Pan’s Labyrinth Soundtrack

Qué solos estamos.

En serio.

Pero la soledad no es una burbuja como se pinta. La soledad es un pozo con paredes negras y un piso cuadriculado en el que te sientas con las piernas en mariposa, a la espera de algo que no es alguien. Un pozo que se extiende hacia abajo cada que una de las cabezas de las voces se asoman por la abertura para hablarte.

Hay reverberancia, hay eco, pero nunca consonancia.

Pequeñas cabezas en círculo que miras-mirándote fijamente en tanto te alejas; no como quien da unos pasos y se acerca a un horizonte indivisible. Sino como quien baja los escalones, en oscuridad perpetua mientras se siente la fría mirada de alguien que no está.

Diminutas cabezas en orden geométrico circunsférico, instigándote por el porqué ontológico de las cosas que te hacen, que te convierten en alguien que desciende inevitablemente por un pozo de revestimiento negro y piso cuadriculado, de paredes que no están porque son hechas de vacío.

Es un vacío que no deja tocarse. Un pozo redondo de cosas que no están allí, una circunferencia estructurada por cosas incomunicables.

Desde allá arriba, sigues escuchado sus voces, te apuntan con el dedo. Te culpan.

Si sólo tuvieras el pañuelito scout de la vida que te ponen cuando te enseñan cómo llevarla -más insignias- te dices; aunque nunca sea cierto, claramente.

Lo nunca es cierto es lo de la vida, sí lo de las insignias- dice alguien allá arriba.

Estaremos todos, al final, en un pozo ciego. Vecinos sin fondo ni espacio, tratando de comunicarnos con ecos que nunca nos alcanzan.

Serán las voces, entonces, sólo los temores que nos hunden.

Será la consecuencia de convivir y convalecer la misma vida que no es única y que nunca es de uno. Que al final tampoco sabemos como ensamblar y la carga de esa pieza siempre nos deja en un pozo de revestimiento oscuro, sin paredes pero sí vacío.

Qué puñeteramente solos estamos, en serio.

 

Old World Blues.

 

«Ocasionalmente, tiro una taza para que se estrelle en el piso. A propósito. No me satisface cuando no vuelve a encajarse sola nuevamente. Algún día, quizá, una taza vuelva a armarse.»
-Hannibal’s speach.
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Las tazas contienen cosas.

Y ese sería un buen inicio si quisieramos abordar el tema de la taza en concreto y su evolución histórica a lo largo de la sociedad que ha consolidado la estructuración de la civilización como la conocemos, además de grandes vías transmercántiles que han revolucionado la macroeconomía mundial; pero en su lugar, discurriremos sobre la responsabilidad cósmica y las tazas.

Las tazas se rompen.

Cuando ves los pedazos esparcidos de una taza, existe un silencio que precede a la tragedia. Si la taza era tuya, obtienes una resignación de desconcierto. Sientes como internamente las piezas de eso que antes era la representación de un algo se integran en un rompecabezas confuso, tratando de seguir el ritmo de la realidad, no hay forma, no hay color, no hay motivo.

Al instante, obtienes la conveniente claridividencia de todo aquello que nunca ha vuelto a ser, de la inevitable flecha del tiempo, que esto que ocurre no puede no haber ocurrido. En concreto, obtienes el dolor de lo irreparable. Y como ocurre con todo aquello que cede a la masa, y en este caso a la masa de la impotencia, puedes percibir el peso de toda tu insignificancia, y eres tú y un agujero negro, un tipo de vacío que está lleno.

Las tazas pueden ser históricas.

A veces, cuando sabes que tus pensamientos se alimentarán del mismo material una y otra vez para darle sentido y explicación al acontecimiento, no necesitas obtener un quién, un qué, un cuándo, un por qué.

