Moloch del presente

No sabría hacer un cómodo recuento del 2018. Sin ser un año difícil, tampoco fue fácil. Esos puntos intermedios incordiosos que, a veces, se quedan sin nombre, sin denostar ninguna posibilidad de explicación que pueda, al que lee y trata de entender, qué es lo que existe en el límite de lo que pudo ser pero, al final, no fue del todo.

En todo caso, como cualquier ser humano que ha decidido habitar por un trecho más este mundo, viví. Y aprendí.

Aprendí y viví la certeza de no haber aprendido y vivido nunca, nada del todo. Que para vivir -y aprender- necesitas ser más que uno. Y para eso hay que construir vínculos. Y mantenerlos. Y esto, lo aprendí -y viví- con alguien que me enseñó a saber-estar, sin ni siquiera proponérselo.

Pero no se sueltan estas cosas por la carga que representaría para quien van dirigidas, decir «Gracias, mira que no lo me los esperaba» y colocar esas expectativas de funcionamiento en función de alguien. Funcionamiento-en-función, como si hiciera referencia a una maquinaria que nos sobrepasa y de la que no tenemos ni conocimiento ni control. Pero, en fin.

Lo suelto igual, porque todos los involucrados en ese vínculo -es decir El Otro y Yo-, sabemos qué es estar allí -porque estar con alguien representa un lugar donde uno orquesta su pequeño mundo íntimo-. Es decir, qué significó para mí, y qué significó para el otro lo significado por mí. Es decir, mucha paciencia. Pero también, mucho debate interno con los mefistófeles de fausto que quieren aplacar toda forma de vida, es decir, aprender. Aunque nadie me perdone ese reduccionismo tan básico.

En todo caso, se siente como avanzar en la escala ericksoniana de la vida funcional, que eleva sus niveles cada escalón de tres metros. Suspendida, entonces yo, por un brazo en el escalón de la intimidad, y a punto de caer, trágicamente, en el precipicio del aislamiento -lo pongo así o de lo contrario no entendería por qué tanto revuelo (que es sólo el mío) por ir aproximándose a cada nivel- no es que haya sido rescatada, sino que el otro, cómodamente instalado en el escalón superior, esperaba a que yo lograra descifrar como subir del todo, no sin entender, completamente, cómo no lo lograba y no sin comprender, aún, cómo a veces me gusta sentarme al borde. Porque sabemos -sin tratar de justificarme- que nadie logra nada en tono absoluto.

De cualquier forma, se vive aprendiendo a subir en ese escalón de la intimidad. Al final, construirla -o subirse en ella- consiste aprender a abrazar -y vivir- el rechazo que, conociendo su naturaleza, siempre toma formas diferentes porque, hablando con la exactitud clínica que la actualidad requiere, los defectos son la medida de todas las cosas. Pero, entonces, contemplar la posibilidad de sacarse de encima el apremio de la admiración, sólo para dejar en el escaparate las absolutas debilidades y que aún así, alguien elija, después de todo, colocar un brazo debajo de tu cabeza y acurrucarse bonito en conjunto. Te digo: qué paz.

Por otra parte, este año también significó aprender -y vivir- el compromiso y, antes que los otros, consigo. Este año fue una carrera existencial por mi identidad. Perdí el sentido de lo que soy porque los personajes que elaboré para sustentarle, dejaron de ser funcionales. Y con ello vino el conocimiento pleno de que jamás, tal vez, podré estar de la forma que se requiere; que nunca podré ser, de la manera que es necesaria. Que nunca aprenderé a transcurrir -y vivir- los niveles ericksonianos de forma eficiente.

Tal vez fueron pequeños pasos para finalmente integrarse en la vida adulta -si ese mítico lugar existe- aunque sienta que voy tarde; que tengo, en la agenda social, 47 citas atrasadas pendiente en relación a los otros. Sin embargo, hay personas que se sientan a esperarme y, con eso, tengo.

 

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Old World Blues.

 

«Ocasionalmente, tiro una taza para que se estrelle en el piso. A propósito. No me satisface cuando no vuelve a encajarse sola nuevamente. Algún día, quizá, una taza vuelva a armarse.»
-Hannibal’s speach.
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Las tazas contienen cosas.

