Harta del rumano al español es mapa.

El ruido avasallador de una ciudad convulsa, de una circunstancia específica, del espacio etéreo que te corresponde a ocupar como ocupante de un recinto que pone tu nombre escrito en tiza. Qué hay más allá de una muralla hecha con peltres y rosas orladas doradas que envuelven las mentiras que te dices en circunstancias faltantes. Quién eres a falta de qué, qué haces por ser quién, qué buscas para perder lo que tienes. Las respuestas inconmensurables se instalan en el rincón de la ropa sucia, la hueles para paliar si pueden ser utilizadas con la oportunidad de reinventar el pasado. Pero te pierdes en el descubrir deshecho, en el desear alterado de algo que nunca pasó. Cómo responder al devenir y al porvenir, dos cosas distantes entre sí aún equi-distantes. X-distantes. Distantes de N pero cerca de la x donde marcas el refugio donde piensas enterrarte. Realizar la azotadora tarea de aquel Münch-hausen que se jalaba de las coletas para salir de su propio pantano promontorio, de su propia y inconmensurable falta de sentido, de su dismorfofobia espacial.

Cómo te atrapas en la idea de permanecer y de ser, cómo conseguís erguirte en el vasto campo donde no eres pero finges ser. Convenir siempre con la idea de que construyes un palacio de cristal con falacias y cuyas mentiras te siguen como el playlist de un comercial que abarca todo el lugar. Levantas la tapa del baño del lugar público, tiras de la cadena para deshacerte de toda la mierda, mientras la música de elevador te rebaja dos pisos. Quién eres para decidir sobre lo que te gusta. Haz lo que tienes que hacer, sigue las líneas con los dedos de la mano derecha hasta el final de la página del libro que alguien más te pidió que leyeras. página 45. Haz pausas con las comas. Considera los puntos finales. Sube los hombros, sonríe. Te están viendo.

 

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Hagar Vardimon 

Old World Blues.

 

«Ocasionalmente, tiro una taza para que se estrelle en el piso. A propósito. No me satisface cuando no vuelve a encajarse sola nuevamente. Algún día, quizá, una taza vuelva a armarse.»
-Hannibal’s speach.
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Las tazas contienen cosas.

Y ese sería un buen inicio si quisieramos abordar el tema de la taza en concreto y su evolución histórica a lo largo de la sociedad que ha consolidado la estructuración de la civilización como la conocemos, además de grandes vías transmercántiles que han revolucionado la macroeconomía mundial; pero en su lugar, discurriremos sobre la responsabilidad cósmica y las tazas.

Las tazas se rompen.

Cuando ves los pedazos esparcidos de una taza, existe un silencio que precede a la tragedia. Si la taza era tuya, obtienes una resignación de desconcierto. Sientes como internamente las piezas de eso que antes era la representación de un algo se integran en un rompecabezas confuso, tratando de seguir el ritmo de la realidad, no hay forma, no hay color, no hay motivo.

Al instante, obtienes la conveniente claridividencia de todo aquello que nunca ha vuelto a ser, de la inevitable flecha del tiempo, que esto que ocurre no puede no haber ocurrido. En concreto, obtienes el dolor de lo irreparable. Y como ocurre con todo aquello que cede a la masa, y en este caso a la masa de la impotencia, puedes percibir el peso de toda tu insignificancia, y eres tú y un agujero negro, un tipo de vacío que está lleno.

Las tazas pueden ser históricas.

A veces, cuando sabes que tus pensamientos se alimentarán del mismo material una y otra vez para darle sentido y explicación al acontecimiento, no necesitas obtener un quién, un qué, un cuándo, un por qué.

Sólo asistes al sentimiento fúnebre en el lugar común dónde socializan las decepciones, poniéndose al tanto de todo lo que fue, y de todo aquello que pudo haber sido. Regocijándose, un poco, al estar reunidas nuevamente junto con el pesimismo rigente. Aún así, pueden no comunicárselo a voces, pero por lo bajo todas saben que en un futuro el acto del suceso, ya no importará.

Sin embargo, aceptar es comprender el absurdo. Y, posiblemente, el intento de recomponer la taza trozo por trozo, aún, nos parezca una intención torpe e inútil.

Las tazas son intransferibles.

Un testigo presencial del suceso pudo observar como la taza caía derramando todo el contenido (porque generalmente las tazas caen con el uso, cuando contienen cosas).

