Yes, please no.

Asegúrese de estar en una posición cómoda. La teoría especializada establece que, para una ejecución óptima, es necesario mantener la espalda erguida mientras se encuentra ubicado en su banco para estar; también, colocar los pies sobre el suelo de manera que exista una separación de 40 centímetros o más entre uno y otro -entre las tersas extremidades inferiores, dicen-; además, se hace necesario ser un alfarero de la mímica: Practique ante el espejo los gestos faciales que ayudarán a  los demás a compenetrarse con sus emociones, realice esto con los ojos y haga así con la boca -siempre resulta, manifiestan-.

Tampoco olvide monitorear su respiración. Los suspiros que se realicen junto con la composición pueden ayudar a prestarle realismo a la situación. Realice cuantos suspiros sean necesarios para que la gente encuentre elocuente su interpretación -sea uno con la exhalación universal de la melancolía, recomiendan-.

Preste especial atención al asunto de las manos: unas manos delicadas, tersas con movimientos suaves y precisos ayudarán a mantener la ejecución por el tiempo que deba prolongarse. Las manos comunican tanto más que la voz y la cara, las manos traspasan -utilice sus manos como quien se aferra a un risco, con esa sutil solicitud de apremio de los dedos y la excesiva angustia que los crispa, reafirman-.

Cuanto más sea consciente de su ser en el mundo tanto más estará habilitado para manipular cada aspecto. Cuando crea haber completado cada requerimiento, recueste su cuello sobre ella. Esto brinda una imagen de serenidad y confianza, atraerá a la gente a su composición y podrán adoptarla.

Finalmente, toque. Toque con esos maniatados y desesperados dedos los hilillos que componen su realidad para crearla, para modificarla, para apropiársela. Considere aquellos hilillos que más vengan a su conveniencia, fuercelos a que sean maleables a su interpretación y omita aquellos que traten de desestabilizarla. Es más, afloje las cuerdas que componen a su realidad y cuyas notas le son desagradables de oír, deshechelas. Cree constantemente la convicción de que su realidad es genuina a través de un bello arpegio. Niéguese a alterar su realidad cuando alguien le advierta de un error en su interpretación. Recuerde: usted es un interprete incomprendido de su situación.Y sobre todo, si en algún momento, en alguna situación, por algún artilugio de la percepción, usted es consciente de todos y cada uno de los hilillos que componen su realidad como unidad total, y puede apreciar los matices de cada sonido: proceda a levantarse, lave su alfareara cara de gestos y sumerja sus delicadas y tersas manos de suicida en una tazón con agua y hielo mientras presencia el dehielamiento como quien ve televisión o navega en la Internet. Y entonces, sólo entonces, ejecute sus verdades.

-Aconsejan-

dddddd

Patrañas trascendentales: el querer qué.

The Writer said:
Everything I told you before…is a lie.
I don’t give a damm about inspiration.
How would I know the right word for what I want?
How would I know that actually I don’t want what I want?
Or that I actually don’t want what I don’t want?
They are elusive things: the moment we name them, their meanng disappears,
melts, dissolves like a jellyfish in the sun.
My conscience wants vegetarianism to win over the world.
And my subconscious is yearning for a piece of juicy meat.
But what do I want?

Stalker – 1979. Tarkovsky


Un camarero se acerca a la mesa seis, convenientemente ubicada entre ese espacio típicamente tenue de los restaurantes típicamente instalados en las esquinas de las avenidas, es decir, entre la columna lateral derecha, la ventana hacia el exterior y el espejo. El, entonces, camarero -porque justamente ahora la certeza del «ser» camarero no nos queda clara- se acerca a los comensales, que precisamente en la mesa seis, sostenían los menús del restaurante con apremio por tratar de entender los precios en letra pequeña y, claro, los nombres de los platillos combinados con voces del latín, el francés y el italiano. El, entonces, camarero pregunta con el tono afable con el que hablan los camareros en los horarios comprendidos entre 10:30 am a 1:28 pm: «¿Ya saben lo que quieren?»

Ya-saben-lo-que-quieren, y las palabras parecen golpear el exceso de peso de la existencia en la grasa trans de la metafísica barata. La noción del reconocimiento del tiempo, del conocimiento y del deseo nunca hizo que se abriera tanto como ahora o siempre un vórtice de reflexión que acabase a su paso con toda esperanza vitalicia sobre el futuro de la posesión.