Y ese sería un buen inicio si quisieramos abordar el tema de la taza en concreto y su evolución histórica a lo largo de la sociedad que ha consolidado la estructuración de la civilización como la conocemos, además de grandes vías transmercántiles que han revolucionado la macroeconomía mundial; pero en su lugar, discurriremos sobre la responsabilidad cósmica y las tazas.

Las tazas se rompen.

Cuando ves los pedazos esparcidos de una taza, existe un silencio que precede a la tragedia. Si la taza era tuya, obtienes una resignación de desconcierto. Sientes como internamente las piezas de eso que antes era la representación de un algo se integran en un rompecabezas confuso, tratando de seguir el ritmo de la realidad, no hay forma, no hay color, no hay motivo.

Al instante, obtienes la conveniente claridividencia de todo aquello que nunca ha vuelto a ser, de la inevitable flecha del tiempo, que esto que ocurre no puede no haber ocurrido. En concreto, obtienes el dolor de lo irreparable. Y como ocurre con todo aquello que cede a la masa, y en este caso a la masa de la impotencia, puedes percibir el peso de toda tu insignificancia, y eres tú y un agujero negro, un tipo de vacío que está lleno.

Las tazas pueden ser históricas.

A veces, cuando sabes que tus pensamientos se alimentarán del mismo material una y otra vez para darle sentido y explicación al acontecimiento, no necesitas obtener un quién, un qué, un cuándo, un por qué.

Sólo asistes al sentimiento fúnebre en el lugar común dónde socializan las decepciones, poniéndose al tanto de todo lo que fue, y de todo aquello que pudo haber sido. Regocijándose, un poco, al estar reunidas nuevamente junto con el pesimismo rigente. Aún así, pueden no comunicárselo a voces, pero por lo bajo todas saben que en un futuro el acto del suceso, ya no importará.

Sin embargo, aceptar es comprender el absurdo. Y, posiblemente, el intento de recomponer la taza trozo por trozo, aún, nos parezca una intención torpe e inútil.

Las tazas son intransferibles.

Un testigo presencial del suceso pudo observar como la taza caía derramando todo el contenido (porque generalmente las tazas caen con el uso, cuando contienen cosas).

Pudo no haber sido un testigo, sino el precursor del suceso. Es posible que no haya entendido muy bien la forma en que las tazas se toman; posiblemente pensarás que en su niñez la forma en que necesitaban que tomara las tazas, era difetente; posiblemente sólo eres un freudiano sin saberlo. Posiblemente, tampoco le dijeras cómo necesitabas que la taza se sostuviera. Posiblemente, fue negligencia. Dejar una taza al borde de la mesa suele ser común, alguien en un acto involuntario puede dejarla caer.

Pudieron haberte compadecido, pudieron no haberlo hecho. Pudieron haber empatizado con los sentimientos aparecidos después de la tragedia porque, de forma innegable, todos tenemos una taza rota. Pudieron no haberlo hecho. De cualquier manera, el dolor de lo roto, es tuyo.

Pudiste no mostrar enojo, no gritar, no decir cuánto dolía («es una taza» dirás, levantarás tus hombros y pondrás las manos en tu estómago como queriendo agachar la cabeza y esconderla entre las costillas, ahí con la sensación de protección anormalmente anatómica) porque de alguna manera la conciencia de la responsabilidad sobre los sentimientos de desilusión, tal vez y sólo tal vez, te corresponden únicamente a ti.

Y es así como las tazas abren múltiples vórtices dimensionales. Entre el pasado y el futuro, entre el aquí y el ahora, entre el contenido, entre tus estructuras yoicas. Por eso las tazas siempre contienen drama. Y un drama que se evapora con el tiempo, pero en tanto y en el sitio del desastre, te hace lidiar con la entropía.

Sin embargo, parte de mí necesita quemarlo todo, incendiarlo, hacerlo trozos, cimentar sobre el desastre la negativa del acontecimiento de algo. «Aquí no ha pasado nada», murmurar a cualquiera que se acerque. Conservar la dignidad que el orgullo necesita y colocarla como esparadrapo. Y aún así, otra parte, prefiere que no porque posiblemente por primera vez haya amado a alguien (no con los debidos requerimientos y protocolos que el amor diseñado necesita) pero también por primera vez me perdonaré el haberlo hecho.