Pudo no haber sido un testigo, sino el precursor del suceso. Es posible que no haya entendido muy bien la forma en que las tazas se toman; posiblemente pensarás que en su niñez la forma en que necesitaban que tomara las tazas, era difetente; posiblemente sólo eres un freudiano sin saberlo. Posiblemente, tampoco le dijeras cómo necesitabas que la taza se sostuviera. Posiblemente, fue negligencia. Dejar una taza al borde de la mesa suele ser común, alguien en un acto involuntario puede dejarla caer.

Pudieron haberte compadecido, pudieron no haberlo hecho. Pudieron haber empatizado con los sentimientos aparecidos después de la tragedia porque, de forma innegable, todos tenemos una taza rota. Pudieron no haberlo hecho. De cualquier manera, el dolor de lo roto, es tuyo.

Pudiste no mostrar enojo, no gritar, no decir cuánto dolía («es una taza» dirás, levantarás tus hombros y pondrás las manos en tu estómago como queriendo agachar la cabeza y esconderla entre las costillas, ahí con la sensación de protección anormalmente anatómica) porque de alguna manera la conciencia de la responsabilidad sobre los sentimientos de desilusión, tal vez y sólo tal vez, te corresponden únicamente a ti.

Y es así como las tazas abren múltiples vórtices dimensionales. Entre el pasado y el futuro, entre el aquí y el ahora, entre el contenido, entre tus estructuras yoicas. Por eso las tazas siempre contienen drama. Y un drama que se evapora con el tiempo, pero en tanto y en el sitio del desastre, te hace lidiar con la entropía.

Sin embargo, parte de mí necesita quemarlo todo, incendiarlo, hacerlo trozos, cimentar sobre el desastre la negativa del acontecimiento de algo. «Aquí no ha pasado nada», murmurar a cualquiera que se acerque. Conservar la dignidad que el orgullo necesita y colocarla como esparadrapo. Y aún así, otra parte, prefiere que no porque posiblemente por primera vez haya amado a alguien (no con los debidos requerimientos y protocolos que el amor diseñado necesita) pero también por primera vez me perdonaré el haberlo hecho.

Qué suerte.

Hace tiempo de lechuzas

El silencio es otra suerte de comunión.

El susurro es la extensión de un grito ahogado.

La palabra es el agente de lo no dicho.

¿?

Existe una ley que forma parte de la teoría de la información, ella específica que la aparición de una letra «a» – por ejemplo- no implicaría que su significado sea»a», por cierto, sino «no b a z». La premisa es una simplificación básica que denota que el significado de las cosas se comunica por aquello que no es comunicado. Por deducción natural, indicaría que ante el silencio no estamos no comunicando algo sino comunicándolo todo.

Y por eso, precisamente: silencio.

El peso de las cosas y su significado no podrían denotar lo mismo si se pronuncian, serían algo -seguramente- pero no aquello que por extensión significaría para el otro como para mí misma. Para solventar la paradoja que cuando decimos no decimos más que aquello que no estamos diciendo, prefiero callar.

Callar, no como la ausencia de asertividad  que impide expresarse sino por la consideración e importancia que se le da al vacío como oportunidad de uso. El valor del espacio vacío lo explica Lao Tse, diciendo: «Treinta radios se encuentran en el cubo de rueda: en la nada que hay allí reside el que pueda utilizarse el carruaje. Se hace arcilla y con ella vasijas: en la nada que hay allí reside el que puedan utilizarse las vasijas. Se rasga una pared con puertas y ventas para hacer habitaciones: en la nada que hay allí reside el que la habitación pueda utilizarse. Por eso, el ser es de utilidad, pero el no ser hace posible su uso» (Tao Teh Ching, Cap. 11).

¿Y para qué el silencio? ¿Para qué se necesita no decir lo no dicho a través de decir cosas?

Porque, precisamente, hablar, duele.

Pero, más específicamente, duele nombrar. No se trata de decir  sino de nombrar y delimitar un algo. Hacerlo real mediante la palabra, darle sentido y significado llenando espacios vacíos que pueden utilizarse para llenarse con sentidos y significados ambiguos provenientes del silencio.

