Hace tiempo de lechuzas

El silencio es otra suerte de comunión.

El susurro es la extensión de un grito ahogado.

La palabra es el agente de lo no dicho.

¿?

Existe una ley que forma parte de la teoría de la información, ella específica que la aparición de una letra «a» – por ejemplo- no implicaría que su significado sea»a», por cierto, sino «no b a z». La premisa es una simplificación básica que denota que el significado de las cosas se comunica por aquello que no es comunicado. Por deducción natural, indicaría que ante el silencio no estamos no comunicando algo sino comunicándolo todo.

Y por eso, precisamente: silencio.

El peso de las cosas y su significado no podrían denotar lo mismo si se pronuncian, serían algo -seguramente- pero no aquello que por extensión significaría para el otro como para mí misma. Para solventar la paradoja que cuando decimos no decimos más que aquello que no estamos diciendo, prefiero callar.

Callar, no como la ausencia de asertividad  que impide expresarse sino por la consideración e importancia que se le da al vacío como oportunidad de uso. El valor del espacio vacío lo explica Lao Tse, diciendo: «Treinta radios se encuentran en el cubo de rueda: en la nada que hay allí reside el que pueda utilizarse el carruaje. Se hace arcilla y con ella vasijas: en la nada que hay allí reside el que puedan utilizarse las vasijas. Se rasga una pared con puertas y ventas para hacer habitaciones: en la nada que hay allí reside el que la habitación pueda utilizarse. Por eso, el ser es de utilidad, pero el no ser hace posible su uso» (Tao Teh Ching, Cap. 11).

¿Y para qué el silencio? ¿Para qué se necesita no decir lo no dicho a través de decir cosas?

Porque, precisamente, hablar, duele.

Pero, más específicamente, duele nombrar. No se trata de decir  sino de nombrar y delimitar un algo. Hacerlo real mediante la palabra, darle sentido y significado llenando espacios vacíos que pueden utilizarse para llenarse con sentidos y significados ambiguos provenientes del silencio.

El silencio y su capacidad cuántica de significar y no, puede proveernos de un salvavidas de explicaciones. La teoría especializado en tratados de psicología diría lo contrario, sobrepasar un evento emocionalmente perturbador se consigue hablando, el principio catártico de la histeria de Freud. La teoría complementaria explica que es necesario hablar, decir y nombrar hasta que hablar y decir y nombrar deje de doler.  Isak Dinesen, una relatora danesa de cuentos -y  citada impunemente en Hannibal-, nos dice que para soportarse, todas las penas deben ponerse en una historia, contar sobre ellas.

¿Qué digo yo?, callemos.

Posiblemente sea el consejo más contraproducente en un post de cosas. Porque callar ahoga, pero nombrar no salva.

Y nombrar no salva porque partir de la premisa del dolor para detallar sólo condiciona a enviar mensajes desestructurados de los hechos, a hilvanar historias mentales de la mejor versión que no dirá lo que queremos que diga si no todo aquello que ocultamos con lo dicho. Nombrar sólo ayuda a estructurar una mentira, a jugar con la fantasía y extender la realidad. Y claramente, me niego a negar diciendo.

Y no estoy diciendo nada porque este post es el más personal que he hecho al tratar de ocultar lo que necesito nombrar. No pudo decir que he pasado por la peores semana desde que existo pero tampoco puedo asegurar que por un lapso de existencia puedan haber peores. El fracaso, la enfermedad de alguien y el existencialismo puro se han encargado de triturar lo que la vida se empeña en comunicarnos: la aceptación. Pero para aceptar una cosa hay que hablarla, nombrarla, decirla, utilizar ese vacío de uso del que habla Lao Tse y hacerlo espacio de algo que se ha hablado,  nombrado, dicho. La negación a hablar proviene de que no puedo aceptar las cosas como me son dadas -sin citar a Cortázar- para hacer de ellas versiones virtualmente mejoradas o escindidas de lo que ocurre.

Callar es evitar reproducir «eso» en una cadena de significantes. Callar es evitar abrir vórtices dimensionales donde las cosas ocurren bajo la perspectiva de distintos detalles y elaboraciones. Callar es mantener una versión rígida de la realidad.

Callar no es negar es, finalmente, aceptar.

Como última instancia, que nunca nos falte el drama.

La comestibilidad ideológica.