Qué suerte.

Yes, please no.

Asegúrese de estar en una posición cómoda. La teoría especializada establece que, para una ejecución óptima, es necesario mantener la espalda erguida mientras se encuentra ubicado en su banco para estar; también, colocar los pies sobre el suelo de manera que exista una separación de 40 centímetros o más entre uno y otro -entre las tersas extremidades inferiores, dicen-; además, se hace necesario ser un alfarero de la mímica: Practique ante el espejo los gestos faciales que ayudarán a  los demás a compenetrarse con sus emociones, realice esto con los ojos y haga así con la boca -siempre resulta, manifiestan-.

Tampoco olvide monitorear su respiración. Los suspiros que se realicen junto con la composición pueden ayudar a prestarle realismo a la situación. Realice cuantos suspiros sean necesarios para que la gente encuentre elocuente su interpretación -sea uno con la exhalación universal de la melancolía, recomiendan-.

Preste especial atención al asunto de las manos: unas manos delicadas, tersas con movimientos suaves y precisos ayudarán a mantener la ejecución por el tiempo que deba prolongarse. Las manos comunican tanto más que la voz y la cara, las manos traspasan -utilice sus manos como quien se aferra a un risco, con esa sutil solicitud de apremio de los dedos y la excesiva angustia que los crispa, reafirman-.

Cuanto más sea consciente de su ser en el mundo tanto más estará habilitado para manipular cada aspecto. Cuando crea haber completado cada requerimiento, recueste su cuello sobre ella. Esto brinda una imagen de serenidad y confianza, atraerá a la gente a su composición y podrán adoptarla.

Finalmente, toque. Toque con esos maniatados y desesperados dedos los hilillos que componen su realidad para crearla, para modificarla, para apropiársela. Considere aquellos hilillos que más vengan a su conveniencia, fuercelos a que sean maleables a su interpretación y omita aquellos que traten de desestabilizarla. Es más, afloje las cuerdas que componen a su realidad y cuyas notas le son desagradables de oír, deshechelas. Cree constantemente la convicción de que su realidad es genuina a través de un bello arpegio. Niéguese a alterar su realidad cuando alguien le advierta de un error en su interpretación. Recuerde: usted es un interprete incomprendido de su situación.Y sobre todo, si en algún momento, en alguna situación, por algún artilugio de la percepción, usted es consciente de todos y cada uno de los hilillos que componen su realidad como unidad total, y puede apreciar los matices de cada sonido: proceda a levantarse, lave su alfareara cara de gestos y sumerja sus delicadas y tersas manos de suicida en una tazón con agua y hielo mientras presencia el dehielamiento como quien ve televisión o navega en la Internet. Y entonces, sólo entonces, ejecute sus verdades.

-Aconsejan-

dddddd

Polvo cósmico de aves, o sobre cómo escatología ontologíca de palomas espaciales.

 Subestimamos la capacidad de las decisiones, la capacidad de elección y la libertad que creemos conferida. El concepto de responsabilidad y los conceptos relacionados de conocimiento previo y elección se utilizan para justificar que el control de las cosas se controla.

¿Cómo podemos juzgar una actuación deliberada, y cómo suponer que un acto sólo está sujeto a las fuerzas de la circunstancia?

Si las consecuencias objetables de un acto fueran accidentales y sin probabilidad de que ocurriesen de nuevo, no habría por qué preocuparse. La gratificación de la conciencia se supondría en el plano de «no supe qué hacer, quién soy y de dónde vengo», la no responsabilidad de la no elección se supone inofensiva.

Pero los conceptos de elección, responsabilidad, etc. dan el análisis más inadecuado de reforzamiento eficaz y contingencias de las circunstancias, porque llevan una pesada carga semántica de una clase muy diferente, que oscurece cualquier intento de clarificar las prácticas de suponerse en el control de las cosas.

