Sumario de cosas I

Encontré cosas que escribía hace algunos años y no me atrevía a publicar porque decían mucho más de mí de lo que quería admitir. Ahora se han convertido en ripio anecdótico y puedo suspirar ante el escudriño de mi estado mental, tranquila.

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¿Ya agotamos las metáforas de vida o nos hace falta alguna?

CUANDO DE ESTADOS ALTERADOS DE CONCIENCIA SE TRATA

¿Acaso el mundo se ha convertido en un lugar para follar -eventualmente-?, que no me quejo faltaba más.

1. Pero una se acerca a un espejo y se pregunta cómo es que alguien se atreverá a quererte, y luego alguien aparece y te abraza por la espalda, propinándote unos besotes en el cuello. Luego despiertas y te das cuentas. Te das cuenta de que eso es lo que quieres y lo que todos necesitamos. No, los besotes que eso se sobreentiende, todos queremos unos besotes. Pero los abrazos, cualquiera necesita un abrazo aunque no lo sepa. Post, ex, uber espalda, pero un abrazo. Y que te quieran, sobre todo que te quieran así cerquita y como eres.

2. Hay que tomar consciencia del paquete complejo que se es. Y aquí lo complejo es que el paquete no exactamente de la persona que creemos querer si no de nosotros. Vale, nosotros nos encargamos de filetear el paquete, de empacarlo, de agregar cosas cada que la persona que queremos levanta una pierna o se escudriña la nariz. A eso me refiero…

¿Somos un paquete complejo, Dan?

Lo somos, Hermelinda.

No se quienes serán Dan y Hermelinda, pero ellos lo saben. Y no nos excluye de saberlo. Gracias Dan y Hermelinda, pueden salir.

-¿Sabes que estas un poco muerta por dentro, no?
-Ya lo sé, Hermelinda. Ahora vete.
-¿Te has preguntado como es alguien puede quererte así? -De eso va esto, Dan.
-¿Te das cuenta que hemos destruido la estructura del texto? Nadie lo va a entender y tampoco a querer.
-¿No es así siempre, Hermelinda? Además no me gustaba como iba, no sé lo que decía, no había fundamentación teórica. Parecían axiomas de caño y no. -Los absolutos me dan agruras.
-Deben darlo, Dan. Además, ¿se dan cuenta que no son más que productos de un ejemplo sobre carencias afectivas o no?
-Lo sabemos, por eso dependemos de que alguien nos quiera. ¿Tú lo haces? -No he completado mi paquete, Hermelinda.
-Hay paquetes olvidados en estaciones de correo. Se pudren por dentro. Se deterioran. Es triste.
-Tal vez, todos seamos paquetes olvidados en alguna estación de correos que eventualmente son cambiados de lugar y se encuentran y se dejan y se caen y se rompen. Y… es tristísimo, Dan.
-Todo lo es alguna vez sobre el siempre del nunca.
-No hables así que la gente no entiende de metáforas absolutistas, Hermelinda.
-La gente es un paquete incompleto, por eso nos destinan a la parte trasera de la estación de correos.
-Bueno, si ya Dan. Basta, me deprimen y tengo suficiente conmigo misma. -No creo que exista alguien que tenga suficiente consigo. Por eso intentamos querernos.
-El querer bajo esos términos parece un acto egoísta.
-Tu dijiste que queríamos al paquete de cualidades, defectos y cosas rimbombantes que estructurábamos sobre alguien de quien nunca podemos estar seguros. Al final, queremos la mascara que le hemos colocado para tolerarlo.
-Máscaras, paquetes, qué sé yo. Nunca estoy segura de lo que digo. Ni siquiera sé si queriéndome he estructurado un paquete de cosas para tolerarme. -Nosotros somos lo que no toleras.
-Y se llaman Dan y Hermelinda, claro. Faltaba más.
-Salen-

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Quiero pensar que al final se presente la oportunidad de atribuirle mis culpas a un patrón de crianza y un temperamento, determinados. Podemos, entonces, hablar de la bondad de ajuste y de cómo nuestros padres, la educación primaria y agregados, se cagaron en nosotros. Pero bueh, luego me llaman determinista y que hay un círculo en el infierno para tales casos. El infierno en tales circunstancias no me conduce al temor: sentarse junto a otros, insensibles al complejo de culpabilidad, blasfemando condiciones socio-históricas que les hicieron ser las personas que eran y qué podían hacer pobres personas seres humanos vulnerables: seguir el devenir de las situaciones. Lógica fundamental. Silogismos notables, apabullante manejo de las preposiciones. O sea, superhellou.