El silencio y su capacidad cuántica de significar y no, puede proveernos de un salvavidas de explicaciones. La teoría especializado en tratados de psicología diría lo contrario, sobrepasar un evento emocionalmente perturbador se consigue hablando, el principio catártico de la histeria de Freud. La teoría complementaria explica que es necesario hablar, decir y nombrar hasta que hablar y decir y nombrar deje de doler.  Isak Dinesen, una relatora danesa de cuentos -y  citada impunemente en Hannibal-, nos dice que para soportarse, todas las penas deben ponerse en una historia, contar sobre ellas.

¿Qué digo yo?, callemos.

Posiblemente sea el consejo más contraproducente en un post de cosas. Porque callar ahoga, pero nombrar no salva.

Y nombrar no salva porque partir de la premisa del dolor para detallar sólo condiciona a enviar mensajes desestructurados de los hechos, a hilvanar historias mentales de la mejor versión que no dirá lo que queremos que diga si no todo aquello que ocultamos con lo dicho. Nombrar sólo ayuda a estructurar una mentira, a jugar con la fantasía y extender la realidad. Y claramente, me niego a negar diciendo.

Y no estoy diciendo nada porque este post es el más personal que he hecho al tratar de ocultar lo que necesito nombrar. No pudo decir que he pasado por la peores semana desde que existo pero tampoco puedo asegurar que por un lapso de existencia puedan haber peores. El fracaso, la enfermedad de alguien y el existencialismo puro se han encargado de triturar lo que la vida se empeña en comunicarnos: la aceptación. Pero para aceptar una cosa hay que hablarla, nombrarla, decirla, utilizar ese vacío de uso del que habla Lao Tse y hacerlo espacio de algo que se ha hablado,  nombrado, dicho. La negación a hablar proviene de que no puedo aceptar las cosas como me son dadas -sin citar a Cortázar- para hacer de ellas versiones virtualmente mejoradas o escindidas de lo que ocurre.

Callar es evitar reproducir «eso» en una cadena de significantes. Callar es evitar abrir vórtices dimensionales donde las cosas ocurren bajo la perspectiva de distintos detalles y elaboraciones. Callar es mantener una versión rígida de la realidad.

Callar no es negar es, finalmente, aceptar.

Como última instancia, que nunca nos falte el drama.

Yes, please no.

Asegúrese de estar en una posición cómoda. La teoría especializada establece que, para una ejecución óptima, es necesario mantener la espalda erguida mientras se encuentra ubicado en su banco para estar; también, colocar los pies sobre el suelo de manera que exista una separación de 40 centímetros o más entre uno y otro -entre las tersas extremidades inferiores, dicen-; además, se hace necesario ser un alfarero de la mímica: Practique ante el espejo los gestos faciales que ayudarán a  los demás a compenetrarse con sus emociones, realice esto con los ojos y haga así con la boca -siempre resulta, manifiestan-.

Tampoco olvide monitorear su respiración. Los suspiros que se realicen junto con la composición pueden ayudar a prestarle realismo a la situación. Realice cuantos suspiros sean necesarios para que la gente encuentre elocuente su interpretación -sea uno con la exhalación universal de la melancolía, recomiendan-.

Preste especial atención al asunto de las manos: unas manos delicadas, tersas con movimientos suaves y precisos ayudarán a mantener la ejecución por el tiempo que deba prolongarse. Las manos comunican tanto más que la voz y la cara, las manos traspasan -utilice sus manos como quien se aferra a un risco, con esa sutil solicitud de apremio de los dedos y la excesiva angustia que los crispa, reafirman-.

Cuanto más sea consciente de su ser en el mundo tanto más estará habilitado para manipular cada aspecto. Cuando crea haber completado cada requerimiento, recueste su cuello sobre ella. Esto brinda una imagen de serenidad y confianza, atraerá a la gente a su composición y podrán adoptarla.

Finalmente, toque. Toque con esos maniatados y desesperados dedos los hilillos que componen su realidad para crearla, para modificarla, para apropiársela. Considere aquellos hilillos que más vengan a su conveniencia, fuercelos a que sean maleables a su interpretación y omita aquellos que traten de desestabilizarla. Es más, afloje las cuerdas que componen a su realidad y cuyas notas le son desagradables de oír, deshechelas. Cree constantemente la convicción de que su realidad es genuina a través de un bello arpegio. Niéguese a alterar su realidad cuando alguien le advierta de un error en su interpretación. Recuerde: usted es un interprete incomprendido de su situación.Y sobre todo, si en algún momento, en alguna situación, por algún artilugio de la percepción, usted es consciente de todos y cada uno de los hilillos que componen su realidad como unidad total, y puede apreciar los matices de cada sonido: proceda a levantarse, lave su alfareara cara de gestos y sumerja sus delicadas y tersas manos de suicida en una tazón con agua y hielo mientras presencia el dehielamiento como quien ve televisión o navega en la Internet. Y entonces, sólo entonces, ejecute sus verdades.