El caso es que nos contenemos en un gran universo con la carga ingenua de la posibilidad de control sobre todo.  Y en aquellos casos en los que no lo suponemos posible, exponemos la premisa de salvar prestigio y locus de control, identidad y autoestima: «No tuve elección».

Pero cuando la carga de control se supone manejable, cuando deslumbramos la posibilidad de elegir, de decidir, de optar por opciones que supondrán un proceder adecuado, semi adecuado, aceptable, semi aceptable, menos desastroso de las cosas, la aparición de circunstancias específicas nos parece que tiene un nexo delicado  y casi imperceptible con nuestros actos.

Nos concertamos en pubs contextuales de comunión indefinida entre sociabilidad, alimentos y desconcierto para exponer el A hizo B, porque yo hice A.

Si Melenacio cruza la calle y encuentra un billete de lotería y Decide ver el programa de lotería el domingo por la noche porque ha Decidido no salir con Hermelinda, debido a que ella Decidió ir a pasar el fin con sus amigotes; Melenacio se enterará que ha ganado el segundo premio de 1000 compartido con 20 personas más. Pero, ¿ qué llevó a Melenacio a cruzar la calle?, llegar al otro lado, claro, pero también es posible que Melenacio esa mañana se despertara 30 minutos antes justos para tomar el tiempo necesario y cruzar la calle que cruzó precisamente en el momento en que Geranio -vendedor de bienes raíces, que en su desesperación Decidió comparar un billete de lotería para disimular la lenta y degenerativa pérdida del status de la empresa que lo llevará paulatinamente a la bancarrota y poder invitar a Fratuencia a una cena de dos, en los balnearios Bálticos del Norte, pues ella Decidió en su época de juventud regresar cada invierno- en el momento exacto en que Geranio botaba su billete de lotería y Decidía tomar un taxi que justo pasaba por esa calle debido a que la congregación de trasportistas por la usurpación de espacios viales, había Decidido congregarse en la calle opuesta.

El resultado de todo es que cada decisión directa sobre las circunstancias está supuesta sobre una circunstancialidad indirecta que las determina. El punto concreto es que no somos puñeteramente libres, ni por un ápice de asomo. Y si el lector/a ha Decidido en este momento dejar de leer este texto sin congruencia, no lo estará decidiendo por sí mismo/a, sino por una intricada gama de factores deterministas.

Y es a lo que voy, posiblemente en nuestra carga ingenua de un universo infinito de autoengaños pensamos que nuestra vida está en nuestras jodidas manos.

Lo cierto es que posiblemente estemos siendo manipulados por la leyes físicas de alguna civilización universal de garbo intelectual más apremiantemente aplastante en comparación a la nuestra, tanto que sí la capacidad intelectual cumpliera la función del aparato urinario, y esta civilización y nosotros estuviéramos en un mismo baño público, sobre urinarios con compartimientos independientes; y esta civilización asomara la suya -capacidad intelectual, claro-, no osaríamos ni por consideración de la dignidad mostrar la nuestra -capacidad intelectual, obvio-.

Y es como va, toda la congruencia que los actos pueden mostrar sobre nuestras acciones no es más que ambages de oasis para evitar caer en el desierto del descontrol y del caos.

Así, mientras creemos decidir si sí o no, si mañana o ayer, si azul o rojo, un ser cósmico de la cuarta dimensión estará utilizando su palanquita de go -no go para cada acto que ejecutemos, porque al mismo tiempo, los seres cósmicos de la cuarta dimensión son bastante básicos.

Pero también es posible que sólo trate de omitir la responsabilidad de cada acto, de cada decisión y alivianar el arrepentimiento o la culpa  porque también, porque tal vez no tuve elección.

Pero quién se fija.

Autodesplazamiento.

Se me ha quedado la circunstancialidad en casa. La he dejado bajo los textos escritos. Se ha escondido del llanto de la almohada. Ha escuchado como quién oye llover las discursivas disertaciones  del espejo para que salga.

Se ha quedado la circunstancialidad y es ya no ser nómada de circunstancias circunscritas al drama. Se me ha quedado y he sido incapaz de realizar un comentario en Youtube, de publicar algún aporte en un foro y decir hola a la idea central que no se relaciona con nada. 