Y mientras uno fatalisticamente enciende la tv porque es tiempo de la hora feliz, aparecen estos cortos informativos sobre el acontecer de las cosas y claro está: brasil, y claro está: siria, y claro está: egipto, y claro está: estados unidos, y claro está: chile, y claro está: Bolivia, y claro está: pakistán, y claro está: guatemala y su régimen militar impuesto y la violencia identitaria y su deprivación de la condición humana -condición humana, ah-, y claro está: el pingüino cósmico. Y uno traga, asimila, se atraganta con estos clips informativos de la condición humana, y uno se desasosiega en el sillón pero no, uno no lo nota porque han aprendido a jugar con nuestro desamparo aprendido, han aprendido a tapar nuestra boca, a agrilletarnos los tobillo mientras nos dejaban en un sofá con una manta gastada a esperar la enfermedad del legionario.

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Yo no sé cómo describir esta sensación… es como si tu parte izquierda se detuviera y no detenerse como _alto_ y no moverse. Es como si el tiempo y todo, en general, se detuviera en esa parte. como si necesitara la imperiosa huida del tiempo y del espacio, es como escindirse, es como si esa parte quisiera embotarse, arrancarse a sí misma perpetuamente pero sin fuerzas para hacerlo, sin movimiento que corresponda a la acción para iniciar. Pero la otra parte es peor, la derecha es un movimiento perpetuo de búsqueda de la necesidad de llenar el vació que siente la parte izquierda. Y se da y se rompe y se deshace, mientras la otra parte mira impávida, mira atemorizada, porque sabe, porque comprende y predice que la otra parte -la parte derecha- la llevara a sucumbir de nuevo, a sucumbir como ahora… a sucumbir.

Pero esto también es así: es como penetrar una lanza en la región del ombligo, es ayudar al otro a que penetra la lanza, a que traspase las entrañas y llegue al otro lado. Y el deseo de querer dejarla ahí, que perdure ahí, que duela ahí como seña, como significante de que debimos huir antes, de que hubo un tiempo para la huida, de que tal vez ni siquiera hubiese sido necesario huir sin la vinculación a algo que nos hace querer escapar, no porque amenaza sino porque encierra, no sobre la comprensión de bajo llave y cuatro paredes sino porque nos cierra, porque nos orilla a cerrar puertas, ventanas y huir hacia nosotros y quedarnos adentro y escapar del encierro del otro desde dentro y no desde fuera. Quedarnos en posición fetal en una habitación oscura a llorar como un bebé que siente un miedo enorme al abandono, que siente un dolor inexplicable, que siente un frío gélido que no termina, que no para, que no acaba. Es estar en el centro del espacio sin puntos intermedios.

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Señor presidente creo que debemos hacerle unos remaches a su trajecito de presi.

Oh, expresa. Oh, aclama.

Pero venga.

No.

Vale, ya le preparamos el jueguesito de los ingresos per capita. Venga.

Ayn rand me mira feo.

Ya le dije que no debe leer esos cuentos antes de dormir. John Galton no existe.

Who are John Galton.

Deje de poner voz de manantial y venga.

Vos crees que si salgo desnudo con todas la emociones a flor la gente me quiera.

No hay tanta transparencia para tanto. Ademas véase los gorditos, presi.

Es por la guayaba.

Ya sabemos como termina el cuento del soberano que obsesionado por su apariencia, descuida los asuntos de estado. Le ven el culo y la cara.

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(Grima encontrada aquí por ser primer microcuento) Porque lo marica me alcanza a niveles insospechables. Hoy.

Alegorías estruendosas, festividades sin sentido. A-ni-ver-sa-ri-o-ss-animaversión.

