Y usted, ¿qué opina?

¿Usted se ha visto envuelto en una interacción en la que los demás le son insoportables y debe establecer un rictus de fastidio que desencadene conductas aceptables o es el homicidio en masa; aún si esto le provoque entumecimiento facial y la tortícolis por tanta sonrisita de complacencia oblicua, tanto asentimiento y tanto hartazgo desmedido?

 

El dedal de la existencia

A todo esto que existe y no debería le llamaremos antagonismo prieto. Aunque, a este  todo no le confiera mucho sentido, la verdad.

Tal se desprende de lo que antecede. Esperamos que cada instante nos confirme nuevamente nuestra existencia, aunque carezcamos de nada que sea propio de un modo definitivo. Adolecemos de esta fría indiferencia, mal disimulada, inalterable, de un abandono infantil y rayana en lo ridículo para soportar la espera del intersticio que compone el momento de otro. Nos abandonamos, pues, a la carencia inalterable de un nada por perder, de un sin sentido absurdo. Patrones estructurados a partir de la sensación del hastío, del tic que delata un mundo sin dimensiones, enteramente formal y decorativo.

Acojonados, entonces, como estamos en un cajón de sastre, -hilvanando retazos de esquemas vitales que sustenten distorsionadamente a nuestras ideas preconcebidas más convenientes-, saltamos como púberes con algún problema de regulación hormonal ante la sola idea de que todo se congregue como lo esperado. Pero es que claro, siendo el antagonismo como es desde sus definiciones más simples, nada resulta, nada es, entonces, en nuestro pequeño mundo plano de no diferenciar el sur del norte y la polinesia con la china.

Debimos sondear la capacidad del universo para disfrutar de la cagabilidad de las situaciones. Pero es que no y es que no porque estuvimos demasiado ocupados acertando el hilo en el ojal que nos confiriera la inane sensación de control sobre nuestra existencia.

Pero eso dirá cualquiera que ha olvidado consumir cafeína. Claro.

Estratagema

No hay nada que nos amargue más que la certeza de saberse escudriñado.

Que nos enfrascamos en nuestros conflictos con la determinación escatológica de pudrirnos con ellos. De llegar a un punto de vencimiento y ser descartados ecuatitativamente porque tal.

Ecuatitativamente, porque esta palabra no existe. Pero sobre todo y más, porque la etiquetación de sabernos pasados en una estantería de exposición nos permite evadirnos.

Nos permite evadirnos porque afrontamos la interacción pública de ser escogidos atrás de toxinas botulínicas que permiten el descarte. Porque es que claro, nadie quiere fallos nerviosos de lidiar con nosotros. Nadie quiere la exposición a personas tóxicas que hacen metástasis con sus conflictos. Nadie quiere podredumbre pulida con orgullo.

Con orgullo, no -y por tanto- determinante; que consciente estamos que vendrá alguien que sabrá cómo desenroscar la tapa y entonces sí. Y entonces sí, nos apremia aprender a desenroscar la conserva de putrefacción idiosincrática sin el otro. Aunque también lo otro.

También lo otro, porque mientras lanzamos nuestras esporas tóxicas al espacio circundante lo hacemos bajo la negación de poseer una esperanza muy mal que bien escondida.

Y así y con eso y mientras nos deshacemos en deshacer todo, nos encontramos con alguien, y entonces el entonces sí: Caemos en la amargura de sabernos escudriñados, que alguien logra ver a través de nuestro paño de podredumbre y que descubre algo más que algo que se asemeje a mierda; y las defensas y las toxinas, no son suficientes y no surgen el efecto de siempre. Y mientras desgatamos los recursos psíquicos de la evitación, no evitamos ver que el otro sigue impávido y entendiéndolo.

Entendiendo lo que nosotros hemos entendido siempre. El punto de agotamiento luego de entender que alguien más soporta lidiar con tanta podredumbre ya no nos pudre tanto. Y esto nos pudre.

Pero también lo otro. Reivindicamos nuestros derecho a relacionarnos.

Una linda puta mierda, lo cierto.

Lo vivo no admite conjeturas.

Nos acojonamos en el rincón de la negación de la probabilidad del desastre potencial. Y silbamos, encima, para disimular.

Encima desde el sentido superficial, claro; pero detallado en profundidad, en realidad es que cerramos los ojos, no como una forma de reforzar la negación y evitar el desgaste de las evidencias. Cerramos los ojos como un reflejo característico de quién sabe que cuanto acontecerá, sera en la medida de esquirlas sentenciadoras llenas de todo lo te-lo-dije que esquirlas metafísicas pudiesen llevar.

Y después que la realidad nos pertreche con estímulos nociceptivos sobrecargando a nuestro sistema nervioso, pondremos en evidencia nuestra alteración visoespacial de evitar descubrir nada y presenciaremos todo con esa parálisis psíquica de la mirada de quién todo lo mira pero nada entiende; como último recurso ideatorio y de integración de la realidad para concretar una explicación racional partiremos de las ciencias formales para circunscribir aquello que parecer ser a espacios minúsculos de representación, acudiremos al temblor de la mano, y con conocimientos matemáticos elementales, calcularemos con los dedos el logaritmo de las posibilidades,  sopesando sospechas de haber restado 1.2526 de más.

Pero claro, luego recordamos que dejamos el agua en el fuego y el rincón de la negación de estar -aún si hay tanta verdad en ese modo de estar- provoca dolor de cuello.

Entonces, se sale.