Sólo asistes al sentimiento fúnebre en el lugar común dónde socializan las decepciones, poniéndose al tanto de todo lo que fue, y de todo aquello que pudo haber sido. Regocijándose, un poco, al estar reunidas nuevamente junto con el pesimismo rigente. Aún así, pueden no comunicárselo a voces, pero por lo bajo todas saben que en un futuro el acto del suceso, ya no importará.

Sin embargo, aceptar es comprender el absurdo. Y, posiblemente, el intento de recomponer la taza trozo por trozo, aún, nos parezca una intención torpe e inútil.

Las tazas son intransferibles.

Un testigo presencial del suceso pudo observar como la taza caía derramando todo el contenido (porque generalmente las tazas caen con el uso, cuando contienen cosas).

Pudo no haber sido un testigo, sino el precursor del suceso. Es posible que no haya entendido muy bien la forma en que las tazas se toman; posiblemente pensarás que en su niñez la forma en que necesitaban que tomara las tazas, era difetente; posiblemente sólo eres un freudiano sin saberlo. Posiblemente, tampoco le dijeras cómo necesitabas que la taza se sostuviera. Posiblemente, fue negligencia. Dejar una taza al borde de la mesa suele ser común, alguien en un acto involuntario puede dejarla caer.

Pudieron haberte compadecido, pudieron no haberlo hecho. Pudieron haber empatizado con los sentimientos aparecidos después de la tragedia porque, de forma innegable, todos tenemos una taza rota. Pudieron no haberlo hecho. De cualquier manera, el dolor de lo roto, es tuyo.

Pudiste no mostrar enojo, no gritar, no decir cuánto dolía («es una taza» dirás, levantarás tus hombros y pondrás las manos en tu estómago como queriendo agachar la cabeza y esconderla entre las costillas, ahí con la sensación de protección anormalmente anatómica) porque de alguna manera la conciencia de la responsabilidad sobre los sentimientos de desilusión, tal vez y sólo tal vez, te corresponden únicamente a ti.

Y es así como las tazas abren múltiples vórtices dimensionales. Entre el pasado y el futuro, entre el aquí y el ahora, entre el contenido, entre tus estructuras yoicas. Por eso las tazas siempre contienen drama. Y un drama que se evapora con el tiempo, pero en tanto y en el sitio del desastre, te hace lidiar con la entropía.

Sin embargo, parte de mí necesita quemarlo todo, incendiarlo, hacerlo trozos, cimentar sobre el desastre la negativa del acontecimiento de algo. «Aquí no ha pasado nada», murmurar a cualquiera que se acerque. Conservar la dignidad que el orgullo necesita y colocarla como esparadrapo. Y aún así, otra parte, prefiere que no porque posiblemente por primera vez haya amado a alguien (no con los debidos requerimientos y protocolos que el amor diseñado necesita) pero también por primera vez me perdonaré el haberlo hecho.

Qué suerte.

Mira, mamá: mamihlapinatapai. Otra vez.

Hay una mística puta en añorar  a quien no se conoce.

Una mística puta de adolescente.
De adolescente con serios problemas de autoimagen y relación con el mundo.
En ese mundo donde aparentas una actitud de confianza, seguridad en ti misma, posesión y dominio, hasta que  levantas la cabeza para arreglar el flequillo de la cara, con un movimiento básico de reina del baile, y lo ves. Y entonces ya no eres ni reina, ni confiada, ni segura, ni posesiva y/o dominante; sólo eres, en toda tu finitud, una partícula vulnerable y diminuta que tiembla al verle mientras te ve, que disimula la sonrisa, y que se pega de guantazos en la molondra cuando cae en la cuenta que otra oportunidad perdida, que hoy no y que mañana, tal vez, tampoco para empotrarle contra la pared y darle de besotes.

Como sea, las oportunidades se pierden cuando una se pierde en ellas.

Pero que jodidamente bonito.

La ausencia total de miedo.