La idea irreconciliable de reconciliarte con una idea. De tomarla de la mano y preparar un desencuentro casual planificado a la hora de la cena.

Verter en la copa un cúmulo vitae de eventos concomitantes de cosas análogas y parecidas para terminar degustando el tinte de su conservación.

Tenemos razón al tomar los cubiertos y escindirla, partirla desde los lados poralizantes de todo lo bueno y lo malo justificados en una etapa pre convencional de kohlberg. Y cuánta indigestión para la certeza de no saber, al proceso digestivo de la asimilación de la pruebas inexistentes.

Nos abrimos la bragueta para dejar espacio a lo inexorable, a lo inefable y a todo lo que se enlaza con los cánones de la duditabilididad, convencionales de la temporada.

Preparamos la cuchara del postre pensando en lo mejor de disfrutar. Tomar la idea y transformarla en un sí misma irreconocible bajo tanta crema chantally y cereza.

Engullimos de cualquier manera y de todas las formas la idea de la imposibilidad de reconciliarse con una idea, sin que la idea misma se digiera.

No sé si me explico.

El ciclo de la experiencia inconcluso.

Yo esto lo veo así: una no se rinde, una no es que no rinda. Es que las cosas simplemente cansan, es que una se cansa con las cosas. Y en el recodo de una acción en la que se iba con en el entusiasmo extendido de ganar la revolución, de volver a un punto inicial de preparación para ser una perpetua figura en posición centripeta en busca de un centro en espiral; pero figura a la que le corresponde sólo un circulo infinito de perpetuidad formal geométrica unidimensional, sin oportunidad de omphalos, sin oportunidad del delfos centro del mundo interior.

Una termina cansándose.

Pero cansancio cuál, cansancio qué, cansancio dónde, cansancio circunstancial que necesita coordenadas especificas cómo. Cansancios de tipos porque no se concibe al cansancio objeto como tal sino cansancio origen de.

Estar casada, si pero de qué. Y omitimos, con ello la propiedad fundamental del cansancio.
-¿Es que las cosas tienen propiedades fundamentales por sí mismas sin que nosotros se las confiramos?

Lo de «nadie- árbol- caída- ruido o no» implica lo mismo.

O qué sé yo.

Implica algo, al menos.

Implica, que es mucho-

La propiedad fundamental del cansancio no importa porque, al final, una está muy cansada como para conocerla. Una esta demasiada acomodada en el manto absurdo sísifiano de la caustica vital en forma de bola, en forma de circulo perpetuo de vaivén. Y una, en ese deliro extenuante, ve a sísifo tocándose las pelotas de su ego con su imperturbable cansancio y su alusión a un atlas; sísifo egocéntrico tipo rebelde que encuentra el sentido en el esfuerzo.

El punto arquimédico de la cuestión es que el cansancio, mi cansancio si lo colocamos en categorías de propiedades fundamentales, corresponde a la extenuación de la preparación, al estremecimiento de mi sistema nervioso simpático. A la construcción masiva de castillos invisibles en el aire, donde yo ama y señora concibo un sistema feudal nada funcional porque no existen feudos. Porque yo no competo con dominar a mis expectativas como súbditos obedientes y manifiestos a cumplir con mis ordenes de cumplimiento y que retribuyan mis deseos porque  mis expectativas no están conferidas con ellos. Bueno, yo; no las expectativas.

Pero qué mierda.

Todo esto es un rodeo de la situación para tratar de domarla. Enlazarla con un lazo corredizo que no funciona porque una nunca aprendió a realizarlos, una estaba demasiado cansada. Sin embargo, una sigue caminando en círculos, una sigue tratando de alcanzar su centro pero conociendo la perpetuidad formal geométrica del circulo, una sigue de hacer espiral el camino; pero la desaforidad de la intención no termina haciendo un circulo, no termina con un espiral, mucho menos. Termina con una convulsión de aires sinuosos. Termina con un tornado de destrucción masiva a su paso, que se da, que choca, que rompe y destruye. Sobre todo, destruye. Y por eso.

Al final: una termina cansándose.  Una no es que no se rinda, es que las nociones para  continuar ya no existen, se han destruido.

Bah.

No sé de qué va el asunto.

