Al fin y al cabo.

Me he topado con un libro no leído por algún rincón de mi casa. Me pareció inaudito.

Una novela rosa.

La he leído.

A la postre, la historia iba de una tipa y un tipo que se conocen a la edad de más o menos 18 años, el tipo y la tipa se enamoran locamente como un amor adolescente pasional. Cogen todo el día, leen todo el día (bueno, no tanto, pero se menciona), salen con sus amiguitos de común acuerdo durante todo el día, y todo el día todo es muy feliz y placentero.

No obstante, los intereses del tipo se descarrilan por la literatura pretendiendo ser un aprendiz de escritor, viviendo mugrientamente por una aparatosa intensión de vivir solo y hacerse de sus propios trabajos; la tipa estudia y no tiene tantos intereses literarios para hacerse vivir de la literatura y se decantea por una carrera más o menos fructuosa en el campo laboral de la actualidad del libro, y claramente, los dos tipos son de clases sociales un poco discorde. En fin, oh sorpresa.

De todas maneras, a continuación de una intempestiva relación amorosa, intempestiva no por ellos precisamente, pero por observaciones de compañeros y padres -preferentemente de la tipa-, los tipos deben decidir acerca de su futuro amoroso. La tipa es una fructuosa estudiante y debe partir a seguir realizando sus fructuosos estudios en otro fructuoso lugar. El tipo se ve acojonado por la inminente alonidad total, la única «posesión» -libro de los setenta, qué desconcierto- tangencial parece diluirse de su vida. En fin, en estos disparates pancistas del tipo que ve inaudito que la tipa -«su tipa»- desaparezca de su mapa de posesiones sólo porque por una absurda necesidad de superación -psé-; la tipa se siente culpable, pero sabe que es una oportunidad que ni en muchas otras. A pesar de tantos peripecias amorosas, la tipa se va. Y el tipo sigue el curso madurativo del desarrollo designado por la naturaleza, es decir, crece.

Al cabo de algunas aventuras, cogidas frugales, intentos por hacerse un lírico novelista, en algún lugar de Europa y con una carrera no consolidada, no no, pero en los lindes de hacerlo pero no -es decir pareciera que sí pero al final no; es decir, existe un corpúsculo de lectores que después de algún tiempo morirán o se olvidaran de lo leído y nanai con su obra; es decir, puede vivir no holgadamente, pero vivir de su literatura; es decir, eso justamente- el tipo se encuentra con la tipa en alguna librería en la que el tipo daba una conferencia acerca de su libro más reciente. Una librería de barrio, hay que aclarar. Tal vez el librero resultara su amigo y que viéndolo tan convaleciente de pobreza e infortunada suerte literaria le halla trazado algún espacio sin las mayores galas en su librería. En todo caso, no habrían muchas personas como se puede imaginar, y seguramente la tipa pasaba por ahí porque viviera cerca o acabara de bajar de algún piso de algún amante y divisó la librería y sintió una irreductible curiosidad por avisarla. El caso es que no estaba ahí precisamente por el tipo. Bueno, el tipo la reconoce porque en su fuero más interno aún conservaba la imagen de su tierna flor que le quitó la virginidad; al cabo  de un mutismo de reconocimiento y siendo apedreado por los recuerdos más sentimentales, dice su nombre. La tipa se voltea, dice su nombre en forma interrogativa, que no se lo pueden creer, que la conferencia se acaba ahí seguramente porque de eso no se dice nada, que después resultan en una cafetería. Qué tal, durante la conversación se cuentan su vida y gran cosa no es. La tipa es exitosa, el tipo no. La tipa lo tiene todo, el tipo no. En fin, cosas como esas. La tipa seguramente se da cuenta de que es un perdedor malagueño, porque de eso tampoco se dice nada, -es decir, de lo que piensa la tipa del tipo- y en eso que se levanta se despide y ni que sus santos ni sus señas, desaparece de la vida del tipo, de nuevo.

