Primero, los universales. Luego, subir ensayos. Voy en detrimento de mis principios para ser aceptada por una comunidad de bloggers wordpressianos y OH. Pero además ya no me quedan tantos megas de espacio publicitario y quiero extra limitarlos. Claro.
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El Hombre Light
“Con pensamiento débil, convicciones sin firmeza, asepsia en sus compromisos, indiferencia sui generis hecha de curiosidad y relativismo a la vez…” -escribe Enrique Rojas en El Hombre Light-, “su ideología es el pragmatismo, su norma de conducta, la vigencia social […]; su ética se fundamenta en la estadística; su moral, repleta de neutralidad, falta de compromiso y subjetividad, relegada a la intimidad […]”.
Por su manera de plantear la descripción parecerá que Enrique Rojas nos esboza el perfil de alguien que está a punto de lanzarse de un décimo piso; pero no, en realidad, es el perfil del hombre de nuestro tiempo, que busca su satisfacción material; un hombre permisivo, hedonista, consumista que se rige por los principios del relativismo y que aunque con todo “resuelto” no es ni por asomo feliz. Nos muestra, en fin, la imagen fiel del hombre corriendo tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte o parte alguna en la que, precisamente, busca: en su nihilismo cultural.
Pero, aunque la intención del autor es exponer los vicios de la época, lo hace desde un enfoque absoluto, es decir, crea el estereotipo perfecto del hombre actual. Si en la época medieval era el hombre bárbaro y durante la modernidad era idealista ahora es indiferente. La tendencia de Enrique Rojas a absolutizar lo lleva a pautar una macro descripción antropológica donde la subjetividad es un libertinaje. La gente, sí, hace lo que quiere pero quiere lo que los otros hacen, parece decir; con ello, se cae en un consenso relativo que no es más que un conceso vulgar.
Lo conveniente al respecto es dominar esa homogenización del pensamiento relativo a través de una nueva ética moral que establezca el bien y el mal, y olvidar eso de que no existen valores absolutos de validez universal; y negar todo rastro del pluralismo ideológico y socioestructural; y superar esas condiciones personales, sociales e históricas que determinan a cada individuo de manera única.
Además, Rojas parece percibir que la nueva espiritualidad es material y se le rinde culto al bienestar superficial. Pero saquemos de este árido panorama a otro desolador: el hombre tercermundista, que necesita tener para sobrevivir y se empaña en una espiritualidad que ofendería hasta a la más férrea ironía volteriana religiosa –la religión para necios, desgraciados y barbaros-.
En este punto, quiero aclarar que mi intención no es negar la naturaleza humana moderna. La falta de sentido de la identidad del individuo producto de inseguridades mentales y morales no puede reducirse a ningún punto incomprobable cuando es una realidad palpable. Pero decir “naturaleza humana moderna”, ¿es correcto? Tal vez, lo ideal es plantear que la naturaleza humana es, fue y será egoísta, concentrada en su interés, que busca el bienestar más inmediato, aquel que reduzca los costes. Esta afirmación es totalmente valida desde una concepción pesimista antropológica en el marco de una filosofía social. Pero frente a ella emerge otra clase de pesimismo de índole cultural o social, que plantea una civilización en decadencia, y que va muy acorde a la idealización del pasado que se percibe en las líneas de El Hombre Light. Para Enrique Rojas, debió existir en la historia de la humanidad una época donde el humano era más humano, donde el hombre era más feliz. Es natural observar como estos pesimistas sociales alardean de una decadencia total en su época; como si la concepción de decadencia se reformara con la era.