Uno puede salir de su casa un día y encontrarse con que Venus está en su punto perihelio mientras Mercurio se encuentra a 55 millones de kilómetros a su derecha, por lo que eso molesta a Venus más de lo que se puede decir porque en realidad no sé sabe cuánto eso puede molestar a un planeta; si es que lo molesta en verdad o en absoluto – que vienen siendo la misma cosa y esto puede molestar a alguien haciendo que sus energías cósmicas molesten más a Venus- el caso mismo es que esta persona por las mencionadas eventualidades, que no pueden tener relación alguna, posiblemente tenga un mal día; y al final de ese día regresará a su casa prenderá la tv y mientras se encuentra en estado hipnagógico, puede susurrar al anuncio del set de cocina que la vida es una mierda y ya. Listo. El individuo sujeto en cuestión ha podido desprenderse de aquello que lo molestaba – sin un examen exhaustivo de sus emociones, sin un evaluación consciente de sus sentimientos y sin un diálogo interno con sus pensamientos; claro, pero el ser humano unisex se ha sentido mejor o es que toda la molestia al final se ha desvanecido con los gases: que no podemos separar intestinos con corazón y corazón con cabeza. Y esto no se toma en cuenta porque al final (y por los cruces asociativos de una red cognitiva) se termina pensando en mierda, como si la vida en realidad y en sus elementos más sencillos no fuese una prueba de escatológica efervescencia.
Pero puede resultar también, que esa persona ese día decida no prender la tv – como sucede siempre cada que las personas deciden y toman las riendas de su vida (porque aunque usted no lo crea de esta manera refieren el tener el control desde sus bases más sencillas) y entonces dejan de ver tv, y a cuestionarse un poco de todo y a dolerles la cabeza y entonces recurren al bentazepam y 10 grm de Ibuprofeno , y mientras toman el vaso de agua para bajar esos pequeños restos sabor farmacia deciden (porque ellos dueños indiscutibles de su vida y su destino) encender la tv para pensar en otra cosa mientras el dolor de cabeza se escapa-. Ahora, entonces, esta persona ese día decide no prender la tv pero sin dolor de cabeza ni nada, porque hoy le toca el turno al llanto y al examen parcial de tu vida miserable que no va a ningún lado (Tu vida personifica a las paradojas de Zenón, dice este, por qué manifiesta el otro, porque no va a ningún lado, responde aquel mientras un grillo metafísico en algún lugar de algún alma ríe con su atinado sonido -esto posiblemente pasarían por la tv si esta persona hubiese decidido verla y no preguntar por la percepción de no movimiento de su estancada vida). Seguidamente esta persona se martillara la cabeza con algún problema de estantería, y.(¡Pero señorita!, el derecho al dolor ajeno es la paz, Ya señor, gracias. Déjeme en paz) Y bueno algo mas agregaría si no no hubiese sido interrumpida.

Lo anterior en suma, cabria en un espacio de suposición en la que esta persona, levantándose al día siguiente, decide ir al puticafé de la esquina a hablar con su equipo de apoyo emocional -que estudios recientes y detallados que ponen ninguna referencia teórica comprobable pero avalados por un grupo de científicos mundialmente reconocidos sin identidad ni referencia ni teoría comparable, han descubierto que entre ellos suelen llamarse amigos- así que este grupo de llamados amigos escuchan con perecedera atención cómo, esta persona, relata los acontecimientos de su examen parcial de vida que no va a ningún lado como si fuese un evento más dramático que el sólo hecho de no haber encendido la tv. Lo que esta persona desconoce es que este grupo de apoyo emocional se separará y se irá a sus propios puticafés con otro grupo de apoyo emocional – porque todos, personas sociables y con altos niveles de emocionalidad, claro- empiezan a relatar cómo es que tienen a un conocido.amigo.persona.parte-integral-del-grupo.emcional-de-apoyo-A, ha hecho un examen parcial de su vida y ha descubierto que no va a ningún lado, relatandolo como un hecho menos dramático que el no haberle echado azúcar al café. Finalmente, todos los miembros de los distintos grupos-mutuos-de-apoyo-emocional-b-c-d-e-f-g-s-y-r, se van a sus particulares hogares a relatar a sus particulares elementos de apoyo -gatos, perros, familiares molestos, parejas-permanentes-hasta-que-dure, plantas y tv- cómo es que un conocido de un conocido de un conocido de un conocido que conoce a una persona que ha hacho un examen parcial de su vida y se ha dado cuenta que no va a ninguna parte.