Henry llama, Henry que Hola, pringuita erudicturinaria. Henry bobo, Henri calma. Calma de Henry. No respondo enseguida, emoción contenida. Sabor ineluctable de ver palabras en cámara lenta por los orificios de audición. HOOOLAAAA, PRIIIING. Contesta. Verbo en modo imperativo conjugado en segunda persona y luego es vergonzoso Henry-O, tener que escucharte. Pringao. Qué contás. Henry says: llamarte a las dos de la mañana no es la gran cosa, vos sabes –Sí, sé, Henry pantanoso, pienso con mis capacidades pensantes-. Hoy pasó algo y te cagas –dice Henry con sus capacidades descriptivas-. Hoy o ayer?. Remarcó porque tengo sueño y no sé pensar, me justifico internamente. No importa -dice Henry con sus capacidades evasivas- viste que te dije que nos íbamos a quedar con Carlos en lo de la playa a dormir, pues nos quedamos, chatia. Nos quedamos –recalca como gran hazaña mientras me descubro sonriendo porque recuerdo el gesto de la mano hacia abajo y los dedos juntos mientras lo considerábamos un gesto diplomático cuando el estaba acá y no allá y nos reíamos limítrofes, porque no podíamos reírnos de otra forma diplomática- bueno pues resulta que mientras dormíamos un hombre se acerca y nos quita nuestras chivas, magui –y deja el espacio y tiempo de expectación para que yo haga alguna injerencia de preocupación y/o sorpresa y/o angustia y/o gruñido de manifestar lo mucho que me molesta el apodo porque me recuerda cuando traía a su hermanita a la casa y teníamos que deletrearle letra por letra las palabras de mi nombre llo- ma, magui, que no Henrriette (mientras yo lamentaba su nombre en secreto y que estaba bien que me llamara magui que no importaba mientras ella siguiera llamándose así) y luego de tanta l y de tanta O y de tanta magui caíamos sobre el sofá rendidos ante el deletreo de mi nombre y la obstinación de Henrriette de seis años sin ningún problema del lenguaje. Pero el caso es que no hago ninguna injerencia y ningún gruñido porque está bien que me diga magui, está bien que me lo diga desde allá cuando no está acá -Henry, boludo pibe ché, te lo dije –digo, más siguiendo el juego de su silencio que por preocupación y.

No exageres Maria de Isaacs. Mirá, poneme atención pues –dice como si yo no estuviese haciendo otra cosa y ninguna otra cosa me importase más- que Carlos se despierta nuestras-chivas-puta-mierda-cerote, vos sabes cómo es Carlos y me despierta exasperado mientras que el señor va caminando muy tranquilo, y -ríe mientras yo me aferro al auricular con el gesto ingenuo de quien desea que las cosas perduren por más tiempo y tener a Henry del otro lado riendo indefinidamente- entonces yo me levanto y Carlos me grita no-cerote-hijo-de-puta-maldito-imbécil-idiota-no-vayas-tras-él. Pero vos entendés, yo no podía dejar que aquel se fuese tan tranquilo. Así que lo corrí y cuando me vió empezó a correr y el tipo, que no tendría menos de sesenta años, se cae de bruces sobre la arena. Vos te imaginas esa escena?, yo casi paro de correr por no parar de reír –Plis, Henry, no pares indefinidamente- así que lo alcanzo, y agarro las cosas y el señor no me dice nada, sólo me mira como avergonzado, y lo dejo y regreso. Deberías de haberme visto, imagínate el siglo dieciséis, camisas de lino, a medio pecho abiertas y pantalones arremangados por lo bajo. Y Carlos con esa imagen, claro que se mojó. Y sabiendo cómo es Carlos, lo insulta.

Deberías de haber estado acá –dice con tono de reproche reconocible que busca culpabilidad- Sabes que no podía, tengo tanto por hacer y estoy terminando el cole –Digo con la culpa colgándome del cuello-. Lo sé, no me creas egoísta, mujer de las mil excusas, pero hace mucho que no te veo, y como pasábamos tiempo juntos, te recordás?, y sé que tenerte acá como algo que pasó hoy hubiese sido un peligro que no hubiera dejado que corrieras, entendés, mariquita. Pero te extraño tanto –Henry, sincero de mierda, con esa capacidad para hablar de sentimientos sin que los colores se le suban a la cara- y no creas que no lo entiendo, yo con estos problemas encima que te afectan más a vos que a mí, y entonces me gusta alejarme porque no quiero que mis circunstancias te dañen más y a mi mamá que sabes como se pone la pobre y a la Henrri que es otra histérica -y el nudo atravesado en la garganta, maldita contracción de la laringe, maldito dolor punzante en alguna región del alma- Y luego el silencio ese, que se perfecciona con los años porque claro que un silencio cualquiera no es, no vaya a creer usted, es más un lenguaje cómplice de acompañamiento que no puede ubicarse con ninguna palabra sino con alguna confirmación sentimental de que el otro está sosteniendo cada afirmación y sopesándola y.

