Harta del rumano al español es mapa.

El ruido avasallador de una ciudad convulsa, de una circunstancia específica, del espacio etéreo que te corresponde a ocupar como ocupante de un recinto que pone tu nombre escrito en tiza. Qué hay más allá de una muralla hecha con peltres y rosas orladas doradas que envuelven las mentiras que te dices en circunstancias faltantes. Quién eres a falta de qué, qué haces por ser quién, qué buscas para perder lo que tienes. Las respuestas inconmensurables se instalan en el rincón de la ropa sucia, la hueles para paliar si pueden ser utilizadas con la oportunidad de reinventar el pasado. Pero te pierdes en el descubrir deshecho, en el desear alterado de algo que nunca pasó. Cómo responder al devenir y al porvenir, dos cosas distantes entre sí aún equi-distantes. X-distantes. Distantes de N pero cerca de la x donde marcas el refugio donde piensas enterrarte. Realizar la azotadora tarea de aquel Münch-hausen que se jalaba de las coletas para salir de su propio pantano promontorio, de su propia y inconmensurable falta de sentido, de su dismorfofobia espacial.

Cómo te atrapas en la idea de permanecer y de ser, cómo conseguís erguirte en el vasto campo donde no eres pero finges ser. Convenir siempre con la idea de que construyes un palacio de cristal con falacias y cuyas mentiras te siguen como el playlist de un comercial que abarca todo el lugar. Levantas la tapa del baño del lugar público, tiras de la cadena para deshacerte de toda la mierda, mientras la música de elevador te rebaja dos pisos. Quién eres para decidir sobre lo que te gusta. Haz lo que tienes que hacer, sigue las líneas con los dedos de la mano derecha hasta el final de la página del libro que alguien más te pidió que leyeras. página 45. Haz pausas con las comas. Considera los puntos finales. Sube los hombros, sonríe. Te están viendo.

 

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Hagar Vardimon 

Pan’s Labyrinth Soundtrack

Qué solos estamos.

En serio.

Pero la soledad no es una burbuja como se pinta. La soledad es un pozo con paredes negras y un piso cuadriculado en el que te sientas con las piernas en mariposa, a la espera de algo que no es alguien. Un pozo que se extiende hacia abajo cada que una de las cabezas de las voces se asoman por la abertura para hablarte.

Hay reverberancia, hay eco, pero nunca consonancia.

Pequeñas cabezas en círculo que miras-mirándote fijamente en tanto te alejas; no como quien da unos pasos y se acerca a un horizonte indivisible. Sino como quien baja los escalones, en oscuridad perpetua mientras se siente la fría mirada de alguien que no está.

Diminutas cabezas en orden geométrico circunsférico, instigándote por el porqué ontológico de las cosas que te hacen, que te convierten en alguien que desciende inevitablemente por un pozo de revestimiento negro y piso cuadriculado, de paredes que no están porque son hechas de vacío.

Es un vacío que no deja tocarse. Un pozo redondo de cosas que no están allí, una circunferencia estructurada por cosas incomunicables.

Desde allá arriba, sigues escuchado sus voces, te apuntan con el dedo. Te culpan.

Si sólo tuvieras el pañuelito scout de la vida que te ponen cuando te enseñan cómo llevarla -más insignias- te dices; aunque nunca sea cierto, claramente.

Lo nunca es cierto es lo de la vida, sí lo de las insignias- dice alguien allá arriba.

Estaremos todos, al final, en un pozo ciego. Vecinos sin fondo ni espacio, tratando de comunicarnos con ecos que nunca nos alcanzan.

Serán las voces, entonces, sólo los temores que nos hunden.

Será la consecuencia de convivir y convalecer la misma vida que no es única y que nunca es de uno. Que al final tampoco sabemos como ensamblar y la carga de esa pieza siempre nos deja en un pozo de revestimiento oscuro, sin paredes pero sí vacío.

Qué puñeteramente solos estamos, en serio.

 

Old World Blues.

 

«Ocasionalmente, tiro una taza para que se estrelle en el piso. A propósito. No me satisface cuando no vuelve a encajarse sola nuevamente. Algún día, quizá, una taza vuelva a armarse.»
-Hannibal’s speach.
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Las tazas contienen cosas.

Y ese sería un buen inicio si quisieramos abordar el tema de la taza en concreto y su evolución histórica a lo largo de la sociedad que ha consolidado la estructuración de la civilización como la conocemos, además de grandes vías transmercántiles que han revolucionado la macroeconomía mundial; pero en su lugar, discurriremos sobre la responsabilidad cósmica y las tazas.