-Aconsejan-

dddddd

Polvo cósmico de aves, o sobre cómo escatología ontologíca de palomas espaciales.

 Subestimamos la capacidad de las decisiones, la capacidad de elección y la libertad que creemos conferida. El concepto de responsabilidad y los conceptos relacionados de conocimiento previo y elección se utilizan para justificar que el control de las cosas se controla.

¿Cómo podemos juzgar una actuación deliberada, y cómo suponer que un acto sólo está sujeto a las fuerzas de la circunstancia?

Si las consecuencias objetables de un acto fueran accidentales y sin probabilidad de que ocurriesen de nuevo, no habría por qué preocuparse. La gratificación de la conciencia se supondría en el plano de «no supe qué hacer, quién soy y de dónde vengo», la no responsabilidad de la no elección se supone inofensiva.

Pero los conceptos de elección, responsabilidad, etc. dan el análisis más inadecuado de reforzamiento eficaz y contingencias de las circunstancias, porque llevan una pesada carga semántica de una clase muy diferente, que oscurece cualquier intento de clarificar las prácticas de suponerse en el control de las cosas.

El caso es que nos contenemos en un gran universo con la carga ingenua de la posibilidad de control sobre todo.  Y en aquellos casos en los que no lo suponemos posible, exponemos la premisa de salvar prestigio y locus de control, identidad y autoestima: «No tuve elección».

Pero cuando la carga de control se supone manejable, cuando deslumbramos la posibilidad de elegir, de decidir, de optar por opciones que supondrán un proceder adecuado, semi adecuado, aceptable, semi aceptable, menos desastroso de las cosas, la aparición de circunstancias específicas nos parece que tiene un nexo delicado  y casi imperceptible con nuestros actos.

Nos concertamos en pubs contextuales de comunión indefinida entre sociabilidad, alimentos y desconcierto para exponer el A hizo B, porque yo hice A.

Si Melenacio cruza la calle y encuentra un billete de lotería y Decide ver el programa de lotería el domingo por la noche porque ha Decidido no salir con Hermelinda, debido a que ella Decidió ir a pasar el fin con sus amigotes; Melenacio se enterará que ha ganado el segundo premio de 1000 compartido con 20 personas más. Pero, ¿ qué llevó a Melenacio a cruzar la calle?, llegar al otro lado, claro, pero también es posible que Melenacio esa mañana se despertara 30 minutos antes justos para tomar el tiempo necesario y cruzar la calle que cruzó precisamente en el momento en que Geranio -vendedor de bienes raíces, que en su desesperación Decidió comparar un billete de lotería para disimular la lenta y degenerativa pérdida del status de la empresa que lo llevará paulatinamente a la bancarrota y poder invitar a Fratuencia a una cena de dos, en los balnearios Bálticos del Norte, pues ella Decidió en su época de juventud regresar cada invierno- en el momento exacto en que Geranio botaba su billete de lotería y Decidía tomar un taxi que justo pasaba por esa calle debido a que la congregación de trasportistas por la usurpación de espacios viales, había Decidido congregarse en la calle opuesta.

El resultado de todo es que cada decisión directa sobre las circunstancias está supuesta sobre una circunstancialidad indirecta que las determina. El punto concreto es que no somos puñeteramente libres, ni por un ápice de asomo. Y si el lector/a ha Decidido en este momento dejar de leer este texto sin congruencia, no lo estará decidiendo por sí mismo/a, sino por una intricada gama de factores deterministas.

Y es a lo que voy, posiblemente en nuestra carga ingenua de un universo infinito de autoengaños pensamos que nuestra vida está en nuestras jodidas manos.

Lo cierto es que posiblemente estemos siendo manipulados por la leyes físicas de alguna civilización universal de garbo intelectual más apremiantemente aplastante en comparación a la nuestra, tanto que sí la capacidad intelectual cumpliera la función del aparato urinario, y esta civilización y nosotros estuviéramos en un mismo baño público, sobre urinarios con compartimientos independientes; y esta civilización asomara la suya -capacidad intelectual, claro-, no osaríamos ni por consideración de la dignidad mostrar la nuestra -capacidad intelectual, obvio-.