Las relación de divagación ya no intenta relacionarse conmigo y para converger de A a B debo desplazarme de A a B sin divergir en C, P, F, G, H, I  K, Q y L.

El asco de la preeminencia de la exactitud.

Se hace de la perorativa dramática un influjo cursi de poluciones victimizadoras y pernoctadoras por constructos sustanciales cuando -y como todos sabemos- la insustancialidad de una barata retórica la sustenta.

Y las magnitudes vectoriales que determinan el influjo de un pensamiento dirigidas de manera concreta y no indeterminada dejan en claro la  diseminación difusa de una situación. Y cómo qué.

Todo, nada ayuda a mecanismos evitadores y minimizadores.

Una mierda al final prescindir de elementos de la incertidumbre que sustentan una relación de indeterminación respecto a mi posición con las cosas:el prescindir de ellos hace de los esquemas cognitivos, claros; de las intencionalidades, especificas; y, de las expectativas, magnitudes medibles y explicables. Y así cómo.

No hay azar, hay contingencia. Consideración de hechos que pueden ser y tampoco pero que se consideran de manera lógica y formal.

Y así dónde cuando el cómo del todo qué a un cuadro a la vez, a un punto concreto siempre.

Psicosis de expresión deficitaria

Me he encontrado con una enorme necesidad de hablar con alguien.

Será un gas.

Aún así, y si está necesidad no es una producción de movimientos peristálticos, tengo entonces la inusitada sensación de charla tipo amigos tuanis. Es una palabra sencilla que designa igual de mal aquello que no tiene nombre, claro, pero el caso es ese.

El caso es la relación de trato constante de dos personas que reunidas en un lugar cualquiera puedan compartir -como se comparte el azúcar, la lasitud de la vida o los truísmos climáticos-  eventos biográficos de relativa importancia con bromas mal que bien esbozadas en los bordes del relato.

Eventos biográficos o pareceres de cosas locas e invenciones análogas.

El caso es que existen personas que pueden vivir en la linde de su mundo interior sin la necesidad concreta de describirlo. Solos, solos, solos, compensando una necesidad con otra hasta sobrepasar toda capacidad abstracta y comunicativa de estados internos. Compenetrándose en el rollo omnipotente sobre estructuras yoicas, devaluando principios de realidades porque da la puta gana o porque se necesita conseguir el equilibrio entre la presencia del principio del placer y la propia complacencia.Como se prefiera, la verdad.

Pero como a cualquier dios de su propia conveniencia he venido a presenciar el ocaso de toda su dominación absoluta. El caso no es el derrumbamiento del drama-monte-olimpo; el caso es que si ha surgido una necesidad que no ha podido ser compensada con ninguna otra será recurrir a la mediación de la confrontación de suplir esa necesidad que no se desea suplir. Y lo malo, malo, malo.

Y malo, malo, malo porque significa que, en los círculos que se frecuentan, esta necesidad no es suplida. Todo es remitirse a describir  sin llegar más allá del testimonio del testigo al margen de todo. Al margen de todo eso que no seamos nosotros. El más allá de lo externo que resultarían siendo estados internos con algún contenido emocional o vivencial o e te ce.

Lo que se quiere es el plan mano en el mentón y yo cuando era niña me rompía la crisma y reír mil aunque no tenga mucho gracia, ciertamente.

Qué podré saber yo sobre esto.

Lo que se necesita ,al parecer, es un profesional entrenado -entrenado, sí- en la salud mental y/o mejorar los criterios de gente de compañía**, la verdad.

Pero en fin, sólo ha sido un gas.

**»Gente de compañía», luego la otra gente se queda sola sola sola por asuntos como estos.

Misticismo prieto

No nos perdamos en la delectación morosa de las cosas nunca antes dichas. Que sólo hacen una pila de mierda neurótica.

