Hace tiempo de lechuzas

El silencio es otra suerte de comunión.

El susurro es la extensión de un grito ahogado.

La palabra es el agente de lo no dicho.

¿?

Existe una ley que forma parte de la teoría de la información, ella específica que la aparición de una letra «a» – por ejemplo- no implicaría que su significado sea»a», por cierto, sino «no b a z». La premisa es una simplificación básica que denota que el significado de las cosas se comunica por aquello que no es comunicado. Por deducción natural, indicaría que ante el silencio no estamos no comunicando algo sino comunicándolo todo.

Y por eso, precisamente: silencio.

El peso de las cosas y su significado no podrían denotar lo mismo si se pronuncian, serían algo -seguramente- pero no aquello que por extensión significaría para el otro como para mí misma. Para solventar la paradoja que cuando decimos no decimos más que aquello que no estamos diciendo, prefiero callar.

Callar, no como la ausencia de asertividad  que impide expresarse sino por la consideración e importancia que se le da al vacío como oportunidad de uso. El valor del espacio vacío lo explica Lao Tse, diciendo: «Treinta radios se encuentran en el cubo de rueda: en la nada que hay allí reside el que pueda utilizarse el carruaje. Se hace arcilla y con ella vasijas: en la nada que hay allí reside el que puedan utilizarse las vasijas. Se rasga una pared con puertas y ventas para hacer habitaciones: en la nada que hay allí reside el que la habitación pueda utilizarse. Por eso, el ser es de utilidad, pero el no ser hace posible su uso» (Tao Teh Ching, Cap. 11).

¿Y para qué el silencio? ¿Para qué se necesita no decir lo no dicho a través de decir cosas?

Porque, precisamente, hablar, duele.

Pero, más específicamente, duele nombrar. No se trata de decir  sino de nombrar y delimitar un algo. Hacerlo real mediante la palabra, darle sentido y significado llenando espacios vacíos que pueden utilizarse para llenarse con sentidos y significados ambiguos provenientes del silencio.

El silencio y su capacidad cuántica de significar y no, puede proveernos de un salvavidas de explicaciones. La teoría especializado en tratados de psicología diría lo contrario, sobrepasar un evento emocionalmente perturbador se consigue hablando, el principio catártico de la histeria de Freud. La teoría complementaria explica que es necesario hablar, decir y nombrar hasta que hablar y decir y nombrar deje de doler.  Isak Dinesen, una relatora danesa de cuentos -y  citada impunemente en Hannibal-, nos dice que para soportarse, todas las penas deben ponerse en una historia, contar sobre ellas.

¿Qué digo yo?, callemos.

Posiblemente sea el consejo más contraproducente en un post de cosas. Porque callar ahoga, pero nombrar no salva.

Y nombrar no salva porque partir de la premisa del dolor para detallar sólo condiciona a enviar mensajes desestructurados de los hechos, a hilvanar historias mentales de la mejor versión que no dirá lo que queremos que diga si no todo aquello que ocultamos con lo dicho. Nombrar sólo ayuda a estructurar una mentira, a jugar con la fantasía y extender la realidad. Y claramente, me niego a negar diciendo.

Y no estoy diciendo nada porque este post es el más personal que he hecho al tratar de ocultar lo que necesito nombrar. No pudo decir que he pasado por la peores semana desde que existo pero tampoco puedo asegurar que por un lapso de existencia puedan haber peores. El fracaso, la enfermedad de alguien y el existencialismo puro se han encargado de triturar lo que la vida se empeña en comunicarnos: la aceptación. Pero para aceptar una cosa hay que hablarla, nombrarla, decirla, utilizar ese vacío de uso del que habla Lao Tse y hacerlo espacio de algo que se ha hablado,  nombrado, dicho. La negación a hablar proviene de que no puedo aceptar las cosas como me son dadas -sin citar a Cortázar- para hacer de ellas versiones virtualmente mejoradas o escindidas de lo que ocurre.

Callar es evitar reproducir «eso» en una cadena de significantes. Callar es evitar abrir vórtices dimensionales donde las cosas ocurren bajo la perspectiva de distintos detalles y elaboraciones. Callar es mantener una versión rígida de la realidad.