Y por realización obra y creación de los seis grados de separación de Karinthy,  la  ex pareja de la persona con el examen parcial de su vida se enterará de esta persona con el examen parcial de su vida pero con imposibilidades que sea la misma, según su criterio -ya que desconoce por completo la teoría de los seis grados de separación- sin embargo, esto la hará recordar la vez en casa de su entonces pareja -que en el futuro haría un examen parcial de su vida pero que entonces su ya no pareja no podría saber que es la misma persona- recordará entonces, que el 6 de agosto a las 12:45 pm, había tomado el último pastelillo del refrigerador haciendo que su entonces pareja se enfadara demasiado y empezara a divagar sobre sus potenciales problemas vitales -Sin que la ex pareja de la persona del examen parcial de su vida, siga sin saber además, que esta persona del examen parcial de su vida llegará a casa después de un día aciago, decidirá no encender la tv, pero sí disfrutar de algún aperitivo, abrirá el refrigerador y se dará cuenta de las nulas existencias del tentempié haciendo caer a esta persona sobre la silla más cercana y recordar la vez en que su ex pareja habría tomado el último pastelillo y había hecho que divagara acerca de temas potencialmente problemáticos de su vida pero que ahora la etiqueta de potencialmente había ascendido a verdaderamente, haciendo con ellas un examen parcial de su vida- pero entonces… la ahora ex pareja, eructará mientras, cortando un pedazo de bizcocho en el puticafé, contará cómo la noche anterior se ha divertido de lo lindo con el programa de Zenón.

¿Hace desesperanza o sólo soy yo?

¿Podemos congregar la amargura de la desdicha bajo la coraza de la abundancia? ¿Somos lozanos y loables a las prematuras circunstancias que nos atañen a la poliferación de una adyacente reiteración de los hechos mediáticos bajo centenares de pululantes preguntas que naufragan en un mar cognitivo de incertezas? ¿hay desesperanza o sólo soy yo? ¿Hay un cambio climatológico homesotático procediendo a nublar expectativas estratificadas sobre esquemas precedentes y neurotransmisores ansiolíticos? Puedo soltar la mano sobre el escozor de la premura de que tal vez hoy hemos olvidado el paraguas en casa. Que los pensamientos automáticos y las distorsiones cognitivos caerán sobre mojado  en nuestra atribulada existencia. Puede ser perecedero a profecías autocumplidas de meter los pies en un charco, de ser empapados por autos de tripulación no especificada. Pero si limitada por estructuras de economía cognitiva. Será, hoy, la desesperación o la desidia. Será que nos hemos topado en algún punto de nuestros recorridos verbales que des como prefijo denota más incontinencia que contención. Indica más el vacío que la nada, y que algo sólo está vacío en la medida en que antes estuvo lleno, ‘cause- fundamental-logic.-for- dummies-and-desdummies. Será porque hemos dejado que el plan automático de escritura designe significados inherentes e idiosincrasias a frases hilvanadas de manera incoherente. Buscando la ironía en el sarcasmo mismo del medio de dos más cinco. Y, que, cuando contamos con los dedos y olvidamos los niveles de intervalo numérico no estamos más lejos de la verdad que cuando sí.

El minotauro de al lado.

Es que después de tantos por qués y cómos vamos a tener que enfrentarnos con el minotauro del laberinto de incertidumbre que hemos construido.

Queda la certeza de la duda sobre la posibilidad de ver el suelo cubierto por entrañas.

Pero a partir de aquí y a otro momento, empezamos a crear otro vórtice de incertidumbre que nos desea conducir a dilucidar si ha sido el minotauro  o nosotros mismos, los muertos. Si hemos sido los dos. Y esto vendría siendo lo que para Dorian es su reflejo y lo que para Dr. Jekyll es su Mr. Hyde.  La muerte de la figura mitológica implicaría la muerte del sí.

Que a lo mejor, debamos aprender a vivir con ella, con él. Organizando ceremonias de té, y hablando de lo duro que está el clima. Pero sin asegurar nada, claro. El clima está o no está cálido. Puede que llueva o no lo haga. Y esperando el momento en que el minotauro nos rebane la cabeza. Porque esa es su naturaleza como la nuestra el tratar de aplacarlo.