Sin embargo, no podríamos saber con exactitud qué pensó el comensal-uno después de ser interpelado con semejante cuestionamiento; podemos suponer que la pregunta trascendió retrospectivamente hacia una época de su infancia en tonos sepia donde irremediablemente se vió  en la difícil posición de decidir entre el helado sabor vainilla y pistacho. Claramente, la conmoción emocional del comensal-uno-bebé no puede ser la reproducción exacta del comensal-uno-adulto pidiendo la cremme et foei-grass e tartufo, aún así la vacilación inicial de la elección deja en entredicho la facilidad de la determinación del saber querer qué.

Si nos aproximáramos al comensal-dos, veríamos un efecto curioso al escuchar su pregunta: «Está raro el tiempo, vaaa». Cualquiera pensaría que es una disertación especialmente clarificadora de la constatación entre la temperatura ambiente contrastada con la temperatura corporal, y que se basa en esos mecanismos de los predictores del tiempo que nos permiten tener conciencia e ilusión del control sobre el futuro, aunque al final nunca sea de la manera que dicen que sería. En fin, podría ser esto tanto como cualquier cosa, porque sabemos que la permanencia de la relatividad sopesa cada palabra de nuestro lenguaje para aproximarnos a límites de una marco referencial complejo en su estructura y simplificado en su significancia. En relativas cuentas, el comentario explayador de una condición climática nos indicaría la dilación excusatoria de una elección.

De esta manera, el comensal-dos está en una posición en la que elegir querer qué supone la difícil consecuencia del descarte. Y es que con «querer», el lenguaje obra de maneras misteriosas. Una pre selección de alternativas y multiuniversos de posibilidades que se reducen al aplazamiento de una decisión. El querer implica iniciar un juego de «pares y nones». Y es que elegir una opción evita caer en la caja shrödingeana de la vida, es esto pero también podría ser lo otro en la misma caracterización espaciotemporal de las cosas. La entidad metafísica de la elección establece que una posibilidad se elige por ella misma como certeza y no a otra como posibilidad. Pero precisamente eso, el querer se basa  en esa posibilidad de elección: se basa en la conciencia de la ausencia: se basa en la cláusula básica de que para querer hay que carecer.

De cualquier manera, el entonces camarero respondería con una afirmación implementada por la Asociación de Camareros unidos por la Comensalidad en casos de ambigüedad cuántica del querer qué: «Como recomendación del día ofrecemos el Bacalao a la Borgoñona id.Latina brulee». Pero por algún factor característico del espíritu de contradicción, el comensal-dos elegiría el plato ubicado dos posiciones más abajo del indicado por el camarero, porque claramente, autonomía y autosuficiencia propias de alguien que sabe querer qué cuando no quiere intrincarse en la entramada red de esnobismo del boom gourmet de los nombres largos, apriorísticos y cuquis que rebautizan platillos con la intención de sofisticarlos. En totalidad, al finalizar su papel de comensales en un espacio propicio para su ejercicio, no podemos afirmar con ciencia cierta pero tal vez falsa, qué paso para afirmar si han sabido querer qué o se han adaptado a una forma de querer condicionada por el determinismo de la existencia.

Como punto final de partida, el querer no estaría determinado por el aquí espaciotemporal del ahora, si no más bien por el cúmulo de elecciones anteriores a esa.

Al final, resultará que aquello que llamamos «ausencia» es en realidad una compleja programación de necesidades establecidas en la infancia desde la elección fundamental del helado de vainilla, fresa o pistacho. Y que cuando fuimos enfrentados a tan terrible elección caímos en la consideración sin fondo concreto ni en abstracto de que la elección remitiría a la ausencia del helado de chocolate y por consiguiente, a la necesidad de quererlo.

Una patada en los cojones límbicos, la verdad.

Somos extranjeros de nuestros propio deseos. Lo único irrebatible es la pizza.

Psicosis de expresión deficitaria

Me he encontrado con una enorme necesidad de hablar con alguien.

Será un gas.

Aún así, y si está necesidad no es una producción de movimientos peristálticos, tengo entonces la inusitada sensación de charla tipo amigos tuanis. Es una palabra sencilla que designa igual de mal aquello que no tiene nombre, claro, pero el caso es ese.