Callar no es negar es, finalmente, aceptar.

Como última instancia, que nunca nos falte el drama.

Objetividad temporal del vacío por venir

Minientrada

Una es muy feliz blandiendo la bandera de aislamiento que ostenta. Una está muy orgullosa de hacerse de tanto silencio, de tanta soledad borde. Una es feliz, es lo que importa. Pero luego no, lo que parecía una escena a lo muy corin tellado con arbolitos felices rosas, maripocitas felices rosas, campo feliz con su sol feliz rosa y corriendo rosadamente feliz se convierte en esa escena cliché de estar -porque uno está y estar duele, como un dolor en los putos cojones aunque no se los tenga- y entonces una está debajo de una repentina lluvia gris triste preguntándose: ¿Esto está bien? ¿Soy normal? ¿Tengo alguna cojunuda y puta afección cerebral por no querer lo que los demás quieren? ¿por parecerme abominable y odioso, sin sentido absoluto hasta ridículo? ¿Una aberración de la humanidad? Mientras hago estos cuestionamientos de peso existencial sigo aventando a la gente para allá, a un lado, hacia atrás, ¡FUERA!, grito y grito sin gritar.

La muerte de las pequeñas cosas

En inglés, bereavement es la sensación de haber sido robado, de ser despojado de algo valioso; equivale a quedarse abrazando un espacio vacío.

El «vacío», se dice, como si tuviese propiedades que le hiciesen ser antes que convenir con la nada. De esta forma, la nada deja de ser nada porque se transforma para ser conceptualizado como, precisamente eso, nada, que entonces se convierte en algo que no puede ser. Al escuchar esto, Descartes eleatícamente, abriría los ojos en forma sorpresiva, lanzaría un puñetazo a su estufa y sentenciaría como lo hizo en Los principios de la filosofía: «Si se pregunta cuál sería el caso  si Dios removiese toda la materia de un envase y no dejase que nada más tomase el lugar de lo que había sido desalojado, entonces la respuesta debe ser que los lados del envase serían contiguos. Pues, si no hay nada entre dos cuerpos, deben estar juntos». El Descartes zenoniano del espacio nos da cuenta que antes que abrazar un vacío, que antes que definirnos por la nada, estamos contemplando la ruptura de algo que persiste en el espacio.

En la Física, Aristóteles hace una conceptualización interesante del espacio vacío: el vacío es en realidad un movimiento extremadamente rápido, nunca hay un nada porque inmediatamente es reemplazado por algo; sin embargo, hay un pequeño intersticio entre ese algo y ese antes del algo el suficiente tiempo para que sea nada.

Pero, ¿cómo podemos decir lo que no es?, se preguntaba Wittgesnstein.

Por alguna cualidad metafísica de la evolución -hablando seriamente y no-, la humanidad está volcada hacia el vacío, hacia la contemplación de la nada como una propiedad que no puede existir más allá de nuestra concepción de lo que podría ser pero no es. Y es como situarse a 8mil metros sobre el nivel del mar, pararse sobre el risco más cercano, y percatarse de la sensación impulsiva de lazarse al vacío. ¿Es que acaso somos suicidas por antonomasia?, preguntará ingenuamente un militante del escepticismo porque no puede preguntar de otra manera.»Los suicidas por antonomasia», podría ser el título de un tratado de antropología filosófica que explicase por qué la raza humana debe ser tratada precisamente como eso, pues es la única especie que se tortura con la conciencia de su finitud, por la contemplación de que antes de ser algo era nada y que se dirige a una nada más fundamentalmente grande: la muerte.

Y sin embargo ¿a cuántos metros de nuestra existencia nos encontraremos como para vivir con la sensación perpetúa de contemplar la llamada del vacío, la «l’appel du vide» en francés? A muchos, irrefutablemente. Aun así Freud argumentaría que esto es toda la pulsión de muerte que pueda concebirse, que en ese pequeño paréntesis de la existencia, a la que llamamos vida, deben definirse sus límites por contrapartida, es decir, a través de los límites infinitos de algo que no puede concebirse en concreto: la nada. La propiedad fundamental del vacío, si hubiera tal cosa como la propiedad fundamental del vacío, sería entender los confines de la vida a través de lo que fue, de lo que nunca será y de lo que eventualmente es. Es así como creemos, sin embargo, que aunque no podamos concebir la idea de estar muertos, si podemos imaginar y temer la experiencia de morir. Más aun: podríamos decir que toda la actividad humana es, en gran medida, un modo de negar la fatal inevitibilidad de la muerte.

