Rollo de película fotográfica

Heródoto prescibió la importancia de la conservación de la memoria, que debería apelar a revelar todo aquello que fuese digno de contar en la vida de los seres humanos.

Lo que quiero contar no me parecía digno, hasta hace unos meses.

Me di cuenta que dejé que una historia se perfilase al margen mientras me la devolvía con un par de bromas y mensajes anfibológicos.

***

Hace algún tiempo, conocí el mundo de los mortales, es decir, me relacioné.

Entiendo que ahora dejen las butacas vacías, si salen por la derecha encontrarán el baño. Le han puesto desodorante cítrico, por si aplican. Y lo entiendo porque, en concreto, nunca me he referido a mis experiencias relacionales con tanta frecuencia pero el punto no será aclarado por ahora porque soy una película marvel.

Me relacioné porque me lo propuse como tarea de terapia: aprender a intimar. Pero hice trampa. Escogí a alguien que me parecía inofensivo, que parecía no intimidarse por mí, que no parecía tener algún apíce de intención por querer rechazarme. Y entonces, el error de lo fácil.

Empiezas dejando que todo se desarrolle justo como en una peli de terror: con los muebles de la cocina crujiendo, encontrando puertas abiertas sin razón, oyendo murmullos en el baño mientras todos se quedan al borde de la cama pensando si puñeteramente eso es real,  e incluso con la ingenua intención de preguntar por un saludo. O sea, por favor. Algo así, pero con las interacciones.

Los inicios son brillantes. Los inicios son brillantes porque contienen expectativas. Entonces con las expectativas encima, esperas. Pero algo en esa espera, a veces, se siente extraño. No es que las cosas no salgan como esperabas, sino que bajo ninguna alternativa de pensamiento podrías haberlo imaginado. Yo, por ejemplo, me percaté que había sido un error iniciar algo. No veía aún el porqué porque a la luz de las expectativas la realidad, se distorsiona.

Así que seguí esperando al borde de la cama. Y dejé que se desarrollará. Inició con pequeñas burlas sobre mi aspecto, continuó con otras sobre logros personales. Se sumaron las burlas acerca de personas cercanas. Siguió con pequeñas revelaciones personales a otros. Escaló a tergiversaciones de historias, los «estás loca, no he hecho nada», los «te están llenando la cabeza de mentiras», los gritos, los forcejeos.

En fin, dejé que se desarrollara una relación tóxica con la que no supe cómo lidiar. Es decir, intenté lidiar con ella, tratado de terminarla. Y digo dejé, porque me sabía las señales. Pero aún así.

***

La desesperación es un sentimiento incierto. Surge del miedo. Pero es inhóspito, cuando pasas por él es como pasar por un pantano a la cinco de la tarde, aún la luz te permite ver pero ves que estás a poco tiempo de dejar de ver por completo en una situación que no es, precisamente, la mejor. Entonces eres una presa atrapada en un campo traviesa.

Cualquiera comprenderá ese sentimiento si lo ha vivido. Cuando alguien lo expresa con llanto, con suplicas, con propuestas razonables de cambio, lo entiendes. Y dejas que todo se desarrolle de nuevo, esperando que no, claro.

¿Si puedo asegurar que el ciclo de la violencia ocurre como justamente te dicen que ocurre? Sí, y es increíble que todo se ajuste a consonancia.

Y como podrá esperarse la situación se intensificó. Eran golpes sutiles pero golpes al fin, empujones, e intentos de algo que no estaba dispuesta a hacer.

Entiendo el sentimiento de alguien que hace esto, entiendo la ira, el enojo, la tristeza del rechazo. Existe una axioma en psicología de los sentimientos: ellos se sienten o no, nunca porque se quieren tener o no. Sin embargo, ya saben, las implicaciones del comportamiento corresponden a otro orden de cosas. A la responsabilidad, a la libertad, etcétera.

Pero estas cosas se recuerdan y poco a poco se difuminan, lo que queda es algo más: los sentimientos asociados de quien es el blanco de las cosas. Enlistando, me sentí: 1. Avergonzada, 2. Impotente, 3. Invisible, 4. Imposibilitada y 5. Culpable. Puedes sentir tristeza, claro. Puedes sentir, enojo, seguramente. Desesperación, todo el tiempo. Pero lo que cuenta es el bagaje de granos de café de la taza, era difícil deshacerse del fondo.

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La gente solía burlarse. Creo que la imagen de una persona persiguiendo a otra a todas partes era cómica. Tenía que lidiar con comentarios sobre lo mucho que parecía quererme (?), lo mucho muy interesado que estaba en mí (?), lo hortera que era por no corresponderle de nuevo (?).