Las tazas se rompen.

Cuando ves los pedazos esparcidos de una taza, existe un silencio que precede a la tragedia. Si la taza era tuya, obtienes una resignación de desconcierto. Sientes como internamente las piezas de eso que antes era la representación de un algo se integran en un rompecabezas confuso, tratando de seguir el ritmo de la realidad, no hay forma, no hay color, no hay motivo.

Al instante, obtienes la conveniente claridividencia de todo aquello que nunca ha vuelto a ser, de la inevitable flecha del tiempo, que esto que ocurre no puede no haber ocurrido. En concreto, obtienes el dolor de lo irreparable. Y como ocurre con todo aquello que cede a la masa, y en este caso a la masa de la impotencia, puedes percibir el peso de toda tu insignificancia, y eres tú y un agujero negro, un tipo de vacío que está lleno.

Las tazas pueden ser históricas.

A veces, cuando sabes que tus pensamientos se alimentarán del mismo material una y otra vez para darle sentido y explicación al acontecimiento, no necesitas obtener un quién, un qué, un cuándo, un por qué.

Sólo asistes al sentimiento fúnebre en el lugar común dónde socializan las decepciones, poniéndose al tanto de todo lo que fue, y de todo aquello que pudo haber sido. Regocijándose, un poco, al estar reunidas nuevamente junto con el pesimismo rigente. Aún así, pueden no comunicárselo a voces, pero por lo bajo todas saben que en un futuro el acto del suceso, ya no importará.

Sin embargo, aceptar es comprender el absurdo. Y, posiblemente, el intento de recomponer la taza trozo por trozo, aún, nos parezca una intención torpe e inútil.

Las tazas son intransferibles.

Un testigo presencial del suceso pudo observar como la taza caía derramando todo el contenido (porque generalmente las tazas caen con el uso, cuando contienen cosas).

Pudo no haber sido un testigo, sino el precursor del suceso. Es posible que no haya entendido muy bien la forma en que las tazas se toman; posiblemente pensarás que en su niñez la forma en que necesitaban que tomara las tazas, era difetente; posiblemente sólo eres un freudiano sin saberlo. Posiblemente, tampoco le dijeras cómo necesitabas que la taza se sostuviera. Posiblemente, fue negligencia. Dejar una taza al borde de la mesa suele ser común, alguien en un acto involuntario puede dejarla caer.

Pudieron haberte compadecido, pudieron no haberlo hecho. Pudieron haber empatizado con los sentimientos aparecidos después de la tragedia porque, de forma innegable, todos tenemos una taza rota. Pudieron no haberlo hecho. De cualquier manera, el dolor de lo roto, es tuyo.

Pudiste no mostrar enojo, no gritar, no decir cuánto dolía («es una taza» dirás, levantarás tus hombros y pondrás las manos en tu estómago como queriendo agachar la cabeza y esconderla entre las costillas, ahí con la sensación de protección anormalmente anatómica) porque de alguna manera la conciencia de la responsabilidad sobre los sentimientos de desilusión, tal vez y sólo tal vez, te corresponden únicamente a ti.

Y es así como las tazas abren múltiples vórtices dimensionales. Entre el pasado y el futuro, entre el aquí y el ahora, entre el contenido, entre tus estructuras yoicas. Por eso las tazas siempre contienen drama. Y un drama que se evapora con el tiempo, pero en tanto y en el sitio del desastre, te hace lidiar con la entropía.

Sin embargo, parte de mí necesita quemarlo todo, incendiarlo, hacerlo trozos, cimentar sobre el desastre la negativa del acontecimiento de algo. «Aquí no ha pasado nada», murmurar a cualquiera que se acerque. Conservar la dignidad que el orgullo necesita y colocarla como esparadrapo. Y aún así, otra parte, prefiere que no porque posiblemente por primera vez haya amado a alguien (no con los debidos requerimientos y protocolos que el amor diseñado necesita) pero también por primera vez me perdonaré el haberlo hecho.

Qué suerte.

Yes, please no.

Asegúrese de estar en una posición cómoda. La teoría especializada establece que, para una ejecución óptima, es necesario mantener la espalda erguida mientras se encuentra ubicado en su banco para estar; también, colocar los pies sobre el suelo de manera que exista una separación de 40 centímetros o más entre uno y otro -entre las tersas extremidades inferiores, dicen-; además, se hace necesario ser un alfarero de la mímica: Practique ante el espejo los gestos faciales que ayudarán a  los demás a compenetrarse con sus emociones, realice esto con los ojos y haga así con la boca -siempre resulta, manifiestan-.