El caso es la relación de trato constante de dos personas que reunidas en un lugar cualquiera puedan compartir -como se comparte el azúcar, la lasitud de la vida o los truísmos climáticos-  eventos biográficos de relativa importancia con bromas mal que bien esbozadas en los bordes del relato.

Eventos biográficos o pareceres de cosas locas e invenciones análogas.

El caso es que existen personas que pueden vivir en la linde de su mundo interior sin la necesidad concreta de describirlo. Solos, solos, solos, compensando una necesidad con otra hasta sobrepasar toda capacidad abstracta y comunicativa de estados internos. Compenetrándose en el rollo omnipotente sobre estructuras yoicas, devaluando principios de realidades porque da la puta gana o porque se necesita conseguir el equilibrio entre la presencia del principio del placer y la propia complacencia.Como se prefiera, la verdad.

Pero como a cualquier dios de su propia conveniencia he venido a presenciar el ocaso de toda su dominación absoluta. El caso no es el derrumbamiento del drama-monte-olimpo; el caso es que si ha surgido una necesidad que no ha podido ser compensada con ninguna otra será recurrir a la mediación de la confrontación de suplir esa necesidad que no se desea suplir. Y lo malo, malo, malo.

Y malo, malo, malo porque significa que, en los círculos que se frecuentan, esta necesidad no es suplida. Todo es remitirse a describir  sin llegar más allá del testimonio del testigo al margen de todo. Al margen de todo eso que no seamos nosotros. El más allá de lo externo que resultarían siendo estados internos con algún contenido emocional o vivencial o e te ce.

Lo que se quiere es el plan mano en el mentón y yo cuando era niña me rompía la crisma y reír mil aunque no tenga mucho gracia, ciertamente.

Qué podré saber yo sobre esto.

Lo que se necesita ,al parecer, es un profesional entrenado -entrenado, sí- en la salud mental y/o mejorar los criterios de gente de compañía**, la verdad.

Pero en fin, sólo ha sido un gas.

**»Gente de compañía», luego la otra gente se queda sola sola sola por asuntos como estos.

La permanencia de la transitoriedad.

“Un acto de inteligencia es darse cuenta de que la caída de una manzana y el movimiento de la Luna, que no cae, son regidos por la misma ley”
Ernesto Sábato
La permanencia es la secuela de la visión newtoniana del universo. La duda de que se puede converger en la disolución de una conciencia de habituación frente a una conciencia de cambio. Enfrentarnos con la certeza de que debemos desechar la comodidad de permanecer y desestimar las leyes magnánimas de lo consabido. Llamarlas leyes magnánimas aunque sean otras cosa, porque en realidad el desconcierto de la incertidumbre nos intimida.La permanencia, es en realidad, sustraernos a la duración transitoria de características esenciales de la cosas.
Y es jodidamente así, las manzanas seguirán cayendo aunque precisamente no sean las mismas; la luna seguirá girando aunque desde la tierra no presente la misma apariencia.
Todo, sigue, en realidad el curso natural de la armonía cósmica, pero de otra manera; de otra forma dependiendo de la inherente esencia de cada fondo.
La permanencia nos atrapa tan bien en la necesidad que surge de permanecer que no vemos, ni notamos los atisbos de su profunda relatividad.
Sin embargo, es posible que la necesidad de cambio venga sujeta al temor de que la permanencia cambie en el transcurso -que creemos – natural de las cosas y nos tome in fraganti en nuestro ya acostumbrado y confortable posicionamiento frente al acontecer; en realidad,  tememos que la secuencia de aconteceres nos impacte en su transitoriedad, aún cuando conozcamos la fórmula que compone a su suceder.
No sé, la verdad.
Me parece que lo peor de la permanencia es querer permanecer aún cuando no quedan características esenciales que sustenten ese estado de estar. Digo lo peor, porque ya he hablado de lo cómodo de su entendido.
Aun si las características esenciales perduran, la necesidad de cambio se establece como una medida de querer estar sujetos a las leyes de la relatividad que nos coloquen en un estado de preparación y adaptabilidad frente al mismo cambio que buscamos. Que buscamos, precisamente, por incertidumbre
La verdad, no sé.
 ***
-¿Cuántos newtons de fuerza se necesitan para cambiar una bombilla?
– Ninguno, todos se niegan a hacerlo.

El dedal de la existencia

A todo esto que existe y no debería le llamaremos antagonismo prieto. Aunque, a este  todo no le confiera mucho sentido, la verdad.