Y es como es.  Todo debe constreñirse a las palabras para pertenecer, para ser parte del mundo y ubicarse en un espacio de sentencia. Que podría decir gerpanato, y atribuirle su sentido y  situación  en el espacio con suponerlo al sonido de las aves al amanecer mientras realizan su ritual de apareamiento. Alguien podría acercarse a un breviario de aves y confirmar enteramente que no hay especificidad en esa definición; qué clase de aves -dirá, mientras se ajusta los largavistas y se hurga la nariz. Si no le especificamos una especie totalmente atribuible al reino animal de lo ovíparos, comenzará con ávida curiosidad a estudiar los rituales de apareamiento de cada ave y concluirá que la palabra gerpanato no se encuentra en breviario de aves alguno. Cerrará su compendio de erudición sobre plumas y cantos con aspavientos sentenciosos y se largará pensando en que, desde ahora, no se detendrá con palabras ridículas de amateur. Pero el caso no es del tipo que se hurga la nariz mientras ve como se aparean las aves. El caso es que ger- y -panato no corresponden a raíz etimológica alguna y debidamente relacionada con aves, apareamiento, amanecer o algo que de coherencia, estructura y sentido a nuestra palabra. El caso es que esto no va de Derrida y deconstrucción. Tampoco es de Strauss y su diacronía, su no te preocupes sólo falta atribuirle un significante y se vuelven parte de la organización avicola.  El caso es del lenguaje y su síndrome diogenésico de poseer. De definir, de circunscribir y de ser una perra egoísta – que es para tanto, claro-.

Y decía, que el lenguaje es una perra egoísta de querer tapizar con su nombre las paredes de un baño público, porque el lenguaje es el decanto de la verdad sobre la verdad misma. La exposición de la yugular mientras la yugular no se expone. Es la constricción sin límites del ser sobre la imposición del querer. El lenguaje se manifiesta en la medida en que regulariza las nociones del sentir desde el tendría, el debería y el necesitaría. Nos circunscribimos a un espacio específico nor-ma-li-zan-te.y nos presentamos con nuestras sensaciones normalizadas sobre las bases de lo ya conocido y las nociones intuitivas de lo familiar.

El lenguaje es el vehículo de la mentira. Nos facilita alternativas de justificación externa-interna que nos permite actuar a consecuencia. Se permite el descaro de engancharse a nuestra capacidad adaptativa del ego, a nuestra inane capacidad de naturalizar la tragedia o hacerla admisible y fútil.

Y es que, joder, nos toca admitirlo. Somos tunantes ensambladores de putas sensaciones y palabras; como si las primeras dependen de estas otras -y claro-, que aunque sin comprender entendemos que la copulación de la una con ésta es necesaria desde el click del sentido, desde que consideramos intuitivamente que una sensación necesita de la prosodia adecuada, de los grafemas correctos, del número de fonemas correspondientes.

Y nos va como nos va. Nos engañamos, y nos engañamos como se engañan esas personas que ni siquiera han tomado conciencia del engaño y de la magnitud de la inútil retórica. Putos sofistas imperturbables que creen deletrear cada sensación sin faltar a lo inefable.

«A lo inefable», y que como estoicos esclavos discursivos necesitamos una definición de lo indefinible, y qué jodidamente bien.

Y bien porque aún podemos mascullar entre dientes que somos parte de algo incognoscible.  Que el engranaje oculto de las cosas aún nos contiene y que mientras sigamos siendo movidos por un perno de causticas válidas pero sin sentido – y mientras puedan ser definidas por las palabras y su idiota necesidad de explicar- todo seguirá siendo una puta mierda. Pero entenderemos mejor, y nos adaptaremos a ello.

No nos queda más que agradecer a nuestras jodidas funciones psíquicas superiores.

Y al pescado. Claro.

"STILL ISN’T GIVING A FUCK"

El ciclo de la experiencia inconcluso.

Yo esto lo veo así: una no se rinde, una no es que no rinda. Es que las cosas simplemente cansan, es que una se cansa con las cosas. Y en el recodo de una acción en la que se iba con en el entusiasmo extendido de ganar la revolución, de volver a un punto inicial de preparación para ser una perpetua figura en posición centripeta en busca de un centro en espiral; pero figura a la que le corresponde sólo un circulo infinito de perpetuidad formal geométrica unidimensional, sin oportunidad de omphalos, sin oportunidad del delfos centro del mundo interior.