Tampoco olvide monitorear su respiración. Los suspiros que se realicen junto con la composición pueden ayudar a prestarle realismo a la situación. Realice cuantos suspiros sean necesarios para que la gente encuentre elocuente su interpretación -sea uno con la exhalación universal de la melancolía, recomiendan-.

Preste especial atención al asunto de las manos: unas manos delicadas, tersas con movimientos suaves y precisos ayudarán a mantener la ejecución por el tiempo que deba prolongarse. Las manos comunican tanto más que la voz y la cara, las manos traspasan -utilice sus manos como quien se aferra a un risco, con esa sutil solicitud de apremio de los dedos y la excesiva angustia que los crispa, reafirman-.

Cuanto más sea consciente de su ser en el mundo tanto más estará habilitado para manipular cada aspecto. Cuando crea haber completado cada requerimiento, recueste su cuello sobre ella. Esto brinda una imagen de serenidad y confianza, atraerá a la gente a su composición y podrán adoptarla.

Finalmente, toque. Toque con esos maniatados y desesperados dedos los hilillos que componen su realidad para crearla, para modificarla, para apropiársela. Considere aquellos hilillos que más vengan a su conveniencia, fuercelos a que sean maleables a su interpretación y omita aquellos que traten de desestabilizarla. Es más, afloje las cuerdas que componen a su realidad y cuyas notas le son desagradables de oír, deshechelas. Cree constantemente la convicción de que su realidad es genuina a través de un bello arpegio. Niéguese a alterar su realidad cuando alguien le advierta de un error en su interpretación. Recuerde: usted es un interprete incomprendido de su situación.Y sobre todo, si en algún momento, en alguna situación, por algún artilugio de la percepción, usted es consciente de todos y cada uno de los hilillos que componen su realidad como unidad total, y puede apreciar los matices de cada sonido: proceda a levantarse, lave su alfareara cara de gestos y sumerja sus delicadas y tersas manos de suicida en una tazón con agua y hielo mientras presencia el dehielamiento como quien ve televisión o navega en la Internet. Y entonces, sólo entonces, ejecute sus verdades.

-Aconsejan-

dddddd

Aporía

Dicen que existe una curiosa teoría sobre la realidad.

Que establece que todo aquello que percibimos corresponde al campo visual del tamaño de un ojo de cerradura.

Afirman, también, que todo aquello que conocemos sólo es una pequeña porción limitada de una realidad externa al observador.

Pero cuando hablamos de un ojo de una cerradura hablamos de un dispositivo destinado a tener una función particular en relación al mundo y las cosas.

Es decir, llamamos ojo de cerradura a ningún espacio inerme sin particular interés en el mundo a no existir o sí: llamamos ojo de cerradura a algún componente que se incorpora en las puertas con el fin de abrirlas al introducir una llave.

Esto nos lleva a una disertación especial, y permite comprender que la realidad no está destina a aparecer incompleta, que de alguna manera y por secretos del universo cerrajero y todo lo demás, una puerta se abre y todo el contenido que está al otro lado se deslinda en una infinidad de trazos que permita encajar nuestra porción de realidad con forma ojo de cerradura en la totalidad de una configuración compleja de cosas varias y mixtas.

Se atreven a decir, además, que no existe un método especial para fabricar esa llave y que es más, cada persona está detrás de una puerta distinta con un ojo de cerradura diferente. Así que si una persona en toda su competencia aptitudinal de cerrajería sapiéntica logra confeccionar una llave que calce a la perfección en su  ojo de cerradura y abra la puerta de la sabiduría absoluta, todo lo que conocerá será conocido por ella y por nadie más porque los otros no podrán comprender el absolutismo de todo. O sí, pero no será igual, o indistintamente lo mismo.

Aseguran a la vez que varios han intentado en la historia de la humanidad, intentar calzar sus propias formas de ojos de cerradura para armar un armazón de la misma realidad. Sabemos que han fracasado, pero todos somos el monito con la tendencia oral de las manos,  porque el reconocimiento de una realidad en absolutis in formis completis in solitaris con nuestra única forma posible de ver el mundo, intimida.