Veamos, establezcamos que el tren que sale todos los días a las 2 veinte de la tarde, esta vez se retrasa cinco minutos, justo cuando Eleonor tiene tiempo para subir al vagón delantero y preguntar por Cris que se encuentra en el vagón tercero por falta de espacio, de control muscular o porque simple y sencillamente le gusta el vagón tres. Ahora, Eleonor mientras grita por cada vagón Cris Criss, éste se abstrae en las peripecias de la señora Murcia de la estación que compra un boleto y sostiene un paraguas y se arregla el sombrero todo al mismo tiempo, esta señora intenta tomar el boleto con la intención de convenir con el auxiliar de la estación y establecer el deseo de un intercambio sincronizado boleto-billete; sin embargo, en ese mismo momento, una ráfaga de viento sacude el delantal falda de la señora haciendo que todo se desmorone por el anden de la estación; el auxiliar de la estación no pudo por más que emitir un agudo chillido de intención de risa, y llamar a Raúl que se encontraba en el portaequipajes del tren muy cerca justo para ayudar a la señora, Raúl acababa de ayudar al Dr. Fernando en el ensamble de tres maletas que habían llegado de Noruega y traían los mejores quesos de la provincia, una pequeña joven que pasaba por ahí tuvo que evitar ver directamente a las maletas y  evitar el desengaño de no desengañarse nunca sobre la calidad de tales quesos.
Y en efecto, la ausencia total del miedo no existe.

***

De qué irán las cosas que no se conocen del todo, una puede posicionar sobre el tono impersonal de esas explicaciones que se pierden enseguida más allá de la inteligencia y convenir que todo aquello que se creía valedero pierde validez. Bien se podría buscar una ayuda auxiliar, someterse al desmadre del diccionario pensando cómo y por qué, qué y de dónde chingados, pero las cosas aparecen tal y tal, fenomenológicamente hablando y no más, y una se apropia de ellas desde su margen mental de construcción subjetiva, aunque la voluntad se dirige concretamente al objeto del que no podemos estar seguros de su existencia , pero sí de la existencia de ese objeto por sí mismo en nuestra cabeza y es real en tanto permita componerse de una intencionalidad que nosotros nos encargamos de construir, también. En fin, ¿no sigue siendo una puta mierda en cualquier medida, en cualquier caso, en cualquier circunstancia circunscrita o no a la voluntad de ser y de estar?

***

Para el diccionario, el miedo significa duda, el paroxismo banal de la in-certeza, de la des-certeza; dudar en todo caso es temer y viceversa; tememos a las certezas y a la capacidad de no cuestionarnos, de dejar desenvainadas las representaciones mentales de todo aquello que se aglutina en ese estímulo evitante y preguntar si por estar a centímetros estamos a salvo. A salvo de qué, claro, pero no lo dudamos, porque la capacidad de dudar sólo se permite el desempeño de dudar por una región del ser, una región circunscrita que se represente inmediatamente sin concreciones de ningún tipo, si el miedo existe, si el miedo se presenta debemos dudar de si estamos a salvo aún si no desempeñemos el ejercicio duditativo sobre el qué.

boyirl:</p><br />
<p>Brian Oldham - Collage (2013 - 2014)<br /><br />

Ya erra el tiempo.

Lo mordaz de lo peor es que terminaremos riendo. No siempre, y es eso.

La pena cáustica se transforma en anécdotas por contar, en servirse  cola en un vaso en tanto nos acomodamos en el sillón de la esquina a relatarlas.

Erguirse frente al espejo señalando el pasado y resonar una carcajada mientras hacemos figuritas en el vidrio, con los dedos; se traspasa todo a un marco para admirar. A un designio que se cuelga en la pared para comprometerse con la causa del humor. Y su mecanismo defensivo.

Abrir los periódicos no supone un fin en sí mismo, claro, abrir el pasado permite preguntarse cuándo fue ayer y qué sigue siendo hoy. Es casi Kant y la paradoja  de no poder cuestionarnos sobre las categorías del tiempo y del espacio porque al cuestionar damos siempre por supuestos al espacio y al tiempo.