Tal se desprende de lo que antecede. Esperamos que cada instante nos confirme nuevamente nuestra existencia, aunque carezcamos de nada que sea propio de un modo definitivo. Adolecemos de esta fría indiferencia, mal disimulada, inalterable, de un abandono infantil y rayana en lo ridículo para soportar la espera del intersticio que compone el momento de otro. Nos abandonamos, pues, a la carencia inalterable de un nada por perder, de un sin sentido absurdo. Patrones estructurados a partir de la sensación del hastío, del tic que delata un mundo sin dimensiones, enteramente formal y decorativo.

Acojonados, entonces, como estamos en un cajón de sastre, -hilvanando retazos de esquemas vitales que sustenten distorsionadamente a nuestras ideas preconcebidas más convenientes-, saltamos como púberes con algún problema de regulación hormonal ante la sola idea de que todo se congregue como lo esperado. Pero es que claro, siendo el antagonismo como es desde sus definiciones más simples, nada resulta, nada es, entonces, en nuestro pequeño mundo plano de no diferenciar el sur del norte y la polinesia con la china.

Debimos sondear la capacidad del universo para disfrutar de la cagabilidad de las situaciones. Pero es que no y es que no porque estuvimos demasiado ocupados acertando el hilo en el ojal que nos confiriera la inane sensación de control sobre nuestra existencia.

Pero eso dirá cualquiera que ha olvidado consumir cafeína. Claro.

¿Cambiamos de puerta?

Nos ubicamos en el pasillo de las infinitas posibilidades y abrimos la puerta con una cabra detrás. Sin que eso disminuya las probabilidades  que la siguiente puerta contenga otra cabra y que, al final, seamos simplemente pastores de cabrillos que tienen un entusiasmo encendido de arrasar con todo a su paso.

Y esto se hace un problema de Monty Hall de proporciones inimaginables.

English: Publicity photo of Monty Hall.

«You’re a loser, cabrón»

Lo que nos interesa es, claro, encontrar el auto; y que al conseguirlo nos logre conducir fuera de ese pasillo con sus múltiples puerta cerradas -pero no bloqueadas – a múltiples posibilidades que pueden resultar en múltiples cabras holocaústicas. Lo que queremos al final, es una directriz de estabilidad de mil caballos de fuerza que supere al tintineante crujir de puertas que se abren sin mucha certeza a ofrecer elementos para el escape.

«El tintineante crujir de las puertas».

Al cabo y por estas cosas es que una se da cuenta que las cabras se merecen;  que su lomo no parece tan obtuso;  que puede resultar hasta cómodo. Que, tal vez, las cabras con su propulsión arrasadora, arrasen con las pestillos de las puertas, con las puertas mismas y con el pasillo entero. Y salir o quedarse en la nada, pero también salir.

No lo tengo claro. Es que esto ya me está pareciendo una rumiación cabralistica.

Total y al parecer soy parte espectador parte concursante que escucha a Monty preguntar por si quiero cambiar mi elección; preguntar por si quieren cambiar su elección.

Beh.

Existir marca Raid®

Hay que pensar en la palabra empeño y en su atemorizante significado.  Y es que no veo otro sentido más asfixiante que uno  que va de una fragua holocástica de deshacerse haciendo. De constreñirse construyendo. Para seguir con la acometida pregunta del para qué. Pero, luego, preferimos parar en este punto o es terminar en un callejón a cartones tratando de comprar abonos a plazos porque la mierda nos parece reconfortante. Re- confortante-. Como si nos volviera a un estado anterior posterior al actual antes del otro. Cómo si nos devolviera algo cuando en realidad nos quita todo. Como si. Nos quita todo porque precisa y esencialmente no es que antes tuviésemos algo. Teníamos nada, pero era la sensación de no pertenencia regulando los límites de ese vacío. Tres puntos suspensivos al final de la pagina en blanco.

Pero qué digo, putadas. Claro.

Nos hacemos un ovillo de conmiseración pensando en el esfuerzo, «y en lo mucho que tratamos, pero ve usted, está viendo usted, no resulta nada»; Y los arbustos no florecen porque nunca han tenido flor. Nos perdemos en la esencia de las cosas. Nos perdemos en metafísica barata. Nos perdemos en metáforas bucólicas. Nos perdemos, y centralmente, esto.