Colocarnos cara a cara con el precipicio indicaría que estamos dispuestos a contemplar el «Y sí…» perpetuo del dilentantismo metafísico de la non existence. Es por eso que  convenimos en lazar piedras al vacío con la intención de condicionar la posibilidad del acabose. La muerte de las pequeñas cosas no implica realizar un tratado -que no lo es- espurio sin contenido ni coherencia lógica para explicar su magnitud, obvio. Implica  anticiparse a la pérdida definitiva que no presenciaremos. Perdernos nuestra propia nada parecerá angustiante porque a resueltas cuentas fuimos algo que nunca más será. Y hacia dónde dirigirnos sino es más que a instalar un espacio vacío.

La muerte de las pequeñas cosas consiste en permutarnos de la pérdida del hálito vital con cada pérdida objetual. Contemplar la caída de una piedra en el vacío metafísico de la vida, es saber que la piedra no se ubicará en ningún lugar puesto que desciende hacia la nada; y si la nada lo absorbe dejará de ser para convertirse conceptualmente en algo que fue. Y si, antes, la propiedad fundamental del vacío no era la propiedad fundamental del vacío, ahora la propiedad fundamental del vacío se condicionaría a establecer que el vacío en realidad es el espacio que antes estuvo ocupado por algo que ya no ocupa ese lugar en el espacio. El vacío es, en realidad, la conciencia de la ausencia, la certeza de la melancolía. La pérdida del lugar en el mundo de las pequeñas cosas equivale a comprender que el vuelo de una mariposa podrá verse interrumpido por una pisada, que se pueden perder 30 minutos de tiempo durmiendo de más, que ese yogur en el refrigerador desaparecerá, que la fe en la humanidad se perderá, que el disco de Selena con todos sus éxitos dejará de tener el mismo dueño.

Pero lo que dice Aristóteles, el vacío sólo es un intersticio antes de algo más. Y así, las mariposas volverán a copular, otro día vendrá, la industria del yogur abastecerá nuevamente el refrigerador, un militante filantrópico tocará tu hombro, y alguien podrá regalarte un disco de tecno-cumbias. Y es precisamente eso, tal vez lo angustiante del vacío no es lo que fue sino la posibilidad del reemplazo, la impermutabilidad del cambio, el reordenamiento armónico de las cosas con sus espacios. De esta forma,la nada sólo «es», eventualmente.

Pero como decía el viejo Hegel: si la realidad nos parece irracional, para comprenderla necesitamos inventar conceptos irracionales.

Polvo cósmico de aves, o sobre cómo escatología ontologíca de palomas espaciales.

 Subestimamos la capacidad de las decisiones, la capacidad de elección y la libertad que creemos conferida. El concepto de responsabilidad y los conceptos relacionados de conocimiento previo y elección se utilizan para justificar que el control de las cosas se controla.

¿Cómo podemos juzgar una actuación deliberada, y cómo suponer que un acto sólo está sujeto a las fuerzas de la circunstancia?

Si las consecuencias objetables de un acto fueran accidentales y sin probabilidad de que ocurriesen de nuevo, no habría por qué preocuparse. La gratificación de la conciencia se supondría en el plano de «no supe qué hacer, quién soy y de dónde vengo», la no responsabilidad de la no elección se supone inofensiva.

Pero los conceptos de elección, responsabilidad, etc. dan el análisis más inadecuado de reforzamiento eficaz y contingencias de las circunstancias, porque llevan una pesada carga semántica de una clase muy diferente, que oscurece cualquier intento de clarificar las prácticas de suponerse en el control de las cosas.

El caso es que nos contenemos en un gran universo con la carga ingenua de la posibilidad de control sobre todo.  Y en aquellos casos en los que no lo suponemos posible, exponemos la premisa de salvar prestigio y locus de control, identidad y autoestima: «No tuve elección».