No nos alborozamos mientras señalamos las palabras, lanzamos suspiros fatigosos de lo mismo. Lanzamos escarnios de desamparo por lo eventos continuos que consumen el presente.

Y pues eso. Y también podemos volver la cabeza a la búsqueda personal de caja ñoñis de recuerdos y  la abrimos sentenciando qué-osos, qué-vergüenzas, qué-estúpido-devenir-me-ha llevado-a-dirigir-mi-conducta-de-tal-manera-que-ahora-supone-mi-embarazo-y-mi-desconcierto-por-mi-obrar.

Por qué la historia sí supone un peso de descarga, y por qué invocar nuestros fantasma nos permite lanzarles pastelazos en la cara.

La observación de una persona por un ojo colectivo la hace impenetrable. La conciencia de una gran masa para una persona es imprecisa.

Las leyes naturales de lo que somos a través de lo que fuimos y pertenecemos caen siempre en el escrutinio general de lo ambivalente.

«No podemos entenderte a menos que conozcamos cómo te ríes de eso que ya fue», dicen los irreductibles maestros del arte de recordar.

Pero qué jodida idiotez, perdone usted -aunque no lo diga nadie en particular ni persona en absoluto-.

***

La complejidad del desaliento existe en querer transformar el presente en pasado irrisorio y compenetrarse en el poder que brinda el alejamiento. Vamos, que aún nos queda mañana, sentencian palmaditas en la espalda. Y lo peor es que te lo crees, porque ya con una vida por detrás y un paso más adelante te sientes con el control del golem pasado, y lo ponemos a nuestro servicio. Y por cierto, nos equivocamos.

Y  es que el pasado podrá ser el mismo, pero los recuerdo no. Nos ponemos a jugar con nuestras paramnesias a transformar nuestra memoria como bloques de legos, que quitamos el drama al dolor del dedo chico del pie porque resulta que nos lo hemos buscado; que agregamos las cosas propias de un tractus a las conversaciones del transporte colectivo porque resulta que nuestra inteligencia sobrenatural nos  lo permite; que componemos lo que fuimos a partir de lo que somos, y somos a partir de eso que olvidamos ya ser. Somos nuestro propio imaginario. Y nos complacemos en conocer que construimos otro mayor donde las cosas permanecen mientras se trasforman, y se transforman ante nuestros ojos y encima, nos echamos esas transformaciones como evidentes, axiomáticas y ciertas. Jodida mierda.

 

Autodesplazamiento.

Se me ha quedado la circunstancialidad en casa. La he dejado bajo los textos escritos. Se ha escondido del llanto de la almohada. Ha escuchado como quién oye llover las discursivas disertaciones  del espejo para que salga.

Se ha quedado la circunstancialidad y es ya no ser nómada de circunstancias circunscritas al drama. Se me ha quedado y he sido incapaz de realizar un comentario en Youtube, de publicar algún aporte en un foro y decir hola a la idea central que no se relaciona con nada. 

Las relación de divagación ya no intenta relacionarse conmigo y para converger de A a B debo desplazarme de A a B sin divergir en C, P, F, G, H, I  K, Q y L.

El asco de la preeminencia de la exactitud.

Se hace de la perorativa dramática un influjo cursi de poluciones victimizadoras y pernoctadoras por constructos sustanciales cuando -y como todos sabemos- la insustancialidad de una barata retórica la sustenta.

Y las magnitudes vectoriales que determinan el influjo de un pensamiento dirigidas de manera concreta y no indeterminada dejan en claro la  diseminación difusa de una situación. Y cómo qué.

Todo, nada ayuda a mecanismos evitadores y minimizadores.

Una mierda al final prescindir de elementos de la incertidumbre que sustentan una relación de indeterminación respecto a mi posición con las cosas:el prescindir de ellos hace de los esquemas cognitivos, claros; de las intencionalidades, especificas; y, de las expectativas, magnitudes medibles y explicables. Y así cómo.

No hay azar, hay contingencia. Consideración de hechos que pueden ser y tampoco pero que se consideran de manera lógica y formal.