A fin de cuentas, ahora tenemos de nuevo a un tipo que sufre y sufre y relativamente -porque hay que ver que para tanto no es- porque su vida se va al desagüe. Pero entonces,  épifanicamente sueña, en cierta ocasión, a la tipa y la tipa en el sueño le dice claro, cosas empalagosas y dirty dirty sfuff -bueno, no, pero seguramente se omitió- y también, le dice que lo haga, y el tipo le pregunte que qué, que desde que ella apareció de nuevo en su vida nada de nada -y aquí la lectora se imagina que no se le empalma pero resulta que no ,que no era eso porque- «escribir ahora me resulta más difícil», contesta. Habría que suponer que para llegar de una afirmación hasta esta otra existió cierta conexión telepática entre los dos tipos, en el sueño porque de eso tampoco se menciona nada, es decir, lo de la escritura. Al momento siguiente, el tipo despierta y se ve empañado en un ejercicio de voluntad irracional por escribir sin saber ciertamente sobre qué. Y empieza y termina y resulta ser la novela que se está leyendo. Que se publica, que es «exitosa» -sabemos que no- y en fin hace que vuelva la tipa de su vida y de sus sueños porque la dedicación del libro tocó su bello corazoncillo de mujer exitosa. Y hay besito y de todo y algarabía, y una reflexión al lector que se ve sumergido confusamente en una historia que cuenta está misma historia en la historia de la novela.

Finalmente, absurdo, y desagradablemente cortazariano.

En último lugar, todo esto me ha hecho pensar sobre los estándares de los amores juveniles, en algún momento todos necesitaríamos de un amor irreflexivo que conserváramos con total pujanza y que la idea de recomenzar porque el termino no se debió a ninguno de los dos sino a las circunstancias siguiera fresquiando en la memoria como el recuerdo dulce de la brisa más cálida de verano; cosas abyectas como esa cruzaban mi mente siendo consciente que la vida se ve empañada por las vicisitudes y que el amor es el único elemento regio que sobrevuela y clarifica todo ese estrépito de vivir, además de brindar paz y consuelo; mientras reflexionaba de esa manera terminé la novela y me tire a vomitar o si no era un ictus.

En fin, he llegado a la conclusión que yo no poseo pujanzas amorosas que desearía recomenzar en una edad madura o no tan madura. Que todas esas pujanzas amorosas ya están muy bien pasadas como están y es un poco lamentable la verdad; lamentable porque se ha perdido la oportunidad de ocultarse tras el trasiego madurativo de la corteza pre frontal y adoptar conductas impulsivas, darse sin contar con los dedos, ni atender a las pretensiones del tiempo. Pero no. Y que bueno, ciertamente.

Después de todo, ahora es esperar a los ochenta y alguna enfermedad demencial para el pretexto.

En definitiva,  me avergüenzo del aburrimiento que me llevó a leer una novela rosa de tal calaña y a escribir esto.

Si bien se mira, de todos modos al final de cuentas; sin embargo, a pesar de todo, a pesar de esto.

Nacer bien

¿Serías capaz de terminar con todo y empezar la vida de nuevo? Elegir una cosa, una sola cosa y ser fiel a ella. Pretender llevarlo a cabo con éxito. Algo que lo abarque todo, porque tu fidelidad lo hace infinito. ¿Serías capaz?

 Película 8 1/2  – Federico Fellini

Era palpable la ocasión para escribir acerca de Fellini y su compenetrante influencia sobre el estado existencial de las cosas. Y el séptimo arte.

Pero meh.

En su lugar me he puesto a pensar que a lo mejor somos los pequeños animalunculos vistos desde el lente de un tal leeuwenhoek, que se suceden en una espiral interminable de caos. Y autodestrucción, porque de qué otro modo. Y que, de forma mucho más sintética y estética, el caos es traspasado de manera ecléctica -drama, comedia, psicología de los cuerpos que se mueven en una espiral interminable de caos y autodestrucción y que, por ello, se suceden así mismos para continuar con la espiralidad de la situación- es traspasado pues a una pantalla grande para ser contemplados por los contemplados animalunculos. En fin.