Pero cuando la carga de control se supone manejable, cuando deslumbramos la posibilidad de elegir, de decidir, de optar por opciones que supondrán un proceder adecuado, semi adecuado, aceptable, semi aceptable, menos desastroso de las cosas, la aparición de circunstancias específicas nos parece que tiene un nexo delicado  y casi imperceptible con nuestros actos.

Nos concertamos en pubs contextuales de comunión indefinida entre sociabilidad, alimentos y desconcierto para exponer el A hizo B, porque yo hice A.

Si Melenacio cruza la calle y encuentra un billete de lotería y Decide ver el programa de lotería el domingo por la noche porque ha Decidido no salir con Hermelinda, debido a que ella Decidió ir a pasar el fin con sus amigotes; Melenacio se enterará que ha ganado el segundo premio de 1000 compartido con 20 personas más. Pero, ¿ qué llevó a Melenacio a cruzar la calle?, llegar al otro lado, claro, pero también es posible que Melenacio esa mañana se despertara 30 minutos antes justos para tomar el tiempo necesario y cruzar la calle que cruzó precisamente en el momento en que Geranio -vendedor de bienes raíces, que en su desesperación Decidió comparar un billete de lotería para disimular la lenta y degenerativa pérdida del status de la empresa que lo llevará paulatinamente a la bancarrota y poder invitar a Fratuencia a una cena de dos, en los balnearios Bálticos del Norte, pues ella Decidió en su época de juventud regresar cada invierno- en el momento exacto en que Geranio botaba su billete de lotería y Decidía tomar un taxi que justo pasaba por esa calle debido a que la congregación de trasportistas por la usurpación de espacios viales, había Decidido congregarse en la calle opuesta.

El resultado de todo es que cada decisión directa sobre las circunstancias está supuesta sobre una circunstancialidad indirecta que las determina. El punto concreto es que no somos puñeteramente libres, ni por un ápice de asomo. Y si el lector/a ha Decidido en este momento dejar de leer este texto sin congruencia, no lo estará decidiendo por sí mismo/a, sino por una intricada gama de factores deterministas.

Y es a lo que voy, posiblemente en nuestra carga ingenua de un universo infinito de autoengaños pensamos que nuestra vida está en nuestras jodidas manos.

Lo cierto es que posiblemente estemos siendo manipulados por la leyes físicas de alguna civilización universal de garbo intelectual más apremiantemente aplastante en comparación a la nuestra, tanto que sí la capacidad intelectual cumpliera la función del aparato urinario, y esta civilización y nosotros estuviéramos en un mismo baño público, sobre urinarios con compartimientos independientes; y esta civilización asomara la suya -capacidad intelectual, claro-, no osaríamos ni por consideración de la dignidad mostrar la nuestra -capacidad intelectual, obvio-.

Y es como va, toda la congruencia que los actos pueden mostrar sobre nuestras acciones no es más que ambages de oasis para evitar caer en el desierto del descontrol y del caos.

Así, mientras creemos decidir si sí o no, si mañana o ayer, si azul o rojo, un ser cósmico de la cuarta dimensión estará utilizando su palanquita de go -no go para cada acto que ejecutemos, porque al mismo tiempo, los seres cósmicos de la cuarta dimensión son bastante básicos.

Pero también es posible que sólo trate de omitir la responsabilidad de cada acto, de cada decisión y alivianar el arrepentimiento o la culpa  porque también, porque tal vez no tuve elección.

Pero quién se fija.

La ausencia total de miedo.