Y así dónde cuando el cómo del todo qué a un cuadro a la vez, a un punto concreto siempre.

Ser la casa de muñecas en la obra de Ibsen

Sustentemoslo simple: el hervor de la vida, el fragor de la existencia, el soporte inherente de la selección natural sobre el desarrollo de nuestra corteza prefrontal se remite casi por completo -si no totalmente- al drama.

Nos proyectamos desde ese ser humano semi bestial ululando sincopes vasovagales que no se remiten a un producción de procesos parasimpáticos, sino a una mediación de los hechos externos que hacen factible la presencia del acto mismo y soliviantan las consecuencias de la situación; o la apañan, y de esto depende la evaluación prematura de los acontecimientos, y por eso aquello. Y desde entonces hasta ahora, toda nuestra vida transcurre posicionándose bajo el manto del drama.

El drama, desde términos generales implica un compromiso con el entorno. La expresión emocional desde las palabras que realizan una acción. La realización de la acción que omite la implicación de las palabras. La teoría de los actos del habla y viceversa.

El drama predispone un estado de acción en relación a los acontecimientos del entorno. Somos precisamente responsivos, sí, al comprometernos con las implicaciones del drama. Pero únicamente eso, tampoco. Implica una responsividad expansiva que engulla toda capacidad de inhibición. Somo en fin, la exageración de la respuesta normal misma al ejecutar las nociones que sustentan al drama; lo que nos hace parte de éste. Nos hace, en todo caso, el resultado inherente de una respuesta que determina la emocionalidad discursiva de aquello que no puede expresarse por completo de manera simple y desentendida.

Entendemos, pues, las nociones del drama desde la definición de la exageración y la incontención dramática. Un término que se sustenta a sí mismo hasta el infinito porque no existe manera más acertada de definirlo.

Nos comprometemos a niveles distintos desde las medidas de la exageración, en las tablas de nuestra cotidianidad para colocarle el escenario correspondiente y transgredir el telón de la rutina con nuestra performatividad del absurdo. Pero como parte del género humano, evitamos por completo compenetrarnos y subsanarnos totalmente  a éste. No nos remitimos a la calidad absurdativa del acto y por ello convertimos el acto mismo en una proporción de significado con la extensión de nuestra emocionalidad en la expresión de la ocurrencia, pero nunca desde su simple descripción de vivencialidad.

En fin, el drama es lo que somos, eso que yace en nosotros desde lo que puede transcurrir hasta lo que seria y no es…

Los que formamos parte del gremio de ejecución dramática -desde el sentido cotidiano y no como ocupación-, vivimos en el limítrofe de la incontención contenida en un corcho de desproporción. Tratamos indulgentemente que todo rime a colación.

Lo que somos, en fin, son estructuras sustentadas en ganancias secundarias que permitan revalidar los acontecimientos que nos atañen. Sentir su sustancialidad, expresándola desproporcionalmente.

Y  bueno, concluimos con un aforismo que pertreche toda barrera de credibilidad respecto al tema: si no da para drama no sirve.

Lo vivo no admite conjeturas.

Nos acojonamos en el rincón de la negación de la probabilidad del desastre potencial. Y silbamos, encima, para disimular.

Encima desde el sentido superficial, claro; pero detallado en profundidad, en realidad es que cerramos los ojos, no como una forma de reforzar la negación y evitar el desgaste de las evidencias. Cerramos los ojos como un reflejo característico de quién sabe que cuanto acontecerá, sera en la medida de esquirlas sentenciadoras llenas de todo lo te-lo-dije que esquirlas metafísicas pudiesen llevar.