Y es como va, toda la congruencia que los actos pueden mostrar sobre nuestras acciones no es más que ambages de oasis para evitar caer en el desierto del descontrol y del caos.

Así, mientras creemos decidir si sí o no, si mañana o ayer, si azul o rojo, un ser cósmico de la cuarta dimensión estará utilizando su palanquita de go -no go para cada acto que ejecutemos, porque al mismo tiempo, los seres cósmicos de la cuarta dimensión son bastante básicos.

Pero también es posible que sólo trate de omitir la responsabilidad de cada acto, de cada decisión y alivianar el arrepentimiento o la culpa  porque también, porque tal vez no tuve elección.

Pero quién se fija.

La ausencia total de miedo.

Veamos, establezcamos que el tren que sale todos los días a las 2 veinte de la tarde, esta vez se retrasa cinco minutos, justo cuando Eleonor tiene tiempo para subir al vagón delantero y preguntar por Cris que se encuentra en el vagón tercero por falta de espacio, de control muscular o porque simple y sencillamente le gusta el vagón tres. Ahora, Eleonor mientras grita por cada vagón Cris Criss, éste se abstrae en las peripecias de la señora Murcia de la estación que compra un boleto y sostiene un paraguas y se arregla el sombrero todo al mismo tiempo, esta señora intenta tomar el boleto con la intención de convenir con el auxiliar de la estación y establecer el deseo de un intercambio sincronizado boleto-billete; sin embargo, en ese mismo momento, una ráfaga de viento sacude el delantal falda de la señora haciendo que todo se desmorone por el anden de la estación; el auxiliar de la estación no pudo por más que emitir un agudo chillido de intención de risa, y llamar a Raúl que se encontraba en el portaequipajes del tren muy cerca justo para ayudar a la señora, Raúl acababa de ayudar al Dr. Fernando en el ensamble de tres maletas que habían llegado de Noruega y traían los mejores quesos de la provincia, una pequeña joven que pasaba por ahí tuvo que evitar ver directamente a las maletas y  evitar el desengaño de no desengañarse nunca sobre la calidad de tales quesos.
Y en efecto, la ausencia total del miedo no existe.

***

De qué irán las cosas que no se conocen del todo, una puede posicionar sobre el tono impersonal de esas explicaciones que se pierden enseguida más allá de la inteligencia y convenir que todo aquello que se creía valedero pierde validez. Bien se podría buscar una ayuda auxiliar, someterse al desmadre del diccionario pensando cómo y por qué, qué y de dónde chingados, pero las cosas aparecen tal y tal, fenomenológicamente hablando y no más, y una se apropia de ellas desde su margen mental de construcción subjetiva, aunque la voluntad se dirige concretamente al objeto del que no podemos estar seguros de su existencia , pero sí de la existencia de ese objeto por sí mismo en nuestra cabeza y es real en tanto permita componerse de una intencionalidad que nosotros nos encargamos de construir, también. En fin, ¿no sigue siendo una puta mierda en cualquier medida, en cualquier caso, en cualquier circunstancia circunscrita o no a la voluntad de ser y de estar?

***

Para el diccionario, el miedo significa duda, el paroxismo banal de la in-certeza, de la des-certeza; dudar en todo caso es temer y viceversa; tememos a las certezas y a la capacidad de no cuestionarnos, de dejar desenvainadas las representaciones mentales de todo aquello que se aglutina en ese estímulo evitante y preguntar si por estar a centímetros estamos a salvo. A salvo de qué, claro, pero no lo dudamos, porque la capacidad de dudar sólo se permite el desempeño de dudar por una región del ser, una región circunscrita que se represente inmediatamente sin concreciones de ningún tipo, si el miedo existe, si el miedo se presenta debemos dudar de si estamos a salvo aún si no desempeñemos el ejercicio duditativo sobre el qué.

boyirl:</p><br />
<p>Brian Oldham - Collage (2013 - 2014)<br /><br />

Espacios circunstanciales llenos de toda la suspensión innecesaria de acontecimientos que son porque a qué más pueden corresponder cuando son reducidos a más nada.

Como una buena esteta del equívoco, remito lo bonito a lo circunstancial.