Veamos, establezcamos que el tren que sale todos los días a las 2 veinte de la tarde, esta vez se retrasa cinco minutos, justo cuando Eleonor tiene tiempo para subir al vagón delantero y preguntar por Cris que se encuentra en el vagón tercero por falta de espacio, de control muscular o porque simple y sencillamente le gusta el vagón tres. Ahora, Eleonor mientras grita por cada vagón Cris Criss, éste se abstrae en las peripecias de la señora Murcia de la estación que compra un boleto y sostiene un paraguas y se arregla el sombrero todo al mismo tiempo, esta señora intenta tomar el boleto con la intención de convenir con el auxiliar de la estación y establecer el deseo de un intercambio sincronizado boleto-billete; sin embargo, en ese mismo momento, una ráfaga de viento sacude el delantal falda de la señora haciendo que todo se desmorone por el anden de la estación; el auxiliar de la estación no pudo por más que emitir un agudo chillido de intención de risa, y llamar a Raúl que se encontraba en el portaequipajes del tren muy cerca justo para ayudar a la señora, Raúl acababa de ayudar al Dr. Fernando en el ensamble de tres maletas que habían llegado de Noruega y traían los mejores quesos de la provincia, una pequeña joven que pasaba por ahí tuvo que evitar ver directamente a las maletas y  evitar el desengaño de no desengañarse nunca sobre la calidad de tales quesos.
Y en efecto, la ausencia total del miedo no existe.

***

De qué irán las cosas que no se conocen del todo, una puede posicionar sobre el tono impersonal de esas explicaciones que se pierden enseguida más allá de la inteligencia y convenir que todo aquello que se creía valedero pierde validez. Bien se podría buscar una ayuda auxiliar, someterse al desmadre del diccionario pensando cómo y por qué, qué y de dónde chingados, pero las cosas aparecen tal y tal, fenomenológicamente hablando y no más, y una se apropia de ellas desde su margen mental de construcción subjetiva, aunque la voluntad se dirige concretamente al objeto del que no podemos estar seguros de su existencia , pero sí de la existencia de ese objeto por sí mismo en nuestra cabeza y es real en tanto permita componerse de una intencionalidad que nosotros nos encargamos de construir, también. En fin, ¿no sigue siendo una puta mierda en cualquier medida, en cualquier caso, en cualquier circunstancia circunscrita o no a la voluntad de ser y de estar?

***

Para el diccionario, el miedo significa duda, el paroxismo banal de la in-certeza, de la des-certeza; dudar en todo caso es temer y viceversa; tememos a las certezas y a la capacidad de no cuestionarnos, de dejar desenvainadas las representaciones mentales de todo aquello que se aglutina en ese estímulo evitante y preguntar si por estar a centímetros estamos a salvo. A salvo de qué, claro, pero no lo dudamos, porque la capacidad de dudar sólo se permite el desempeño de dudar por una región del ser, una región circunscrita que se represente inmediatamente sin concreciones de ningún tipo, si el miedo existe, si el miedo se presenta debemos dudar de si estamos a salvo aún si no desempeñemos el ejercicio duditativo sobre el qué.

boyirl:</p><br />
<p>Brian Oldham - Collage (2013 - 2014)<br /><br />

Nacer bien

¿Serías capaz de terminar con todo y empezar la vida de nuevo? Elegir una cosa, una sola cosa y ser fiel a ella. Pretender llevarlo a cabo con éxito. Algo que lo abarque todo, porque tu fidelidad lo hace infinito. ¿Serías capaz?

 Película 8 1/2  – Federico Fellini

Era palpable la ocasión para escribir acerca de Fellini y su compenetrante influencia sobre el estado existencial de las cosas. Y el séptimo arte.

Pero meh.

En su lugar me he puesto a pensar que a lo mejor somos los pequeños animalunculos vistos desde el lente de un tal leeuwenhoek, que se suceden en una espiral interminable de caos. Y autodestrucción, porque de qué otro modo. Y que, de forma mucho más sintética y estética, el caos es traspasado de manera ecléctica -drama, comedia, psicología de los cuerpos que se mueven en una espiral interminable de caos y autodestrucción y que, por ello, se suceden así mismos para continuar con la espiralidad de la situación- es traspasado pues a una pantalla grande para ser contemplados por los contemplados animalunculos. En fin.