Creo, que lo principal sobre todo y para nada, es tomarnos de la manita con nuestro yo quimérico, cada que nos levantamos pensando que, hoy, toca esforzarnos; hoy, toca sudar-la-gota-gorda-de-la-vida-con-problemas-de-transpiración.

Y seguir así, echándonos el flit del ser y deber en los sobacos de la vida hasta perder la razón de la existencia, hasta extinguir el dasein del envase-sellado-al-vacío.

Pero meh, todo es una putada.

Bajo aviso no hay engaño

Yo creo que el error de todo está en el presuponer de las cosas.

Nos ayudan a construir esquemas de la realidad donde cada accesorio que la compone está determinado por específicas características que, presuponemos, iremos identificando en nuestro constante contacto con ella.

Y desde entonces presuponemos.

Y presuponemos mal, porque no hay otra forma de presuponer.Uno, sí, supone, uno va de crear hipótesis y  de ir comprobándolas paulatinamente. Pero presuponer implica otra cosa. Implica pre hipotetizar una hipótesis sobre una realidad, sobre un accesorio, elemento o demás con el que no hemos entrado en contacto, implica idealizar. Implica aferrarnos a estructuras subyacentes previamente establecidas por construcciones históricas, y culturales y el cuento chino de siempre. Implica dogmatizar la expectativa de una situación. Implica mucho y resulta en nada.

Y de eso vamos. Y desde una perspectiva constructivista de modificar esquemas, de ensayo y error y mirá tú que tan tontos no somos. Y sin embargo. Sin embargo seguimos considerando los aspectos tan arquetípicamente intrincados y que modificarlos, posiblemente, concluiría en un cambio radical de la esencia humana viciada. Pff, viciada, como si antes no lo hubiese estado, y estar ¿cómo? Como si nunca hubiese parecido no estarlo. Mejor.

Vale, pero qué sabemos de la esencia humana en realidad. No somos más que un producto hibridoso de cerdos, ratones y monos. Al parecer y reductivamente, no más.

Bueno, uno por ejemplo presupone características tan atribuidas de manera intrínseca a la esencia humana como la confianza y la amistad y agregados. Y resulta que cuando se vive y se está en estado play la cosa, cambia. Y uno cae de bruces como sucede siempre  cuando  las cosas en las que se creían estaban del todo mal, o nada bien en absoluto. Y las certezas, bueno, las certezas son otra cosa, son le creme burrè de la verdad y tal.

Y, tal vez, porque nos hemos saltado las clases nihilistas por ser cosa nueva de siglo pasado que han existido siempre.

Pero vale, uno va de preparar la tierra, de abonarla conscientemente, de sembrar una semilla, de regarla todos lo días. Es que la amistad es como una plantita, mire usted. No hay que descuidarla y sí, uno trata de no hacerlo. Es que se cometen errores y claro, pero se saldan de a poquito, que perdón te lo compenso, qué sabré yo.

El punto no es cultivar una amistad que este temita se lo vamos dejando a otro tipo igual de iluso e ingenuo. Yo trato y voy sobre el escatológico tema de la confianza y bueno, que te das cuenta que la puerca planta no va de darte esos frutos, que te los niega o ni siquiera los conoce, que te has equivocado, que se los da a otros, que tenés mal ojo. Y esto se te estampa como un zarpazo en la cara y en las presuposiciones y luego resulta que aprendes nada. Y claro, aquí el tema de la vulnerabilidad está resaltado, porque resulta que te vulneras y duele cuando rasgan esa pequeña telita que apenas te contiene. El pequeño lazo, unión o cohesión de dos almas en estado de vulnerabilidad que se dan, que se dicen, que se sinceran o esas palabras para el borde de las lágrimas. Joder, pero uno ve que esto es un acto egoísta que uno no puede con su vulnerabilidad y es necesario dársela a alguien y esperar que la sostenga que la conserve que no la comparta. Pero lo hace y lo hace bajo los mismo motivos y términos  por lo que se origina esta cadena de vulnerabilidad desvulneralizada.

Pero los procesos presuponedores siguen en marcha y aunque uno se diga que esta es la última vez para creer en alguien, para confiar en otro ser humano, vos cruzas la esquina y te encontrás con la primera persona que te sonríe y te da unas palmaditas en la espalda.

Entonces, la riegas.

Y la riegas en serio, hasta que bueno.