Al principio intenté ocultarlo porque no sabía cómo lidar con la situación. Más concretamente porque sentía vergüenza. ¿YO? ¿Pasando por una situación de agresión? Pero, ¿qué me estás diciendo, Manuel? Pensaba que si me quedaba lo suficientemente callada al borde de la cama, todo terminaría. Que era suficiente con decir No, colocar límites y esperar a que se respetaran. Pero, efectivamente, no funcionó así.

Supongo que cuando alguien piensa que tiene derecho sobre vos, que justificarse detrás de un «no hemos terminado porque yo no quiero», permitía la persecusión. Es decir, debía ejecutar planes cuidadosos de huída: quedarme en los baños durante largos minutos esperando a que se cansara de esperar, escapar antes de la terminación de las clases para poder librarme de la posiblidad de la presencia, asegurarme de evitar encuentros en lugares fuera de la universidad. Ser atrapada implicaba un enfrentamiento. Era también comprobar la satisfacción por demostrarme que no iba a ser tan fácil: «¿Adónde ibas? ¿Pensaste que podías irte sólo así?» Sí, de terror.

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Cuando noté que era imposible salir de esto por mi cuenta, empecé a contarlo pero la gente parecía no escuchar. «¿Pero ya le dijiste que no?» «Creo que deberías alejarte de él» «¿Estás segura? Porque sos muy temperamental (?)». Seguramente era muy díficil de concebir que alguien con quien te relacionabas todos los días, podía ser un agresor. Si no era suficiente recibir clases juntos,  tomé decisiones equivocadas respecto a mis actividades académicas que coincidieron con las suyas. Me sentía impotente.

Los enfrentamientos siempre sucedían a una negativa,  a negarme a hablar sobre lo mismo, a tener que reforzar límites 78 veces más. A veces, se desarrollaban en público. Nunca te preparan para sentir tanta impotencia como cuando pides ayuda y nadie la da. Nadie se detenía, nadie decía alto, nadie hacia nada. En la calle, el bus, no importaba, las personas me invisibilizaban. Sentía rabia porque a él le permitían tanto poder mientras a mí me lo quitaban.

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Finalmente, acudí a alguien con autoridad que ingenutamente le atribuí poder para deternerlo. Todo parecía ya una novela y no concebía más drama, pero lo obtuve. Si antes me sentía impotente, después fui imposibilitada. No podía hacer más, pero no podía hacer más porque mi apariencia, mi voz, mi manera de hablar lo permitían (?).

Lo horrible es que tal vez tenía razón. No de la manera planteada pero cada que me intimidaba, me paralizaba. No sabía responder. Me disociaba. No estaba ahí. Entendí que esperaba ser salvada. Y seguramente, sí, el apoyo era esencial, la ausencia de legitimidad podría haber cambiado todo, que tendría que haber bastado con los No. Me parecía injusto encontrar alternativas a confrontaciones que no quería estar obligada a tener. Pero también entendí que no estábamos viviendo, precisamente, una primavera feminista. Así que decidí cambiar.

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Está claro que todo cambio es gradual. Cuando empecé con éste, estaba lo suficientemente aislada por varias razones. De repente habían surgido múltiples versiones de mí y entonces era yo celopata, agresiva, inestable emocional y cualquier otra cualificación necesaria que justificara la conclusión de una relación. También me convertí en una persona odiada, o ese era el mensaje que se encargaba él de transmitir. Todos parecían tener algo qué decir respecto a mí y era negativo. Gradualmente descubrí que yo también transmitía desprecio por los otros, casualmente por las mismas vías. Cualquier comentario sacado de contexto era esencial, toda pequeña tergiversación era necesaria. Estaba demasiado cansada para luchar contra una campaña de desprestigiacion, y lo estuve por completo cuando uno de mis amigos cercanos se distanció debido a esto, todo cuánto podía decir siguió siendo inútil.

Hacer amigos no era precisamente mi fuerte. Cuando intentaba entablar una relación con alguien, también debía esperar que él lo intentase. Desafortudamente, carisma o no, él tenía mayor suerte.

Pero el cuento no es tan malo. De todo esto, recuerdo a tres magníficas personas. Es díficil imaginar el alivio y por eso debemos volver al pantano cuando entrada la noche, en la penumbra y con el frío, aparece una persona con una linterna, alguien más con un abrigo, y otra con milanesas. Exacto. Fue necesario casi nada para contenerlo todo.

De cualquier manera, el cambio. Literatura sobre manipulación, sobre asertividad, sobre defensa personal, fue necesaria. Nuevas entonaciones con mi voz, nuevas formas de vestir. Entendí que no podía seguir luchando contra él, así que decidí utilizar las intancias que tenía a mi alcance para sobrellevar la situación. No era un plan jamesbond, pero la universidad estaba a punto de terminar y sólo debía resistir. Aprendí a lidiar con la manipulación, aprendí a ser asertiva, aprendí a enseñar mejores formas de comunicación, a lidiar con sentimientos intensos. Hice un equipo con el enemigo y recuperé mi poder.