El caso es que Leeuwenhoek y Fellini no estarían alejados por un gran trecho de invención. Que Leeuwenhoek pudo pasar su vida en un ambiente burgués del siglo diecisiete, comiendo perdices mientras hacia sus lentes de aumento doscientas veces superiores a los otros, enviando sendas cartas a la royal society para exponer los detalles encontrados en sus inspecciones, mientras que por lo bajo buscaban la inmortalidad de su condición a través de la exposición de los nimios mecanismos que se ajustan a las irreverentes condiciones de la existencia. Descubriendo espermatozoides, también, porque Leeuwenhoek no pudo imaginar que un día alguien traspasaría el umbral de su dependencia de telas de alta cuality para consultar, claro, la calidad de los hilos, de las fibras, en fin la tejeduría en general y acabó encontrando pequeñas especies, semillas del ser de la época, que pululaban en las telas de algún comerciante, de algún cliente que afanado por las condiciones de la necesidad de sucederse así mismo o por la gratificación que proporciona esa necesidad instintiva pero razonada como una necesidad no reductiva a instintos básicos biológicos; un cliente, un comerciante que momentos antes de entrar a la tienda, en alguna trastienda, en algún callejón de la Choorstraat, o bien cruzando por la Halsteeg, o cerca de Voldersgracht había desahuciado sus instintos básicos biológicos viniéndose fuera, justamente sobre las telas a evaluar, lo que explicaría todo. Pero no explicaría por qué en alguna trastienda, en algún callejón de la Choorstraat, o bien cruzando por la Halsteeg, o cerca de Voldersgracht y no en alguna buhardilla, en alguna casa particular, en algún cuarto en alquiler, con alguna amiga, conocida, pareja actual unida a él por los cánones de la época, o alguna persona unida al acto por cierta preferencia sexual u otros objetos de preferencia fetiche. O que tal vez, todo se explicara trasladando la polución de animalunculos sobre las telas en alguna estación de tren como acto de amor, como acto de despedida, el último polvo hasta el próximo que reivindicara una pasión aun no fagocitada por la rutina, con alguna amante, alguna amiga, conocida, esposa de condición o cualquier otra persona unida al acto por cierta preferencia sexual. Lo cierto es que los espermatozoides animalunculos pululaban en las telas en el momento de la inspección, y Leeuwenhoek los contempló en una espiral interminable de caos. Y autodestrucción.

En fin, Leeuwenhoek se dio con fidelidad a un acto hobby desprestigiado por colegas uber, post de la ciencia de la época que no veían en su acto de curiosidad y descripción de detalles ínfimos  la seriedad del rigor científico, un acto de pretensión que impedían a éstos inspeccionar con igual curiosidad y ahínco. En fin, digo. El descubrimiento de Leeuwenhoek hizo desestabilizar la tesis del mundo que condicionaba el pensamiento de la época. Y que claro este descubrimiento que no era necesario que se descubriera para que su mecanismo siguiera produciendo vida junto con el mecanismo activo de los gametos femeninos. En fin, de nuevo. Estos mecanismos intrínsecos, al menos en parte descubiertos por Leeuwnehoek, dieron vida a Fellini y a cualquier otro y otra. Lo que nos lleva a que  Leeuwenhoek y Fellini no estarían alejados por un gran trecho de invención. O únicamente sólo por eso.

Únicamente sólo por eso no, lo de la invención, porque ambos dieron rienda suelta a estándares de tesis personales acerca del mundo que tiene la gente. Y con la invención de una persona que se dio con fidelidad a su acto originó una eclosión evolutiva de lentes que dieron como resultado la cámara filmográfica; lentes de aumento que detallaran la presencia de gametos masculinos y anidados los óvulos de alguna Jeanne Josephine Costille darían como resultado, también, el nacimiento de los hermanos lumière. En fin, por quinta vez. Son detalles que no trataré aquí porque están en los libros de historia y la internet. Fuentes fidedignas y confiables en todo caso que resultan ser el ojo del pasado con cierta carga de -quiero decirlo, sí- subjetividad.

A lo que quiero llegar, en realidad, es que en la contemplación de mi vida como una cíclica sucesión infinita de eventos biográficos he tenido nausea y he vomitado simplemente porque no me he dado con fidelidad a alguna cosa en particular que cambie el panorama existencial de las cosas en general.

Tal vez, porque he imaginado la terminación de mis días a los 58 años, en alguna bañera, y con las venas en flor. Quién sabe.

