Polvo cósmico de aves, o sobre cómo escatología ontologíca de palomas espaciales.

 Subestimamos la capacidad de las decisiones, la capacidad de elección y la libertad que creemos conferida. El concepto de responsabilidad y los conceptos relacionados de conocimiento previo y elección se utilizan para justificar que el control de las cosas se controla.

¿Cómo podemos juzgar una actuación deliberada, y cómo suponer que un acto sólo está sujeto a las fuerzas de la circunstancia?

Si las consecuencias objetables de un acto fueran accidentales y sin probabilidad de que ocurriesen de nuevo, no habría por qué preocuparse. La gratificación de la conciencia se supondría en el plano de «no supe qué hacer, quién soy y de dónde vengo», la no responsabilidad de la no elección se supone inofensiva.

Pero los conceptos de elección, responsabilidad, etc. dan el análisis más inadecuado de reforzamiento eficaz y contingencias de las circunstancias, porque llevan una pesada carga semántica de una clase muy diferente, que oscurece cualquier intento de clarificar las prácticas de suponerse en el control de las cosas.

El caso es que nos contenemos en un gran universo con la carga ingenua de la posibilidad de control sobre todo.  Y en aquellos casos en los que no lo suponemos posible, exponemos la premisa de salvar prestigio y locus de control, identidad y autoestima: «No tuve elección».

Pero cuando la carga de control se supone manejable, cuando deslumbramos la posibilidad de elegir, de decidir, de optar por opciones que supondrán un proceder adecuado, semi adecuado, aceptable, semi aceptable, menos desastroso de las cosas, la aparición de circunstancias específicas nos parece que tiene un nexo delicado  y casi imperceptible con nuestros actos.

Nos concertamos en pubs contextuales de comunión indefinida entre sociabilidad, alimentos y desconcierto para exponer el A hizo B, porque yo hice A.

Si Melenacio cruza la calle y encuentra un billete de lotería y Decide ver el programa de lotería el domingo por la noche porque ha Decidido no salir con Hermelinda, debido a que ella Decidió ir a pasar el fin con sus amigotes; Melenacio se enterará que ha ganado el segundo premio de 1000 compartido con 20 personas más. Pero, ¿ qué llevó a Melenacio a cruzar la calle?, llegar al otro lado, claro, pero también es posible que Melenacio esa mañana se despertara 30 minutos antes justos para tomar el tiempo necesario y cruzar la calle que cruzó precisamente en el momento en que Geranio -vendedor de bienes raíces, que en su desesperación Decidió comparar un billete de lotería para disimular la lenta y degenerativa pérdida del status de la empresa que lo llevará paulatinamente a la bancarrota y poder invitar a Fratuencia a una cena de dos, en los balnearios Bálticos del Norte, pues ella Decidió en su época de juventud regresar cada invierno- en el momento exacto en que Geranio botaba su billete de lotería y Decidía tomar un taxi que justo pasaba por esa calle debido a que la congregación de trasportistas por la usurpación de espacios viales, había Decidido congregarse en la calle opuesta.

El resultado de todo es que cada decisión directa sobre las circunstancias está supuesta sobre una circunstancialidad indirecta que las determina. El punto concreto es que no somos puñeteramente libres, ni por un ápice de asomo. Y si el lector/a ha Decidido en este momento dejar de leer este texto sin congruencia, no lo estará decidiendo por sí mismo/a, sino por una intricada gama de factores deterministas.

Y es a lo que voy, posiblemente en nuestra carga ingenua de un universo infinito de autoengaños pensamos que nuestra vida está en nuestras jodidas manos.

Lo cierto es que posiblemente estemos siendo manipulados por la leyes físicas de alguna civilización universal de garbo intelectual más apremiantemente aplastante en comparación a la nuestra, tanto que sí la capacidad intelectual cumpliera la función del aparato urinario, y esta civilización y nosotros estuviéramos en un mismo baño público, sobre urinarios con compartimientos independientes; y esta civilización asomara la suya -capacidad intelectual, claro-, no osaríamos ni por consideración de la dignidad mostrar la nuestra -capacidad intelectual, obvio-.

Y es como va, toda la congruencia que los actos pueden mostrar sobre nuestras acciones no es más que ambages de oasis para evitar caer en el desierto del descontrol y del caos.

Así, mientras creemos decidir si sí o no, si mañana o ayer, si azul o rojo, un ser cósmico de la cuarta dimensión estará utilizando su palanquita de go -no go para cada acto que ejecutemos, porque al mismo tiempo, los seres cósmicos de la cuarta dimensión son bastante básicos.

Pero también es posible que sólo trate de omitir la responsabilidad de cada acto, de cada decisión y alivianar el arrepentimiento o la culpa  porque también, porque tal vez no tuve elección.

Pero quién se fija.

Aporía

Dicen que existe una curiosa teoría sobre la realidad.

Que establece que todo aquello que percibimos corresponde al campo visual del tamaño de un ojo de cerradura.

Afirman, también, que todo aquello que conocemos sólo es una pequeña porción limitada de una realidad externa al observador.

Pero cuando hablamos de un ojo de una cerradura hablamos de un dispositivo destinado a tener una función particular en relación al mundo y las cosas.

Es decir, llamamos ojo de cerradura a ningún espacio inerme sin particular interés en el mundo a no existir o sí: llamamos ojo de cerradura a algún componente que se incorpora en las puertas con el fin de abrirlas al introducir una llave.

Esto nos lleva a una disertación especial, y permite comprender que la realidad no está destina a aparecer incompleta, que de alguna manera y por secretos del universo cerrajero y todo lo demás, una puerta se abre y todo el contenido que está al otro lado se deslinda en una infinidad de trazos que permita encajar nuestra porción de realidad con forma ojo de cerradura en la totalidad de una configuración compleja de cosas varias y mixtas.

Se atreven a decir, además, que no existe un método especial para fabricar esa llave y que es más, cada persona está detrás de una puerta distinta con un ojo de cerradura diferente. Así que si una persona en toda su competencia aptitudinal de cerrajería sapiéntica logra confeccionar una llave que calce a la perfección en su  ojo de cerradura y abra la puerta de la sabiduría absoluta, todo lo que conocerá será conocido por ella y por nadie más porque los otros no podrán comprender el absolutismo de todo. O sí, pero no será igual, o indistintamente lo mismo.

Aseguran a la vez que varios han intentado en la historia de la humanidad, intentar calzar sus propias formas de ojos de cerradura para armar un armazón de la misma realidad. Sabemos que han fracasado, pero todos somos el monito con la tendencia oral de las manos,  porque el reconocimiento de una realidad en absolutis in formis completis in solitaris con nuestra única forma posible de ver el mundo, intimida.

El punto aproximativo de todo es que si en algún momento logramos abrir la puerta fijada a un marco que limita el conocimiento de todo aquello que no conocemos, la primera sensación será el vacío. La realidad es una habitación de cuatro paredes en blanco. Nunca hubo un adentro cuando estábamos afuera. La realidad resultará ser todo lo que creíamos y que al final no es verdad, o que es diferente en la misma forma, todo aquello que cae en el abismo ambiguo de lo que puede ser tan verdadero como falso.

«La realidad sólo existe en el ojo del observador», dice un filosofo hambriento mientras extiende su mano. O no.

El vacío no es un punto de referencia. Es el punto de referencia.

De cualquier manera, ya habrán personas haciendo ventanas de la vista gorda en sus puertas.