El punto aproximativo de todo es que si en algún momento logramos abrir la puerta fijada a un marco que limita el conocimiento de todo aquello que no conocemos, la primera sensación será el vacío. La realidad es una habitación de cuatro paredes en blanco. Nunca hubo un adentro cuando estábamos afuera. La realidad resultará ser todo lo que creíamos y que al final no es verdad, o que es diferente en la misma forma, todo aquello que cae en el abismo ambiguo de lo que puede ser tan verdadero como falso.

«La realidad sólo existe en el ojo del observador», dice un filosofo hambriento mientras extiende su mano. O no.

El vacío no es un punto de referencia. Es el punto de referencia.

De cualquier manera, ya habrán personas haciendo ventanas de la vista gorda en sus puertas.

La ausencia total de miedo.

Veamos, establezcamos que el tren que sale todos los días a las 2 veinte de la tarde, esta vez se retrasa cinco minutos, justo cuando Eleonor tiene tiempo para subir al vagón delantero y preguntar por Cris que se encuentra en el vagón tercero por falta de espacio, de control muscular o porque simple y sencillamente le gusta el vagón tres. Ahora, Eleonor mientras grita por cada vagón Cris Criss, éste se abstrae en las peripecias de la señora Murcia de la estación que compra un boleto y sostiene un paraguas y se arregla el sombrero todo al mismo tiempo, esta señora intenta tomar el boleto con la intención de convenir con el auxiliar de la estación y establecer el deseo de un intercambio sincronizado boleto-billete; sin embargo, en ese mismo momento, una ráfaga de viento sacude el delantal falda de la señora haciendo que todo se desmorone por el anden de la estación; el auxiliar de la estación no pudo por más que emitir un agudo chillido de intención de risa, y llamar a Raúl que se encontraba en el portaequipajes del tren muy cerca justo para ayudar a la señora, Raúl acababa de ayudar al Dr. Fernando en el ensamble de tres maletas que habían llegado de Noruega y traían los mejores quesos de la provincia, una pequeña joven que pasaba por ahí tuvo que evitar ver directamente a las maletas y  evitar el desengaño de no desengañarse nunca sobre la calidad de tales quesos.
Y en efecto, la ausencia total del miedo no existe.

***

De qué irán las cosas que no se conocen del todo, una puede posicionar sobre el tono impersonal de esas explicaciones que se pierden enseguida más allá de la inteligencia y convenir que todo aquello que se creía valedero pierde validez. Bien se podría buscar una ayuda auxiliar, someterse al desmadre del diccionario pensando cómo y por qué, qué y de dónde chingados, pero las cosas aparecen tal y tal, fenomenológicamente hablando y no más, y una se apropia de ellas desde su margen mental de construcción subjetiva, aunque la voluntad se dirige concretamente al objeto del que no podemos estar seguros de su existencia , pero sí de la existencia de ese objeto por sí mismo en nuestra cabeza y es real en tanto permita componerse de una intencionalidad que nosotros nos encargamos de construir, también. En fin, ¿no sigue siendo una puta mierda en cualquier medida, en cualquier caso, en cualquier circunstancia circunscrita o no a la voluntad de ser y de estar?

***

Para el diccionario, el miedo significa duda, el paroxismo banal de la in-certeza, de la des-certeza; dudar en todo caso es temer y viceversa; tememos a las certezas y a la capacidad de no cuestionarnos, de dejar desenvainadas las representaciones mentales de todo aquello que se aglutina en ese estímulo evitante y preguntar si por estar a centímetros estamos a salvo. A salvo de qué, claro, pero no lo dudamos, porque la capacidad de dudar sólo se permite el desempeño de dudar por una región del ser, una región circunscrita que se represente inmediatamente sin concreciones de ningún tipo, si el miedo existe, si el miedo se presenta debemos dudar de si estamos a salvo aún si no desempeñemos el ejercicio duditativo sobre el qué.

boyirl:</p><br />
<p>Brian Oldham - Collage (2013 - 2014)<br /><br />

De como somos todos el papa y no.

Cualquier conclusión se puede deducir de un enunciado falso.

Vamos a que Bertrand Rusell se paró un día frente a su clase y con tono severo sentenció que era el papa. Y no es que Rusell estuviese precisamente loco porque no era, en realidad, el papa: tenía tanta razón incluso si se equivocaba. Y es eso.

Esto es tanto como si estamos de acuerdo o no, con Bertri. Esto es tanto como preguntarnos qué es la razón y por qué la tenemos.