O que tal vez lo necesario sea rodear el centro del laberinto y vagar ociosamente por los espacios de pérdida, preguntándonos quiénes somos, para qué existimos, de dónde veníamos.

Y que en una de esas, seguramente en uno de esos callejones sin salida como siempre sucede –porque que esos nos han planteado los spots de imágenes icónicas rosas, haciéndonos creer que han derrotado al minotauro y han sobrevivido y han tomado la respuesta del universo y todo lo demás sobre su lomo, y bebido su sangre y cogido sus cuernos y que la única salida de un callejón sin salida sea otro y no el minotauro, sino otro- y entonces cuestionarse entre sí, con el otro, como siempre nos quieren hacer creer que sucede, cuáles son nuestros nombres, dónde vivimos, qué nos gusta. Y claro, todo cuestionamiento intangible desde posiciones metafísicas irrepresentables de manera fenomenológica o similares, se convierten en meras representaciones tangibles y simples: Juana, María, Jorge, Luis, en los prados, en las aciagas, en la calle del oratorio, las fresas con cremas, el chocolate y los atardeceres.  Tan concreto, sencillo y preciso,sin necesitar de recodos: todo parece rebosante de sentido.

Y todos somos Juana, María o Luis y tenemos un lugar con un sentido.

Pero el cuento no acaba con una cadena de brazos humanos tomados por la sensibilidad de las figuras digitales y con ello, encontrando la salida. Que las representaciones escamoteadas que nos ofrecen son sólo paños paliativos de siete montes sobre nuestras certezas mientras rezagamos las abstracciones por debajo de la cama con un puntapié despectivo de evitar el desgate del desequilibrio cósmico. Pero y es que ¿necesitamos tan desesperadamente de una verdad inalienable, que nos conduzca de manera uniforme, que nos sostenga de manera estable y por igual? Y desde esta pregunta hasta entonces, podemos imaginar una vasta gama de posibilidades que solucionan la miserabilidad humana construida por la duda y su falta de consenso –reduciendo a una sola causa los problemas de pensar serio, como hacen todos esos intelectuales de opinión-, pero en una de esas la imaginación nos juega una jugarreta y vamos entonces construyendo conceptos abstractos que se originan en nada concreto y que definen condiciones ambiguas y que necesitan respuestas puntuales. Y con ello vemos: desastre naturales, protestas pacíficas-violentas, personas inconformes, muerte, violencia, hambre y sufrimiento. Pobreza. Y la utopía se desarma y comprendemos.

Al final somos nuestro propio minotauro, claro. Pero no lo creo.

De manitas sudadas con la comunidad bloguera

Primero, los universales. Luego, subir ensayos. Voy en detrimento de mis principios para ser aceptada por una comunidad de bloggers wordpressianos y OH. Pero además ya no me quedan tantos megas de espacio publicitario y quiero extra limitarlos. Claro.

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El Hombre Light

“Con pensamiento débil, convicciones sin firmeza, asepsia en sus compromisos, indiferencia sui generis hecha de curiosidad y relativismo a la vez…” -escribe Enrique Rojas en El Hombre Light-, “su ideología es el pragmatismo, su norma de conducta, la vigencia social […]; su ética se fundamenta en la estadística; su moral, repleta de neutralidad, falta de compromiso y subjetividad, relegada a la intimidad […]”.

Por su manera de plantear la descripción parecerá que Enrique Rojas nos esboza el perfil de alguien que está a punto de lanzarse de un décimo piso; pero no, en realidad, es el perfil del hombre de nuestro tiempo, que busca su satisfacción material; un hombre permisivo, hedonista, consumista que se rige por los principios del relativismo y que aunque con todo “resuelto” no es ni por asomo feliz. Nos muestra, en fin, la imagen fiel del hombre corriendo tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte o parte alguna en la que, precisamente, busca: en su nihilismo cultural.

Pero, aunque la intención del autor es exponer los vicios de la época, lo hace desde un enfoque absoluto, es decir, crea el estereotipo perfecto del hombre actual. Si en la época medieval era el hombre bárbaro y durante la modernidad era idealista ahora es indiferente. La tendencia de Enrique Rojas a absolutizar lo lleva a pautar una macro descripción antropológica donde la subjetividad es un libertinaje. La gente, sí, hace lo que quiere pero quiere lo que los otros hacen, parece decir; con ello, se cae en un consenso relativo que no es más que un conceso vulgar.