Y después que la realidad nos pertreche con estímulos nociceptivos sobrecargando a nuestro sistema nervioso, pondremos en evidencia nuestra alteración visoespacial de evitar descubrir nada y presenciaremos todo con esa parálisis psíquica de la mirada de quién todo lo mira pero nada entiende; como último recurso ideatorio y de integración de la realidad para concretar una explicación racional partiremos de las ciencias formales para circunscribir aquello que parecer ser a espacios minúsculos de representación, acudiremos al temblor de la mano, y con conocimientos matemáticos elementales, calcularemos con los dedos el logaritmo de las posibilidades,  sopesando sospechas de haber restado 1.2526 de más.

Pero claro, luego recordamos que dejamos el agua en el fuego y el rincón de la negación de estar -aún si hay tanta verdad en ese modo de estar- provoca dolor de cuello.

Entonces, se sale.

Existir marca Raid®

Hay que pensar en la palabra empeño y en su atemorizante significado.  Y es que no veo otro sentido más asfixiante que uno  que va de una fragua holocástica de deshacerse haciendo. De constreñirse construyendo. Para seguir con la acometida pregunta del para qué. Pero, luego, preferimos parar en este punto o es terminar en un callejón a cartones tratando de comprar abonos a plazos porque la mierda nos parece reconfortante. Re- confortante-. Como si nos volviera a un estado anterior posterior al actual antes del otro. Cómo si nos devolviera algo cuando en realidad nos quita todo. Como si. Nos quita todo porque precisa y esencialmente no es que antes tuviésemos algo. Teníamos nada, pero era la sensación de no pertenencia regulando los límites de ese vacío. Tres puntos suspensivos al final de la pagina en blanco.

Pero qué digo, putadas. Claro.

Nos hacemos un ovillo de conmiseración pensando en el esfuerzo, «y en lo mucho que tratamos, pero ve usted, está viendo usted, no resulta nada»; Y los arbustos no florecen porque nunca han tenido flor. Nos perdemos en la esencia de las cosas. Nos perdemos en metafísica barata. Nos perdemos en metáforas bucólicas. Nos perdemos, y centralmente, esto.

Creo, que lo principal sobre todo y para nada, es tomarnos de la manita con nuestro yo quimérico, cada que nos levantamos pensando que, hoy, toca esforzarnos; hoy, toca sudar-la-gota-gorda-de-la-vida-con-problemas-de-transpiración.

Y seguir así, echándonos el flit del ser y deber en los sobacos de la vida hasta perder la razón de la existencia, hasta extinguir el dasein del envase-sellado-al-vacío.

Pero meh, todo es una putada.

¿Hace desesperanza o sólo soy yo?

¿Podemos congregar la amargura de la desdicha bajo la coraza de la abundancia? ¿Somos lozanos y loables a las prematuras circunstancias que nos atañen a la poliferación de una adyacente reiteración de los hechos mediáticos bajo centenares de pululantes preguntas que naufragan en un mar cognitivo de incertezas? ¿hay desesperanza o sólo soy yo? ¿Hay un cambio climatológico homesotático procediendo a nublar expectativas estratificadas sobre esquemas precedentes y neurotransmisores ansiolíticos? Puedo soltar la mano sobre el escozor de la premura de que tal vez hoy hemos olvidado el paraguas en casa. Que los pensamientos automáticos y las distorsiones cognitivos caerán sobre mojado  en nuestra atribulada existencia. Puede ser perecedero a profecías autocumplidas de meter los pies en un charco, de ser empapados por autos de tripulación no especificada. Pero si limitada por estructuras de economía cognitiva. Será, hoy, la desesperación o la desidia. Será que nos hemos topado en algún punto de nuestros recorridos verbales que des como prefijo denota más incontinencia que contención. Indica más el vacío que la nada, y que algo sólo está vacío en la medida en que antes estuvo lleno, ‘cause- fundamental-logic.-for- dummies-and-desdummies. Será porque hemos dejado que el plan automático de escritura designe significados inherentes e idiosincrasias a frases hilvanadas de manera incoherente. Buscando la ironía en el sarcasmo mismo del medio de dos más cinco. Y, que, cuando contamos con los dedos y olvidamos los niveles de intervalo numérico no estamos más lejos de la verdad que cuando sí.