El caso es que Leeuwenhoek y Fellini no estarían alejados por un gran trecho de invención. Que Leeuwenhoek pudo pasar su vida en un ambiente burgués del siglo diecisiete, comiendo perdices mientras hacia sus lentes de aumento doscientas veces superiores a los otros, enviando sendas cartas a la royal society para exponer los detalles encontrados en sus inspecciones, mientras que por lo bajo buscaban la inmortalidad de su condición a través de la exposición de los nimios mecanismos que se ajustan a las irreverentes condiciones de la existencia. Descubriendo espermatozoides, también, porque Leeuwenhoek no pudo imaginar que un día alguien traspasaría el umbral de su dependencia de telas de alta cuality para consultar, claro, la calidad de los hilos, de las fibras, en fin la tejeduría en general y acabó encontrando pequeñas especies, semillas del ser de la época, que pululaban en las telas de algún comerciante, de algún cliente que afanado por las condiciones de la necesidad de sucederse así mismo o por la gratificación que proporciona esa necesidad instintiva pero razonada como una necesidad no reductiva a instintos básicos biológicos; un cliente, un comerciante que momentos antes de entrar a la tienda, en alguna trastienda, en algún callejón de la Choorstraat, o bien cruzando por la Halsteeg, o cerca de Voldersgracht había desahuciado sus instintos básicos biológicos viniéndose fuera, justamente sobre las telas a evaluar, lo que explicaría todo. Pero no explicaría por qué en alguna trastienda, en algún callejón de la Choorstraat, o bien cruzando por la Halsteeg, o cerca de Voldersgracht y no en alguna buhardilla, en alguna casa particular, en algún cuarto en alquiler, con alguna amiga, conocida, pareja actual unida a él por los cánones de la época, o alguna persona unida al acto por cierta preferencia sexual u otros objetos de preferencia fetiche. O que tal vez, todo se explicara trasladando la polución de animalunculos sobre las telas en alguna estación de tren como acto de amor, como acto de despedida, el último polvo hasta el próximo que reivindicara una pasión aun no fagocitada por la rutina, con alguna amante, alguna amiga, conocida, esposa de condición o cualquier otra persona unida al acto por cierta preferencia sexual. Lo cierto es que los espermatozoides animalunculos pululaban en las telas en el momento de la inspección, y Leeuwenhoek los contempló en una espiral interminable de caos. Y autodestrucción.

En fin, Leeuwenhoek se dio con fidelidad a un acto hobby desprestigiado por colegas uber, post de la ciencia de la época que no veían en su acto de curiosidad y descripción de detalles ínfimos  la seriedad del rigor científico, un acto de pretensión que impedían a éstos inspeccionar con igual curiosidad y ahínco. En fin, digo. El descubrimiento de Leeuwenhoek hizo desestabilizar la tesis del mundo que condicionaba el pensamiento de la época. Y que claro este descubrimiento que no era necesario que se descubriera para que su mecanismo siguiera produciendo vida junto con el mecanismo activo de los gametos femeninos. En fin, de nuevo. Estos mecanismos intrínsecos, al menos en parte descubiertos por Leeuwnehoek, dieron vida a Fellini y a cualquier otro y otra. Lo que nos lleva a que  Leeuwenhoek y Fellini no estarían alejados por un gran trecho de invención. O únicamente sólo por eso.

Únicamente sólo por eso no, lo de la invención, porque ambos dieron rienda suelta a estándares de tesis personales acerca del mundo que tiene la gente. Y con la invención de una persona que se dio con fidelidad a su acto originó una eclosión evolutiva de lentes que dieron como resultado la cámara filmográfica; lentes de aumento que detallaran la presencia de gametos masculinos y anidados los óvulos de alguna Jeanne Josephine Costille darían como resultado, también, el nacimiento de los hermanos lumière. En fin, por quinta vez. Son detalles que no trataré aquí porque están en los libros de historia y la internet. Fuentes fidedignas y confiables en todo caso que resultan ser el ojo del pasado con cierta carga de -quiero decirlo, sí- subjetividad.

A lo que quiero llegar, en realidad, es que en la contemplación de mi vida como una cíclica sucesión infinita de eventos biográficos he tenido nausea y he vomitado simplemente porque no me he dado con fidelidad a alguna cosa en particular que cambie el panorama existencial de las cosas en general.

Tal vez, porque he imaginado la terminación de mis días a los 58 años, en alguna bañera, y con las venas en flor. Quién sabe.

O mejor, que dado a un arranque de rigor cosmopolita me eché a andar por el mundo sin pretensión maslowiana de superación ni nada, trabajando de camarera en restaurantes de paso, ahorrando lo suficiente como para colocarme la etiqueta cosmopolitania en la frente de mí existencia, y que al final de tanto ver y estar, de tanto vivir la plenitud del mundo sin ninguna capacidad de asombro, tirarme por algún risco de Suecia, o ahogarme en algún trasiego del Rin. Quién sabe.

En fin, autodestrucción.

Pero claro, tampoco.

anigif

Psicosis de expresión deficitaria

Me he encontrado con una enorme necesidad de hablar con alguien.

Será un gas.