Una termina cansándose.

Pero cansancio cuál, cansancio qué, cansancio dónde, cansancio circunstancial que necesita coordenadas especificas cómo. Cansancios de tipos porque no se concibe al cansancio objeto como tal sino cansancio origen de.

Estar casada, si pero de qué. Y omitimos, con ello la propiedad fundamental del cansancio.
-¿Es que las cosas tienen propiedades fundamentales por sí mismas sin que nosotros se las confiramos?

Lo de «nadie- árbol- caída- ruido o no» implica lo mismo.

O qué sé yo.

Implica algo, al menos.

Implica, que es mucho-

La propiedad fundamental del cansancio no importa porque, al final, una está muy cansada como para conocerla. Una esta demasiada acomodada en el manto absurdo sísifiano de la caustica vital en forma de bola, en forma de circulo perpetuo de vaivén. Y una, en ese deliro extenuante, ve a sísifo tocándose las pelotas de su ego con su imperturbable cansancio y su alusión a un atlas; sísifo egocéntrico tipo rebelde que encuentra el sentido en el esfuerzo.

El punto arquimédico de la cuestión es que el cansancio, mi cansancio si lo colocamos en categorías de propiedades fundamentales, corresponde a la extenuación de la preparación, al estremecimiento de mi sistema nervioso simpático. A la construcción masiva de castillos invisibles en el aire, donde yo ama y señora concibo un sistema feudal nada funcional porque no existen feudos. Porque yo no competo con dominar a mis expectativas como súbditos obedientes y manifiestos a cumplir con mis ordenes de cumplimiento y que retribuyan mis deseos porque  mis expectativas no están conferidas con ellos. Bueno, yo; no las expectativas.

Pero qué mierda.

Todo esto es un rodeo de la situación para tratar de domarla. Enlazarla con un lazo corredizo que no funciona porque una nunca aprendió a realizarlos, una estaba demasiado cansada. Sin embargo, una sigue caminando en círculos, una sigue tratando de alcanzar su centro pero conociendo la perpetuidad formal geométrica del circulo, una sigue de hacer espiral el camino; pero la desaforidad de la intención no termina haciendo un circulo, no termina con un espiral, mucho menos. Termina con una convulsión de aires sinuosos. Termina con un tornado de destrucción masiva a su paso, que se da, que choca, que rompe y destruye. Sobre todo, destruye. Y por eso.

Al final: una termina cansándose.  Una no es que no se rinda, es que las nociones para  continuar ya no existen, se han destruido.

Bah.

¿Cambiamos de puerta?

Nos ubicamos en el pasillo de las infinitas posibilidades y abrimos la puerta con una cabra detrás. Sin que eso disminuya las probabilidades  que la siguiente puerta contenga otra cabra y que, al final, seamos simplemente pastores de cabrillos que tienen un entusiasmo encendido de arrasar con todo a su paso.

Y esto se hace un problema de Monty Hall de proporciones inimaginables.

English: Publicity photo of Monty Hall.

«You’re a loser, cabrón»

Lo que nos interesa es, claro, encontrar el auto; y que al conseguirlo nos logre conducir fuera de ese pasillo con sus múltiples puerta cerradas -pero no bloqueadas – a múltiples posibilidades que pueden resultar en múltiples cabras holocaústicas. Lo que queremos al final, es una directriz de estabilidad de mil caballos de fuerza que supere al tintineante crujir de puertas que se abren sin mucha certeza a ofrecer elementos para el escape.

«El tintineante crujir de las puertas».

Al cabo y por estas cosas es que una se da cuenta que las cabras se merecen;  que su lomo no parece tan obtuso;  que puede resultar hasta cómodo. Que, tal vez, las cabras con su propulsión arrasadora, arrasen con las pestillos de las puertas, con las puertas mismas y con el pasillo entero. Y salir o quedarse en la nada, pero también salir.

No lo tengo claro. Es que esto ya me está pareciendo una rumiación cabralistica.

Total y al parecer soy parte espectador parte concursante que escucha a Monty preguntar por si quiero cambiar mi elección; preguntar por si quieren cambiar su elección.

Beh.