Ahora bien, es conveniente preguntarse si actualmente con las revoluciones científicas que mejoran el modo de vida, con las liberaciones personales y el constante acecho por el cumplimiento de los derechos humanos, con esto, que podríamos llamar, ”pequeños“ detalles de ingeniería social resueltos ya no es dable cuestionarse acerca de la civilización misma más que por cómo el hombre se civiliza. Me explico: con la paulatina superación de dogmas políticos, religiosos, económicos (o al menos, creo yo, una supuesta superación del descaro con que se acompañaban en el sentido de que ahora es necesario disfrazarlo bajo un slogan) y la constante pugna por extender un bienestar de alcance global, de aquí se desprendería una preocupación ya no, pues, de orden “estructural” si no se reduciría a cuestiones de índole moral e intelectual. Cuando ya no queda más por qué injuriar se injuria contra la naturaleza misma del hombre. Lo que parecería correcto, en este caso, es no validar ninguna postura pesimista: el hombre de hoy no es inferior a sus ancestros y mucho menos pretende desaparecer a su especie cuando busca mejorar la calidad de vida mundial. Lo correcto, en fin, es desligar los problemas falsos de aquellos verdaderos inherentes a la condición de la época; y que está condición de la época es inherente a una crisis contemporánea que es necesaria sortear para continuar con el progreso del hombre.
Pero con lo alarmante que son para el autor estas características contemporáneas no le ha quedado más que acudir a las señales de socorro que emite el hombre hipermoderno con su control de mando e intervenir con soluciones que, para su pesar, caen en un total relativismo- Proyectos personales, valores familiares, etc.-. Además, propone una reevaluación del pensamiento filosófico clásico, una regresión al pensamiento cristiano y hace énfasis en la función del sufrimiento humano como un medio para desarrollar la conciencia y con ello el hombre podrá ser consciente de su fragilidad; precisamente, haría falta flagelarse mentalmente para cultivar el intelecto. Pero aunque la reflexión del autor parecerá retrograda es comprensible su intención: un proyecto ético de fraternidad interhumana; sin embargo, su concepción encuentra un error al no tomar en consideración esta variable de la evolución de la conciencia: nuestro cerebro actual no es el mismo que el cerebro de un siervo medieval por lo que usar de manera vigente -como proyecto determinante para “componer” la naturaleza humana- ideologías que hicieron una contribución inestimable a una visión del hombre y a una civilización en épocas históricas determinadas es aceptar que, en realidad, la tierra es plana y es plana porque la rotación de la tierra sobre sí misma nos causa mareos.
A todo esto, hay que alabar la capacidad prolífica del autor para crear un libro de citas que, claramente, muestra una preocupación profunda por su prójimo y que busca soluciones desde sus propias creencias y convicciones filosóficas. Y que aunque algunas de estas preocupaciones puedan salirse de un enfoque realista muchas otras son razonables. Con las condiciones paradójicas de bienestar y caos dispersos en el mundo, lograr un equilibro sensato parecerá una utopía; y con la difusión de la identidad del hombre de ahora, debido a este proceso globalizador, que lo coloca en una seria posición de indeterminación, indecisión y como, último recurso, de indiferencia, una vista al pasado por ser ya conocido parecerá reconfortante. Pero la respuesta no se encontrará volviendo sobre nuestros pasos, más bien concierne establecer soluciones que se adecuen a las exigencias de la época, es decir, no tanto acudir a puntos polarizantes de odio- amor a la posmodernidad, sino saber emplear los nuevos recursos que nos brinda desde otras perspectivas: que, por ejemplo, la tecnología en lugar de establecer interacciones humanas frías y distantes, en realidad, nos permite conectarnos empáticamente con la raza humana en una biosfera única y en el proceso encontrar una nueva identidad a la cual aferrarnos. Si hemos pasado de una identificación por lazos de sangre, a una identificación por ideologías religiosas, a otra identificación basada en una nacionalidad, ¿no sería conveniente establecer una nueva identificación fundamentada en la noción de la biosfera como comunidad única? Y es posible, sí, que este planteamiento suene muy bien como utopía de campaña medioambiental y no como una seria posición de resolución a problemas agobiantes de la raza humana pero, como lo hace el libro mismo, permite abrir una brecha de cuestionamientos sobre la manera más adecuado de establecer un mundo racional y adecuado a las exigencias de la dignidad humana.