiento preferencial del sofá, la mantita de paño; reconforta, provee, discurre entre la certeza inapelable del todo-está-bien-y-nunca-mejor.

Esta calma es una jodidez de hermosa, y qué bueno.

De como somos todos el papa y no.

Cualquier conclusión se puede deducir de un enunciado falso.

Vamos a que Bertrand Rusell se paró un día frente a su clase y con tono severo sentenció que era el papa. Y no es que Rusell estuviese precisamente loco porque no era, en realidad, el papa: tenía tanta razón incluso si se equivocaba. Y es eso.

Esto es tanto como si estamos de acuerdo o no, con Bertri. Esto es tanto como preguntarnos qué es la razón y por qué la tenemos.

La verdad absoluta y el relativismo que la sostiene crea una ilusión óptica de la conciencia. Empezamos a estructurar enunciados incompatibles entre sí como una construcción épica de lego . Estructurar enunciados, precisamente porque la ideología se establece como un edificio simbólico sobre cimientos de imposibilidades con verbos copulativos, de ser y estar. De lego, porque el conocimiento de pareceres se constituye sobre una red simbólica universal a través de establecernos como un ser-ahí en su particularidad absoluta y patológica: la fantasía.

La ilusión óptica, en todo caso, no puede ser simétrica. La concepción de una verdad erguida a fuerza de meter una clavija redonda en una hendidura cuadrada lleva a contemplar a un testigo externo el arte conceptual de una realidad desfigurada.

Pretendemos crear modalidades obtusas de comprensión cuando en realidad sólo atendemos a la dinámica proyectiva de esquemas nucleares que confieren un proceso -ya, liado o no por  mecanismos constructivistas- de pensamiento específico. Y la gran cosa del etcétera que ya sabemos.

Experiencias, percepciones y el eso de siempre, nos llevan a esquematizar una realidad que tomamos por sentado creer conocer. Somo seres al final compenetrados en la paradoja existencial de creer que conocemos porque le inferimos un sentido esencial a las cosas que creemos conocer. Pero qué conocer al final si sólo conocemos una forma de conocimiento.

Y la intencionalidad y todo lo demás, se va al carajo porque no sé qué. Pero es esto, también.

Es tanto lo mismo como decirse que se está en un estado de desideologización, en un estado de objetivización como decir no sé. La inseguridad de una pauta previa de una realidad inmediata nos confiere el poder de especificar si al final podemos ser el papa o no. Es tanto  más válido cuanto somos conscientes de la venda de nuestros ojos y que la pata rosada del elefante , es eso, una pata y que en lugar de inferir una serie de abstracciones acerca de su forma nos sentamos en su lomo y empezamos a mandarnos por una serie de aventuras en la India. Y a todo eso, y a resultas cuentas, al regresar, le pregunten al  tipo vendado de ojos -o a nosotros que somos él-, qué fue lo qué conoció de todo para que éste responda -o respondamos con él- que no sabe porque por la venda.

Y es por eso, y es como no sabemos.

«pshhh, pshhh»

 

 

O.I.N.I.

Llegan los momentos en los que una se pierde.

Y una se pierde precisamente porque piensa que esa frase va de escapulario para esquizofrénicos. Pero es que precisarse en parte alguna, parece imposible; indeterminarse en alguna parte, inasequible. Ser parte de algo y no, te dispersa, desmorona, deconstruye. Te escinde.

Te escinde justamente porque aunque tan próxima a los productos de las funciones psicológicas superiores, ser parte de ellos parece una atribución distante. Y precisamente.

Precisamente porque todo aquello que piensas, dices y sientes parece recubierto por una linda capa blanda de mecanismos de defensa que se encargan de arropar y colocar bajo su manto todo aquello de lo que no quieres que sean parte. De ahuyentar a la angustia bajo la cama y darte una lamparita para que te acurruques bajo su manta. Y bueno, qué es esto, adónde voy, quién soy y de dónde vengo. Y desde ahí una se pierde, pero antes.

Y desde antes: deviene a que expresarte se vuelva un suplicio, un sufijo que se cuela,  un dolor de espaldas con muelas que se ha dado un golpe en el dedo chico del artificio y del anfisbena de algo que no está claro ni grave ni agudo, ni definido por la nada.

Y entonces qué.

Ser y no estar significa pasar de todo verbo copulativo para ser tu propio objeto identitario no identificado y reírte con eso. Pero tampoco, porque la gracia ha huido.

Una se confronta como en un cuadro de Las Meninas preguntadote por la iluminación y el objeto, preguntando por las miradas que te ubican en un espacio concreto mientras tú te ubicas en un espacio impreciso frente a la mirada del espejo: terminas siendo Felipe IV y su esposa al mismo tiempo, y entonces ya no eres tú, frente a las miradas desbaratada de los otros, eres alguien más que no tiene la capacidad de reconocerse a sí misma a través de la inspección ajena.

Y entonces cómo.

Pero, en realidad, tampoco: la deconstrucción se vuelve un recinto de cosas apiladas que crece que apabulla, que muela, que asfixia.

Y entonces dónde.

Una sigue sin ubicarse porque precisamente debajo de tanto escarnio, de tanto poder inexistencial de hacerse y ser una se encuentra soterrada de tanto y tanto. De tanta podredumbre acumulada e innecesaria por tanto y tanto tiempo.

Y entonces cuándo.

Deshacerse de esa pila de cosas sin hacer y ser que no hacen ni deshacen y sólo sucumben la estabilidad de algo que tampoco es preciso pero que soporta el peso aún si confluye con el caso y lo mantiene.

Y entonces, una ya no escribe: Ya no dice, ya no siente.

luluheal:</p>
<p>collaboration with jack moss<br />