Lo conveniente al respecto es dominar esa homogenización del pensamiento relativo a través de una nueva ética moral que establezca el bien y el mal, y olvidar eso de que no existen valores absolutos de validez universal; y negar todo rastro del pluralismo ideológico y socioestructural; y superar esas condiciones personales, sociales e históricas que determinan a cada individuo de manera única.

Además, Rojas parece percibir que la nueva espiritualidad es material y se le rinde culto al bienestar superficial. Pero saquemos de este árido panorama a otro desolador: el hombre tercermundista, que necesita tener para sobrevivir y se empaña en una espiritualidad que ofendería hasta a la más férrea ironía volteriana religiosa –la religión para necios, desgraciados y barbaros-.

En este punto, quiero aclarar que mi intención no es negar la naturaleza humana moderna. La falta de sentido de la identidad del individuo producto de inseguridades mentales y morales no puede reducirse a ningún punto incomprobable cuando es una realidad palpable.  Pero decir “naturaleza humana moderna”, ¿es correcto?  Tal vez, lo ideal es plantear que la naturaleza humana es, fue y será egoísta, concentrada en su interés, que busca el bienestar más inmediato, aquel que reduzca los costes.  Esta afirmación es totalmente valida desde una concepción pesimista antropológica en el marco de una filosofía social. Pero frente a ella emerge otra clase de pesimismo de índole cultural o social, que plantea una civilización en decadencia, y que va muy acorde a la idealización del pasado que se percibe en las líneas de El Hombre Light.   Para Enrique Rojas, debió existir en la historia de la humanidad una época donde el humano era más humano, donde el hombre era más feliz.  Es natural observar como estos pesimistas sociales alardean de una decadencia total en su época; como si la concepción de decadencia se reformara con la era.

Ahora bien, es conveniente preguntarse si actualmente con las revoluciones científicas que mejoran el modo de vida, con las liberaciones personales y el constante acecho por el cumplimiento de los derechos humanos, con esto, que podríamos llamar, ”pequeños“ detalles de ingeniería social resueltos ya no es dable cuestionarse acerca de la civilización misma más que por cómo el hombre se civiliza. Me explico: con la paulatina superación de dogmas políticos, religiosos, económicos (o al menos, creo yo, una supuesta superación del descaro con que se acompañaban en el sentido de que ahora es necesario disfrazarlo bajo un slogan) y la constante pugna por extender un bienestar de alcance global, de aquí se desprendería una preocupación ya no, pues, de orden “estructural” si no se reduciría a cuestiones de índole moral e intelectual. Cuando ya no queda más por qué injuriar se injuria contra la naturaleza misma del hombre. Lo que parecería correcto, en este caso, es no validar ninguna postura pesimista: el hombre de hoy no es inferior a sus ancestros y  mucho menos pretende desaparecer a su especie cuando busca mejorar la calidad de vida mundial.   Lo correcto, en fin, es desligar los problemas falsos de aquellos verdaderos inherentes a la condición de la época; y que está condición de la época es inherente a una crisis contemporánea que es necesaria sortear para continuar con el progreso del hombre.

Pero con lo alarmante que son para el autor estas características contemporáneas no le ha quedado más que acudir a las señales de socorro que emite el hombre hipermoderno con su control de mando e intervenir con soluciones que, para su pesar, caen en un total relativismo- Proyectos personales, valores familiares, etc.-.  Además, propone una reevaluación del pensamiento filosófico clásico, una regresión al pensamiento cristiano y hace énfasis en la función del sufrimiento humano como un medio para desarrollar la conciencia y con ello el hombre podrá ser consciente de su fragilidad; precisamente, haría falta flagelarse mentalmente para cultivar el intelecto. Pero aunque la reflexión del autor parecerá retrograda es comprensible su intención: un proyecto ético de fraternidad interhumana; sin embargo, su concepción encuentra un error al no tomar en consideración esta variable de la evolución de la conciencia: nuestro cerebro actual no es el mismo que el cerebro de un siervo medieval por lo que usar de manera vigente -como proyecto determinante para “componer” la naturaleza humana- ideologías que hicieron una contribución inestimable a una visión del hombre y  a una civilización en épocas históricas determinadas es aceptar que, en realidad, la tierra es plana y es plana porque la rotación de la tierra sobre sí misma nos causa mareos.