O mejor, que dado a un arranque de rigor cosmopolita me eché a andar por el mundo sin pretensión maslowiana de superación ni nada, trabajando de camarera en restaurantes de paso, ahorrando lo suficiente como para colocarme la etiqueta cosmopolitania en la frente de mí existencia, y que al final de tanto ver y estar, de tanto vivir la plenitud del mundo sin ninguna capacidad de asombro, tirarme por algún risco de Suecia, o ahogarme en algún trasiego del Rin. Quién sabe.

En fin, autodestrucción.

Pero claro, tampoco.

anigif

Ser la casa de muñecas en la obra de Ibsen

Sustentemoslo simple: el hervor de la vida, el fragor de la existencia, el soporte inherente de la selección natural sobre el desarrollo de nuestra corteza prefrontal se remite casi por completo -si no totalmente- al drama.

Nos proyectamos desde ese ser humano semi bestial ululando sincopes vasovagales que no se remiten a un producción de procesos parasimpáticos, sino a una mediación de los hechos externos que hacen factible la presencia del acto mismo y soliviantan las consecuencias de la situación; o la apañan, y de esto depende la evaluación prematura de los acontecimientos, y por eso aquello. Y desde entonces hasta ahora, toda nuestra vida transcurre posicionándose bajo el manto del drama.

El drama, desde términos generales implica un compromiso con el entorno. La expresión emocional desde las palabras que realizan una acción. La realización de la acción que omite la implicación de las palabras. La teoría de los actos del habla y viceversa.

El drama predispone un estado de acción en relación a los acontecimientos del entorno. Somos precisamente responsivos, sí, al comprometernos con las implicaciones del drama. Pero únicamente eso, tampoco. Implica una responsividad expansiva que engulla toda capacidad de inhibición. Somo en fin, la exageración de la respuesta normal misma al ejecutar las nociones que sustentan al drama; lo que nos hace parte de éste. Nos hace, en todo caso, el resultado inherente de una respuesta que determina la emocionalidad discursiva de aquello que no puede expresarse por completo de manera simple y desentendida.

Entendemos, pues, las nociones del drama desde la definición de la exageración y la incontención dramática. Un término que se sustenta a sí mismo hasta el infinito porque no existe manera más acertada de definirlo.

Nos comprometemos a niveles distintos desde las medidas de la exageración, en las tablas de nuestra cotidianidad para colocarle el escenario correspondiente y transgredir el telón de la rutina con nuestra performatividad del absurdo. Pero como parte del género humano, evitamos por completo compenetrarnos y subsanarnos totalmente  a éste. No nos remitimos a la calidad absurdativa del acto y por ello convertimos el acto mismo en una proporción de significado con la extensión de nuestra emocionalidad en la expresión de la ocurrencia, pero nunca desde su simple descripción de vivencialidad.

En fin, el drama es lo que somos, eso que yace en nosotros desde lo que puede transcurrir hasta lo que seria y no es…

Los que formamos parte del gremio de ejecución dramática -desde el sentido cotidiano y no como ocupación-, vivimos en el limítrofe de la incontención contenida en un corcho de desproporción. Tratamos indulgentemente que todo rime a colación.

Lo que somos, en fin, son estructuras sustentadas en ganancias secundarias que permitan revalidar los acontecimientos que nos atañen. Sentir su sustancialidad, expresándola desproporcionalmente.

Y  bueno, concluimos con un aforismo que pertreche toda barrera de credibilidad respecto al tema: si no da para drama no sirve.

Espacios circunstanciales llenos de toda la suspensión innecesaria de acontecimientos que son porque a qué más pueden corresponder cuando son reducidos a más nada.

Como una buena esteta del equívoco, remito lo bonito a lo circunstancial.

Lo crucial, no es entonces conocer la esencia objetiva de la belleza. Lo crucial es saber que, un día, una se levanta sabiendo que, aún, en el lastre caótico del mundo las cosas bonitas perduran. Y bonitas porque necesitan serlo; bonitas porque le conferimos todo el sentido necesario para que lo sean.