Quisiera decir que todo resultó viento en popa, él cambió, y todos fuimos felices. Pero efectivamente, nunca funciona así. A veces estaba tan desgastada por sostener el performance, por tener que obligarme a interactuar con alguien a quien necesitaba a 534 kilómetros de distancia, que surgían enfrentamientos demasiado serios.  También tenía que lidiar con la culpa. Anteriormente, durante múltiples veces había cedido a la posiblidad de su cambio. Sucede a veces que no se quiere creer haber tomado tan malas decisiones. De la misma manera, me preguntaba si la manera en que manejaba el conflicto podía provocarlo, que tal vez sí era inestable emocionalmente, y trataba de compensar el error.

Cualquiera que hubiese llegado hasta aquí podría interpelar y decirme que el drama hubiese acabado si lo denunciaba. Pero aquí está mi culpa más bonita: temía arruinarle la vida (?).  Y no me había percatado de lo injusta, tontona, estúpida culpa hasta que tuve que acudir a la policía. Habían pasado casi tres años, las cosas se habían desbordado, el plan funcionó lo suficiente pero, al parecer, debíamos pasar un año más juntos debido a la especialización y, efectivamente, estaba harta porque las cosas no parecían haber mejorado. Frente a la policía tuve que explicar otro altercado más pero me quebré. Me quebré porque él estaba ahí, porque lo tergiversaba todo, porque se victimizaba, porque me culpabilizaba, pero sobre todo porque yo no podía hablar. Y no podía hablar porque lloraba.  Lloraba de cansancio. Lloraba por el absurdo. Lloraba de injusticia. Recuerdo los mensajes confusos e inútiles de la policía, los «sí, las mujeres son así, lo inventan todo», los «mejor es no hacerles caso», y mi favorito: «piénselo bien y asegurese que sea cierto o va arruinarle la vida». Y el insight. Cómo iba a arruinarle la vida a alguien que me la estaba arruinando a mí, cómo no darle el derecho de paso, cómo no reproducir esa concepción machista de la permisividad.

Al poco tiempo, interpuse medidas de seguridad. Y todo feliz. La historia es más complicada porque paralelamente se desarrollaban otros drams pero todos convengamos en dejarla justo aquí y que la moraleja podría ser: usen siempre medidas de seguridad. Que no debería ser moraleja en lo absoluto.

De cuando en cuando, recibo noticias de él. De gente que cree necesario mantenerme actualizada sobre referencias que tienen que ver conmigo. No había prestado importancia, hasta hace poco justamente porque ha iniciado un juego cruel con alguien más y que me sé muy bien. Según como me lo presentó, escoge a alguien de una relación anterior y la hace presente con la intención de compararla con la relación actual, de hacerla inalcanzable; de comprometer las características de su pareja haciéndolas insuficientes. Es un juego infantil. Y entiendo que ella no leerá esto, pero entiendo también que su red de apoyo es mucho más sólida de la que alguna vez la mía fue. En fin, este no es el punto marvel, es un punto para la posibilidad.

El punto marvel es que hace unos días publiqué un post que me pareció insulso y superficial, sin contexto. Partiendo del supuesto que cualquiera puede amar a cualquiera, parece nada. Pero no cualquiera tiene la oportunidad de sanar en otra relación, y por eso.

Puede consultarse un libro de historia medieval y verse armaduras, si se le añade múltiples armas al dibujo original, podría comprendérseme. Llevaba kilos de herramientas encima por lidiar con amenazas durante tanto tiempo, y fue necesario un momento con esa persona para comprender que eran innecesarias.

Y entiendo muchas implicaciones al respecto. Entiendo la no correspondencia del amor. Entiendo que haya cometido errores. Entiendo que los hayan cometido. Entiendo que el nivel de significancia de la relación no fuera equivalente, fundamentalmente, porque mi situación de vida lo permitía y lo requería. Fue una experiencia tan vital, no importa cómo se desarrollara, que necesitaré decir gracias toda una vida.

El punto es que tampoco puedo ser más cursi. Y que una lección sobre intimidad no puede haber durado tanto y ni siquiera la he terminado. Posiblemente la intimidad sólo es un cuento que nos contamos para sentirnos menos solos.

Quién sabe, yo por fin pude contar una historia.

 

1 comentario en “Rollo de película fotográfica

  1. Wow… Dicen que las mujeres son fuertes, pero no termino de sorprenderme. Perdón de antemano por cursi o raro, pero…

    Aunque sea brevemente, alguien te leyó. Alguien aquí te puso atención. Alguien te cree. Alguien te admira. Alguien te pensó. Alguien se sintió orgulloso de ti. Alguien te tiene fe.

    Alguien

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