La verdad absoluta y el relativismo que la sostiene crea una ilusión óptica de la conciencia. Empezamos a estructurar enunciados incompatibles entre sí como una construcción épica de lego . Estructurar enunciados, precisamente porque la ideología se establece como un edificio simbólico sobre cimientos de imposibilidades con verbos copulativos, de ser y estar. De lego, porque el conocimiento de pareceres se constituye sobre una red simbólica universal a través de establecernos como un ser-ahí en su particularidad absoluta y patológica: la fantasía.

La ilusión óptica, en todo caso, no puede ser simétrica. La concepción de una verdad erguida a fuerza de meter una clavija redonda en una hendidura cuadrada lleva a contemplar a un testigo externo el arte conceptual de una realidad desfigurada.

Pretendemos crear modalidades obtusas de comprensión cuando en realidad sólo atendemos a la dinámica proyectiva de esquemas nucleares que confieren un proceso -ya, liado o no por  mecanismos constructivistas- de pensamiento específico. Y la gran cosa del etcétera que ya sabemos.

Experiencias, percepciones y el eso de siempre, nos llevan a esquematizar una realidad que tomamos por sentado creer conocer. Somo seres al final compenetrados en la paradoja existencial de creer que conocemos porque le inferimos un sentido esencial a las cosas que creemos conocer. Pero qué conocer al final si sólo conocemos una forma de conocimiento.

Y la intencionalidad y todo lo demás, se va al carajo porque no sé qué. Pero es esto, también.

Es tanto lo mismo como decirse que se está en un estado de desideologización, en un estado de objetivización como decir no sé. La inseguridad de una pauta previa de una realidad inmediata nos confiere el poder de especificar si al final podemos ser el papa o no. Es tanto  más válido cuanto somos conscientes de la venda de nuestros ojos y que la pata rosada del elefante , es eso, una pata y que en lugar de inferir una serie de abstracciones acerca de su forma nos sentamos en su lomo y empezamos a mandarnos por una serie de aventuras en la India. Y a todo eso, y a resultas cuentas, al regresar, le pregunten al  tipo vendado de ojos -o a nosotros que somos él-, qué fue lo qué conoció de todo para que éste responda -o respondamos con él- que no sabe porque por la venda.

Y es por eso, y es como no sabemos.

«pshhh, pshhh»

 

 

La permanencia de la transitoriedad.

“Un acto de inteligencia es darse cuenta de que la caída de una manzana y el movimiento de la Luna, que no cae, son regidos por la misma ley”
Ernesto Sábato
La permanencia es la secuela de la visión newtoniana del universo. La duda de que se puede converger en la disolución de una conciencia de habituación frente a una conciencia de cambio. Enfrentarnos con la certeza de que debemos desechar la comodidad de permanecer y desestimar las leyes magnánimas de lo consabido. Llamarlas leyes magnánimas aunque sean otras cosa, porque en realidad el desconcierto de la incertidumbre nos intimida.La permanencia, es en realidad, sustraernos a la duración transitoria de características esenciales de la cosas.
Y es jodidamente así, las manzanas seguirán cayendo aunque precisamente no sean las mismas; la luna seguirá girando aunque desde la tierra no presente la misma apariencia.
Todo, sigue, en realidad el curso natural de la armonía cósmica, pero de otra manera; de otra forma dependiendo de la inherente esencia de cada fondo.
La permanencia nos atrapa tan bien en la necesidad que surge de permanecer que no vemos, ni notamos los atisbos de su profunda relatividad.
Sin embargo, es posible que la necesidad de cambio venga sujeta al temor de que la permanencia cambie en el transcurso -que creemos – natural de las cosas y nos tome in fraganti en nuestro ya acostumbrado y confortable posicionamiento frente al acontecer; en realidad,  tememos que la secuencia de aconteceres nos impacte en su transitoriedad, aún cuando conozcamos la fórmula que compone a su suceder.
No sé, la verdad.
Me parece que lo peor de la permanencia es querer permanecer aún cuando no quedan características esenciales que sustenten ese estado de estar. Digo lo peor, porque ya he hablado de lo cómodo de su entendido.
Aun si las características esenciales perduran, la necesidad de cambio se establece como una medida de querer estar sujetos a las leyes de la relatividad que nos coloquen en un estado de preparación y adaptabilidad frente al mismo cambio que buscamos. Que buscamos, precisamente, por incertidumbre
La verdad, no sé.
 ***
-¿Cuántos newtons de fuerza se necesitan para cambiar una bombilla?
– Ninguno, todos se niegan a hacerlo.