En estos aparatosos y desvariados componentes de la bonitidad, una reconoce lo bonito que es tener espacios de refugio. Espacios de refugio de presencia corpórea que no remitan a un dispositivo virtual, sustancias psicoactivas o contenidos literatos de cosas hondas y profundas sobre cosas. Que sea pues, un ser, estar y pertenecer desde el sentido materialista completo sustentado en el contenido de las ideas -si lo ponemos desde esos términos, ovcours-, y qué bonito que es.

Es bonito porque en la primera oportunidad que se tiene, una busca  refugiarse a su espacio corpóreo de afrontamiento evitativo y minimizador. Y qué bonito.

Bonito también, porque una consciente como se es que sobre dieciséis pisos encima y lejos de todo pero en el centro, una ve lo demás desde una proporción diminuta mediada por enlaces y distancias de consecuencias, y qué bonito.

Bonito, en realidad, porque el espacio es un espacio de pérdida y reconocimiento. Un espacio de escondite de lo que se es entre todo lo que existe mientras perdura la capacidad de comprender y comprendernos. Y lo bonito que lo hace.

Lo hace bonito,  porque el lastre caótico del mundo, no lo toca; no se hace parte del mundo, pero el mundo lo sustenta porque de qué otra forma. Existe en la marginalidad del acontecer que termina haciéndolo bonito.

Termina haciéndolo bonito, porque el descubrimiento de su locación significa que una se ha desviado del acontecer natural de las circunstancias aunque no exista tal cosa, pero desde la objetividad que confiere lo subjetivo, esa es una manera de verlo bonito.

Y verlo bonito de esa forma significa que una no es la única y total poseedora del conocimiento de la bonitidad de los espacios de refugio.

Que lo hace bonito y común -componente reinante de la bonitidad- y en esos espacios comunes  una comúnmente se evade de lo cotidiano y su potencial reacción de angustia, y qué bonito.

No sé.

Y usted, ¿qué opina?

¿Usted se ha visto envuelto en una interacción en la que los demás le son insoportables y debe establecer un rictus de fastidio que desencadene conductas aceptables o es el homicidio en masa; aún si esto le provoque entumecimiento facial y la tortícolis por tanta sonrisita de complacencia oblicua, tanto asentimiento y tanto hartazgo desmedido?

 

Estratagema

No hay nada que nos amargue más que la certeza de saberse escudriñado.

Que nos enfrascamos en nuestros conflictos con la determinación escatológica de pudrirnos con ellos. De llegar a un punto de vencimiento y ser descartados ecuatitativamente porque tal.

Ecuatitativamente, porque esta palabra no existe. Pero sobre todo y más, porque la etiquetación de sabernos pasados en una estantería de exposición nos permite evadirnos.

Nos permite evadirnos porque afrontamos la interacción pública de ser escogidos atrás de toxinas botulínicas que permiten el descarte. Porque es que claro, nadie quiere fallos nerviosos de lidiar con nosotros. Nadie quiere la exposición a personas tóxicas que hacen metástasis con sus conflictos. Nadie quiere podredumbre pulida con orgullo.

Con orgullo, no -y por tanto- determinante; que consciente estamos que vendrá alguien que sabrá cómo desenroscar la tapa y entonces sí. Y entonces sí, nos apremia aprender a desenroscar la conserva de putrefacción idiosincrática sin el otro. Aunque también lo otro.

También lo otro, porque mientras lanzamos nuestras esporas tóxicas al espacio circundante lo hacemos bajo la negación de poseer una esperanza muy mal que bien escondida.

Y así y con eso y mientras nos deshacemos en deshacer todo, nos encontramos con alguien, y entonces el entonces sí: Caemos en la amargura de sabernos escudriñados, que alguien logra ver a través de nuestro paño de podredumbre y que descubre algo más que algo que se asemeje a mierda; y las defensas y las toxinas, no son suficientes y no surgen el efecto de siempre. Y mientras desgatamos los recursos psíquicos de la evitación, no evitamos ver que el otro sigue impávido y entendiéndolo.

Entendiendo lo que nosotros hemos entendido siempre. El punto de agotamiento luego de entender que alguien más soporta lidiar con tanta podredumbre ya no nos pudre tanto. Y esto nos pudre.

Pero también lo otro. Reivindicamos nuestros derecho a relacionarnos.

Una linda puta mierda, lo cierto.