Lo crucial, no es entonces conocer la esencia objetiva de la belleza. Lo crucial es saber que, un día, una se levanta sabiendo que, aún, en el lastre caótico del mundo las cosas bonitas perduran. Y bonitas porque necesitan serlo; bonitas porque le conferimos todo el sentido necesario para que lo sean.

En estos aparatosos y desvariados componentes de la bonitidad, una reconoce lo bonito que es tener espacios de refugio. Espacios de refugio de presencia corpórea que no remitan a un dispositivo virtual, sustancias psicoactivas o contenidos literatos de cosas hondas y profundas sobre cosas. Que sea pues, un ser, estar y pertenecer desde el sentido materialista completo sustentado en el contenido de las ideas -si lo ponemos desde esos términos, ovcours-, y qué bonito que es.

Es bonito porque en la primera oportunidad que se tiene, una busca  refugiarse a su espacio corpóreo de afrontamiento evitativo y minimizador. Y qué bonito.

Bonito también, porque una consciente como se es que sobre dieciséis pisos encima y lejos de todo pero en el centro, una ve lo demás desde una proporción diminuta mediada por enlaces y distancias de consecuencias, y qué bonito.

Bonito, en realidad, porque el espacio es un espacio de pérdida y reconocimiento. Un espacio de escondite de lo que se es entre todo lo que existe mientras perdura la capacidad de comprender y comprendernos. Y lo bonito que lo hace.

Lo hace bonito,  porque el lastre caótico del mundo, no lo toca; no se hace parte del mundo, pero el mundo lo sustenta porque de qué otra forma. Existe en la marginalidad del acontecer que termina haciéndolo bonito.

Termina haciéndolo bonito, porque el descubrimiento de su locación significa que una se ha desviado del acontecer natural de las circunstancias aunque no exista tal cosa, pero desde la objetividad que confiere lo subjetivo, esa es una manera de verlo bonito.

Y verlo bonito de esa forma significa que una no es la única y total poseedora del conocimiento de la bonitidad de los espacios de refugio.

Que lo hace bonito y común -componente reinante de la bonitidad- y en esos espacios comunes  una comúnmente se evade de lo cotidiano y su potencial reacción de angustia, y qué bonito.

No sé.

El dedal de la existencia

A todo esto que existe y no debería le llamaremos antagonismo prieto. Aunque, a este  todo no le confiera mucho sentido, la verdad.

Tal se desprende de lo que antecede. Esperamos que cada instante nos confirme nuevamente nuestra existencia, aunque carezcamos de nada que sea propio de un modo definitivo. Adolecemos de esta fría indiferencia, mal disimulada, inalterable, de un abandono infantil y rayana en lo ridículo para soportar la espera del intersticio que compone el momento de otro. Nos abandonamos, pues, a la carencia inalterable de un nada por perder, de un sin sentido absurdo. Patrones estructurados a partir de la sensación del hastío, del tic que delata un mundo sin dimensiones, enteramente formal y decorativo.

Acojonados, entonces, como estamos en un cajón de sastre, -hilvanando retazos de esquemas vitales que sustenten distorsionadamente a nuestras ideas preconcebidas más convenientes-, saltamos como púberes con algún problema de regulación hormonal ante la sola idea de que todo se congregue como lo esperado. Pero es que claro, siendo el antagonismo como es desde sus definiciones más simples, nada resulta, nada es, entonces, en nuestro pequeño mundo plano de no diferenciar el sur del norte y la polinesia con la china.

Debimos sondear la capacidad del universo para disfrutar de la cagabilidad de las situaciones. Pero es que no y es que no porque estuvimos demasiado ocupados acertando el hilo en el ojal que nos confiriera la inane sensación de control sobre nuestra existencia.

Pero eso dirá cualquiera que ha olvidado consumir cafeína. Claro.

Nosotros también.

Que no nos sorprenda comprender que todo es una irremediable consecuencia de otra consecuencia que, a su vez, es una irremediable consecuencia de un entretejido de múltiples consecuencias infinitas que han partido de otra consecuencia de complejidad similar.

Al final, iremos definiéndonos por nuestras consecuencias que forman parte de nuestra consecuente consciencia, «soy el producto de un eclipse solar y la alegoría del fin del mundo», «Yo parto de una convulsión orgásmica consecuencia de contracciones y demás», «Yo, en cambio he pasado a ser constituido por esquemas neutrales de sábado gigante». No tanto así pero. claro. delimitado como eso.