Aún así, y si está necesidad no es una producción de movimientos peristálticos, tengo entonces la inusitada sensación de charla tipo amigos tuanis. Es una palabra sencilla que designa igual de mal aquello que no tiene nombre, claro, pero el caso es ese.

El caso es la relación de trato constante de dos personas que reunidas en un lugar cualquiera puedan compartir -como se comparte el azúcar, la lasitud de la vida o los truísmos climáticos-  eventos biográficos de relativa importancia con bromas mal que bien esbozadas en los bordes del relato.

Eventos biográficos o pareceres de cosas locas e invenciones análogas.

El caso es que existen personas que pueden vivir en la linde de su mundo interior sin la necesidad concreta de describirlo. Solos, solos, solos, compensando una necesidad con otra hasta sobrepasar toda capacidad abstracta y comunicativa de estados internos. Compenetrándose en el rollo omnipotente sobre estructuras yoicas, devaluando principios de realidades porque da la puta gana o porque se necesita conseguir el equilibrio entre la presencia del principio del placer y la propia complacencia.Como se prefiera, la verdad.

Pero como a cualquier dios de su propia conveniencia he venido a presenciar el ocaso de toda su dominación absoluta. El caso no es el derrumbamiento del drama-monte-olimpo; el caso es que si ha surgido una necesidad que no ha podido ser compensada con ninguna otra será recurrir a la mediación de la confrontación de suplir esa necesidad que no se desea suplir. Y lo malo, malo, malo.

Y malo, malo, malo porque significa que, en los círculos que se frecuentan, esta necesidad no es suplida. Todo es remitirse a describir  sin llegar más allá del testimonio del testigo al margen de todo. Al margen de todo eso que no seamos nosotros. El más allá de lo externo que resultarían siendo estados internos con algún contenido emocional o vivencial o e te ce.

Lo que se quiere es el plan mano en el mentón y yo cuando era niña me rompía la crisma y reír mil aunque no tenga mucho gracia, ciertamente.

Qué podré saber yo sobre esto.

Lo que se necesita ,al parecer, es un profesional entrenado -entrenado, sí- en la salud mental y/o mejorar los criterios de gente de compañía**, la verdad.

Pero en fin, sólo ha sido un gas.

**»Gente de compañía», luego la otra gente se queda sola sola sola por asuntos como estos.

La permanencia de la transitoriedad.

“Un acto de inteligencia es darse cuenta de que la caída de una manzana y el movimiento de la Luna, que no cae, son regidos por la misma ley”
Ernesto Sábato
La permanencia es la secuela de la visión newtoniana del universo. La duda de que se puede converger en la disolución de una conciencia de habituación frente a una conciencia de cambio. Enfrentarnos con la certeza de que debemos desechar la comodidad de permanecer y desestimar las leyes magnánimas de lo consabido. Llamarlas leyes magnánimas aunque sean otras cosa, porque en realidad el desconcierto de la incertidumbre nos intimida.La permanencia, es en realidad, sustraernos a la duración transitoria de características esenciales de la cosas.
Y es jodidamente así, las manzanas seguirán cayendo aunque precisamente no sean las mismas; la luna seguirá girando aunque desde la tierra no presente la misma apariencia.
Todo, sigue, en realidad el curso natural de la armonía cósmica, pero de otra manera; de otra forma dependiendo de la inherente esencia de cada fondo.
La permanencia nos atrapa tan bien en la necesidad que surge de permanecer que no vemos, ni notamos los atisbos de su profunda relatividad.
Sin embargo, es posible que la necesidad de cambio venga sujeta al temor de que la permanencia cambie en el transcurso -que creemos – natural de las cosas y nos tome in fraganti en nuestro ya acostumbrado y confortable posicionamiento frente al acontecer; en realidad,  tememos que la secuencia de aconteceres nos impacte en su transitoriedad, aún cuando conozcamos la fórmula que compone a su suceder.
No sé, la verdad.
Me parece que lo peor de la permanencia es querer permanecer aún cuando no quedan características esenciales que sustenten ese estado de estar. Digo lo peor, porque ya he hablado de lo cómodo de su entendido.
Aun si las características esenciales perduran, la necesidad de cambio se establece como una medida de querer estar sujetos a las leyes de la relatividad que nos coloquen en un estado de preparación y adaptabilidad frente al mismo cambio que buscamos. Que buscamos, precisamente, por incertidumbre
La verdad, no sé.
 ***
-¿Cuántos newtons de fuerza se necesitan para cambiar una bombilla?
– Ninguno, todos se niegan a hacerlo.