Boulevard of broken teen’s dreams

No sé qué autor de esos que no se conforman con darle putamente en donde se supone que deben dar las cosas que dan cuando uno se propone a dar para escribir algo que de, escribió esa frasecita de que es posible que doblando la esquina algo te devuelva a la vida.

La recuerdo, porque aparte de ser lo no más místico e increíblemente no más original que haya leído, pues ha pasado, y pasa y qué se yo. Claro, que el lugar de la esquina cualquier pedo, cualquier algo también. Uno no se imaginaria que a las 11:45 de un día lunes sin saber cómo y con qué pretexto, la atolondrada señorita doblaría en la esquina 839-813 y se encontraría con que el algo tenía forma de humano y eso desconfigura cualquier axioma que la frase, por lo bajo, trata de establecer. A menos que, siguiendo con el patrón lineal del movimiento, a.c.e.r.c.á.n.d.o.s.e. p.o.q.u.i.t.o a esos códigos inteligibles sobre el «por qué este y no otro» de las bibliotecas, y sopesando la tensión que dos personas en un mismo lugar franqueadas por librearas enormes cargados de literatura y cosas para pensar fuerte y denso; y por quién sabe qué bateo de las mariposas en hognkong y  qué hijodeputez patrón de crianza hizo que ambas manos de ambos sistemas autopoieticos coincidieran en el mismo putisimo libro al mismo tiempo y a la misma vez –que no es lo mismo porque no olvidemos a Einstein y su «si usted se va al espacio y regresa se le cae la cabeza», o algo así. Faltaban más: las risas nerviosas y los mirá tú que casuality, jijiji, jejeje, jojojo.   Y quédatelo tu que es el único y no mira que regreso la próxima semana, SIEMPRE, -siempre, enfatizado, doble línea  italic bold size=45-. Y como todas esas cosas que posiblemente pasen sólo una vez en la vida y que por ningún motivo hay que desaprovechar, la situación se desaprovecha.

Y luego, viene el muy bien, gracias, que lindo, bye. Y digna te llevas el libro, y el libro te lleva digna. No comentas, no dices, Shsst,  la biblioteca.

Y bueno, claro.

A mí, porque me enseñaron que a un libro: nunca no, y a la gente que los desprecia: siempre el antónimo de sí.

Siempre te veo

Siempre te veo (Photo credit: C-Monster)

Rueditas de seguridad traseras in modus vivendi

Yo no puedo tomar el manubrio de una bicicleta sin que se precipite de manera lateral-vertical hacia el suelo. Yo no puedo subir mis pies con la intención de pedalear porque me precipito en sentido lateral-vertical sobre el manubrio.  Yo no puedo vivir sin las rueditas de seguridad traseras porque la probabilidad de caerme y romperme la crisma es irrefutable. Así que a todo esto yo voy por la vida con las rueditas de seguridad traseras, trastrabillando  en el empedrado, evadiendo obstáculos, luchando contra bajen-a-esta-pobre-tipa-del-demonio-de-su-ridículo-modo-de-transportarse-por-la-vida.

Ladear, subsanar, evitar no ha presupuesto mayor esfuerzo que este: vivir bajo el paradigma de pedalear sin los ejes de estabilidad posteriores  implica viajar con el riesgo de caer, de adolecer, de levantarse adolorida y aún con todo cojear con la sonrisa de la herida a miradas de inseguridad empática. Empacar para llevar tal estructura de causalidad en un esquema vital resulta en un proceso complejo. Se debe aceptar, internalizar, se deben encontrar justificaciones, dejar entrar al miedo, a la inseguridad,  y permitir que ensayen como paralizar acciones, como indisponer decisiones.

Al final, se organiza un kit de seguridad ciclovial con las disposiciones de evitar todo trasiego que conlleve a la posibilidad de caerse y lastimarse; de terminar adolorida y esperar por un  proceso de curación de lidiar con heridas, suturas, cicatrices, queloides, pus, sangre y llanto. La clave es hacerlo todo catastrófico porque, en realidad, jamás se ha pasado por un proceso de heridas, suturas, cicatrices, queloides, pus, sangre, y llanto -al menos jamás por uno que implique tanto-; porque, en realidad,  jamás hemos estado expuestas a tanto sufrimiento, porque por las rueditas traseras; porque, en realidad, esto es una burbuja, porque por pendejas.

Y qué puedo establecer sino que, tal vez, las rueditas de seguridad traseras no representan ni siquiera ni por asomo lo estacionario de una bicicleta estacionaria.