Como eso, estableciendo que las decisiones que tomamos se cimientan en un compendio de consecuencias posicionadas en torno a un historicismo dialéctico, un poco chungo también.

Chungo, porque no es que planteemos que cada consecuencia es un choque profundo de ideas contrarias que hacen una sola para ubicarnos en nuestra ontológica ruta de cosas por decidir.

Que claro, las tesis deterministas sólo establecen consecuencias dogmáticas en contraposición de  consecuencias multifactoriales, pero que, bueno, no dejan de ser consecuencias.

El punto crucial es que cuando optemos por mover la manija de una puerta lo hagamos con la clara conciencia de que que el acto parte de una consecuencia que correspondió a una actividad de alguien más, basada en la consecuencia que es producto de la acción de un tercero, así hasta las infinitas posibilidades, así hasta terminar catatónicos en medio de una habitación obscura con la intención de rebatir el ciclo de consecuencias. Pero que claro, esto también contrae las suyas.

Contrae las suyas, porque el hecho irrebatible, es que nosotros también somos parte de este mecanismo intrincado de generar consecuencias que determinan actos.

Y que putada de responsabilidad cósmica.

El ciclo de la experiencia inconcluso.

Yo esto lo veo así: una no se rinde, una no es que no rinda. Es que las cosas simplemente cansan, es que una se cansa con las cosas. Y en el recodo de una acción en la que se iba con en el entusiasmo extendido de ganar la revolución, de volver a un punto inicial de preparación para ser una perpetua figura en posición centripeta en busca de un centro en espiral; pero figura a la que le corresponde sólo un circulo infinito de perpetuidad formal geométrica unidimensional, sin oportunidad de omphalos, sin oportunidad del delfos centro del mundo interior.

Una termina cansándose.

Pero cansancio cuál, cansancio qué, cansancio dónde, cansancio circunstancial que necesita coordenadas especificas cómo. Cansancios de tipos porque no se concibe al cansancio objeto como tal sino cansancio origen de.

Estar casada, si pero de qué. Y omitimos, con ello la propiedad fundamental del cansancio.
-¿Es que las cosas tienen propiedades fundamentales por sí mismas sin que nosotros se las confiramos?

Lo de «nadie- árbol- caída- ruido o no» implica lo mismo.

O qué sé yo.

Implica algo, al menos.

Implica, que es mucho-

La propiedad fundamental del cansancio no importa porque, al final, una está muy cansada como para conocerla. Una esta demasiada acomodada en el manto absurdo sísifiano de la caustica vital en forma de bola, en forma de circulo perpetuo de vaivén. Y una, en ese deliro extenuante, ve a sísifo tocándose las pelotas de su ego con su imperturbable cansancio y su alusión a un atlas; sísifo egocéntrico tipo rebelde que encuentra el sentido en el esfuerzo.

El punto arquimédico de la cuestión es que el cansancio, mi cansancio si lo colocamos en categorías de propiedades fundamentales, corresponde a la extenuación de la preparación, al estremecimiento de mi sistema nervioso simpático. A la construcción masiva de castillos invisibles en el aire, donde yo ama y señora concibo un sistema feudal nada funcional porque no existen feudos. Porque yo no competo con dominar a mis expectativas como súbditos obedientes y manifiestos a cumplir con mis ordenes de cumplimiento y que retribuyan mis deseos porque  mis expectativas no están conferidas con ellos. Bueno, yo; no las expectativas.

Pero qué mierda.

Todo esto es un rodeo de la situación para tratar de domarla. Enlazarla con un lazo corredizo que no funciona porque una nunca aprendió a realizarlos, una estaba demasiado cansada. Sin embargo, una sigue caminando en círculos, una sigue tratando de alcanzar su centro pero conociendo la perpetuidad formal geométrica del circulo, una sigue de hacer espiral el camino; pero la desaforidad de la intención no termina haciendo un circulo, no termina con un espiral, mucho menos. Termina con una convulsión de aires sinuosos. Termina con un tornado de destrucción masiva a su paso, que se da, que choca, que rompe y destruye. Sobre todo, destruye. Y por eso.

Al final: una termina cansándose.  Una no es que no se rinda, es que las nociones para  continuar ya no existen, se han destruido.

Bah.