Ser la casa de muñecas en la obra de Ibsen

Sustentemoslo simple: el hervor de la vida, el fragor de la existencia, el soporte inherente de la selección natural sobre el desarrollo de nuestra corteza prefrontal se remite casi por completo -si no totalmente- al drama.

Nos proyectamos desde ese ser humano semi bestial ululando sincopes vasovagales que no se remiten a un producción de procesos parasimpáticos, sino a una mediación de los hechos externos que hacen factible la presencia del acto mismo y soliviantan las consecuencias de la situación; o la apañan, y de esto depende la evaluación prematura de los acontecimientos, y por eso aquello. Y desde entonces hasta ahora, toda nuestra vida transcurre posicionándose bajo el manto del drama.

El drama, desde términos generales implica un compromiso con el entorno. La expresión emocional desde las palabras que realizan una acción. La realización de la acción que omite la implicación de las palabras. La teoría de los actos del habla y viceversa.

El drama predispone un estado de acción en relación a los acontecimientos del entorno. Somos precisamente responsivos, sí, al comprometernos con las implicaciones del drama. Pero únicamente eso, tampoco. Implica una responsividad expansiva que engulla toda capacidad de inhibición. Somo en fin, la exageración de la respuesta normal misma al ejecutar las nociones que sustentan al drama; lo que nos hace parte de éste. Nos hace, en todo caso, el resultado inherente de una respuesta que determina la emocionalidad discursiva de aquello que no puede expresarse por completo de manera simple y desentendida.

Entendemos, pues, las nociones del drama desde la definición de la exageración y la incontención dramática. Un término que se sustenta a sí mismo hasta el infinito porque no existe manera más acertada de definirlo.

Nos comprometemos a niveles distintos desde las medidas de la exageración, en las tablas de nuestra cotidianidad para colocarle el escenario correspondiente y transgredir el telón de la rutina con nuestra performatividad del absurdo. Pero como parte del género humano, evitamos por completo compenetrarnos y subsanarnos totalmente  a éste. No nos remitimos a la calidad absurdativa del acto y por ello convertimos el acto mismo en una proporción de significado con la extensión de nuestra emocionalidad en la expresión de la ocurrencia, pero nunca desde su simple descripción de vivencialidad.

En fin, el drama es lo que somos, eso que yace en nosotros desde lo que puede transcurrir hasta lo que seria y no es…

Los que formamos parte del gremio de ejecución dramática -desde el sentido cotidiano y no como ocupación-, vivimos en el limítrofe de la incontención contenida en un corcho de desproporción. Tratamos indulgentemente que todo rime a colación.

Lo que somos, en fin, son estructuras sustentadas en ganancias secundarias que permitan revalidar los acontecimientos que nos atañen. Sentir su sustancialidad, expresándola desproporcionalmente.

Y  bueno, concluimos con un aforismo que pertreche toda barrera de credibilidad respecto al tema: si no da para drama no sirve.

El dedal de la existencia

A todo esto que existe y no debería le llamaremos antagonismo prieto. Aunque, a este  todo no le confiera mucho sentido, la verdad.

Tal se desprende de lo que antecede. Esperamos que cada instante nos confirme nuevamente nuestra existencia, aunque carezcamos de nada que sea propio de un modo definitivo. Adolecemos de esta fría indiferencia, mal disimulada, inalterable, de un abandono infantil y rayana en lo ridículo para soportar la espera del intersticio que compone el momento de otro. Nos abandonamos, pues, a la carencia inalterable de un nada por perder, de un sin sentido absurdo. Patrones estructurados a partir de la sensación del hastío, del tic que delata un mundo sin dimensiones, enteramente formal y decorativo.

Acojonados, entonces, como estamos en un cajón de sastre, -hilvanando retazos de esquemas vitales que sustenten distorsionadamente a nuestras ideas preconcebidas más convenientes-, saltamos como púberes con algún problema de regulación hormonal ante la sola idea de que todo se congregue como lo esperado. Pero es que claro, siendo el antagonismo como es desde sus definiciones más simples, nada resulta, nada es, entonces, en nuestro pequeño mundo plano de no diferenciar el sur del norte y la polinesia con la china.

Debimos sondear la capacidad del universo para disfrutar de la cagabilidad de las situaciones. Pero es que no y es que no porque estuvimos demasiado ocupados acertando el hilo en el ojal que nos confiriera la inane sensación de control sobre nuestra existencia.

Pero eso dirá cualquiera que ha olvidado consumir cafeína. Claro.