A todo esto, hay que alabar la capacidad prolífica del autor para crear un libro de citas que, claramente, muestra una preocupación profunda por su prójimo y que busca soluciones desde sus propias creencias y convicciones filosóficas. Y que aunque algunas de estas preocupaciones puedan salirse de un enfoque realista muchas otras son razonables. Con las condiciones paradójicas de bienestar y caos dispersos en el mundo, lograr un equilibro sensato parecerá una utopía; y con la difusión de la identidad del hombre de ahora, debido a este proceso globalizador, que lo coloca en una seria posición de indeterminación, indecisión y como, último recurso, de indiferencia, una vista al pasado por ser ya conocido parecerá reconfortante. Pero la respuesta no se encontrará volviendo sobre nuestros pasos, más bien concierne establecer soluciones que se adecuen a las exigencias de la época, es decir, no tanto acudir a puntos polarizantes de odio- amor a la posmodernidad, sino saber emplear los nuevos recursos que nos brinda desde otras perspectivas: que, por ejemplo, la tecnología en lugar de establecer interacciones humanas frías y distantes, en realidad, nos permite conectarnos empáticamente con la raza humana en una biosfera única y en el proceso encontrar una nueva identidad a la cual aferrarnos. Si hemos pasado de una identificación por lazos de sangre, a una identificación por ideologías religiosas, a otra identificación basada en una nacionalidad, ¿no sería conveniente establecer una nueva identificación fundamentada en la noción de la biosfera como comunidad única? Y es posible, sí, que este planteamiento suene muy bien como utopía de campaña medioambiental y no como una seria posición de resolución a problemas agobiantes de la raza humana pero, como lo hace el libro mismo, permite abrir una brecha de cuestionamientos sobre la manera más adecuado de establecer un mundo racional y adecuado a las exigencias de la dignidad humana.

El titulo es opcional…

El problema con los universales no es el concepto concreto que define sino las decisiones que se tomarán a partir de ello; porque luego de conocer y compartir la esencia de tal, deviene al conocimiento: una acción.   El problema se sustenta desde una postura metafísica de lo absoluto del sí porque no y del no porque sí. De constreñirse en ese espacio de aliciente espesura de incertidumbre, bajo conceptos que parecen estabilizar el momentáneo mareo de una determinación infundada por verdades creídas en conjunto. Yo, lo que quiero decir con estas charadas que me salen del carajo es que la decisiones son el mal, la hiel del alma.

Como consecuencia, una no debería verse envuelta en ese irregular y atemporal fluir de la esencia de las cosas para determinar una acción con respecto a un objeto. Esto debería ser escupirle a la cara de los humanistas, personalistas y a su escorbutosa concepción del potencial humano y su inherente libertad. Que estas concepciones antropológicas me la cierran y me la secan; sin embargo, aunque de alguna manera terminen haciéndome un ser asexuado, las comparto. Al final, una, para admitiendo que estas concepciones son decoradoras de interiores externos – decoradores de realidades, pues. Aún así, eso no deja de hacerme una obsesiva controladora de las situaciones que necesita tomar y sentir que sus decisiones mantienen el control; que porque, según lo que esta alma en pena argumenta, el sentir fluir libre y constante de las circunstancias bajo los pies no es una sensación nada agradable, y que las concepciones de nuestra realidad nos determina y no al revés me da un guantazo en la cara y me reta a un duelo que, para obviedades nimias, no ganaré. El problema entero es que cuando siento y pienso que algo no está donde debería,  que se ha salido del control por no respetar mis ordenes internas de la organización inalienable de cada cosa, me descontrolo y por ende, yo, esta paradoja no la tolero.

Las personas, por ejemplo, deberían atenerse a el guion que yo mentalmente les tengo preparados. Que deberían atender a las cosas que se les pide explicitamente y evitar construir otra realidad alterna con otras esencias de cosas y otros universales diferentes a los míos que, de alguna manera, determinarán su conducta y  las separará por trecho enorme de las conductas que deberían seguirse. LA GENTE SIMPLEMENTE DEBE DEJAR DE HACER LO QUE SE LE DE LA PUTA GANA, aunque nuestro Maslowsito, nuestro Rogergsito diga lo contrario, pero dentro de los límites de lo establecido.