Recordás cuando mi hermano nos llevó por primera vez al cine, cuando nos perdimos y nos equivocamos de fila y nos parecía que había demasiada gente? Y que eso no nos permitía encontrar a mi hermano y hacia un frío hijodepuntese y vos te quitaste ese suéter de superman con S trasera que hermoso te quedaba y me lo pusiste y me dijiste que todo bien –henry niño pequeño tres años mayor bolita de alcornoque- te acordas, Henry?. Y se escucha su risa y algo intelegible pero no es más que su voz quebrada en miles de pedacitos porque sus palabras han chocado con algún dolor y algún recuerdo –niño bobo que declaraba su celo protector contra vecinitos molestos y mantenía su mano firme con la mía, niño bobo- y su voz de nuevo: y luego encontramos a tu hermano platicando con amigos que había encontrado viéndonos llegar como si nada hubiese pasado pero aferrando con su mano tu pequeña cabeza a su pierna, como si no quisiese que volvieras a irte. Maldito sentimentalismo el nuestro, maguita. Si supieras cuanto me estoy aferrando a vos; quisiera estar bien, quisiera dejar de ser tan estúpido. Carlos ha progresado bastante desde que salimos, pero yo dudo de mí. Pienso que si recaigo lo mejor es morirme de una sobredosis y..-Maldito victima de sus circunstancias, maldito victima irresponsable; la impotencia se instala y me señala que no puedo sostenerle la mano que lo pierdo entre la sala de cine que no puedo contra el acoso de vecinitos molestos, que pierdo tal vez si hubiese estado conmigo como cuando niños, si no se hubiese ido, si. –ya, lo estoy haciendo de nuevo. Debería de hacer sho mejor. No llores, vos. Son estupideces mías. Ag, perdóname tanto. Te quiero mucho, lo sabes, cierto?. Tenes que saberlo, creadora del mar Egeo de lágrimas. Yo te quiero. Y… bueno, Carlos se está muriendo del frío y quiere ir a dormir a un hotel. Te llamo luego. – sonido impotente del pipipí, no tiempo ninguno para respuesta, Henry se pierde para siempre detrás de la línea del auricular-

Y Carlos dice: Henry hablaba de vos todo el tiempo, recolecto todas estas piedras y mirá, vidrio de mar, porque le preguntaste por él y el maldito me mantuvo recorriendo casi 15 kilómetros buscándolo, hijo de puta, cerote de verga. Te quería tanto, lo sabes, cierto?

Harta del rumano al español es mapa.

El ruido avasallador de una ciudad convulsa, de una circunstancia específica, del espacio etéreo que te corresponde a ocupar como ocupante de un recinto que pone tu nombre escrito en tiza. Qué hay más allá de una muralla hecha con peltres y rosas orladas doradas que envuelven las mentiras que te dices en circunstancias faltantes. Quién eres a falta de qué, qué haces por ser quién, qué buscas para perder lo que tienes. Las respuestas inconmensurables se instalan en el rincón de la ropa sucia, la hueles para paliar si pueden ser utilizadas con la oportunidad de reinventar el pasado. Pero te pierdes en el descubrir deshecho, en el desear alterado de algo que nunca pasó. Cómo responder al devenir y al porvenir, dos cosas distantes entre sí aún equi-distantes. X-distantes. Distantes de N pero cerca de la x donde marcas el refugio donde piensas enterrarte. Realizar la azotadora tarea de aquel Münch-hausen que se jalaba de las coletas para salir de su propio pantano promontorio, de su propia y inconmensurable falta de sentido, de su dismorfofobia espacial.

Cómo te atrapas en la idea de permanecer y de ser, cómo conseguís erguirte en el vasto campo donde no eres pero finges ser. Convenir siempre con la idea de que construyes un palacio de cristal con falacias y cuyas mentiras te siguen como el playlist de un comercial que abarca todo el lugar. Levantas la tapa del baño del lugar público, tiras de la cadena para deshacerte de toda la mierda, mientras la música de elevador te rebaja dos pisos. Quién eres para decidir sobre lo que te gusta. Haz lo que tienes que hacer, sigue las líneas con los dedos de la mano derecha hasta el final de la página del libro que alguien más te pidió que leyeras. página 45. Haz pausas con las comas. Considera los puntos finales. Sube los hombros, sonríe. Te están viendo.

 

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Hagar Vardimon 

El qué, tía…

Las entradas son unívocas.

Las entradas son venas abiertas de sistemas inconclusos que tienden a la curva.

¿Qué digo cuando digo algo, Alejandra?

¿Qué digo cuando lo digo todo sin decirlo?

Conocer las entrañas de la pérdida es saber subestimar lo que nunca se ha tenido.

Empezar con lo cliché porque siempre son lugares seguros para desvanecerse y decir lo que siempre se ha dicho.

¿Quién eres?

Compasión.

Necesito certezas para no abrir la fragua de la espera.

¿Quién espera?

La ira.

¿En qué creer?

Spinoza se curva del desasosiego.

¿Hay un lugar dónde Spinoza no entre?

Por favor, toca.

Otra piel, la extraña sensación de reconocimiento fenomenólogico de otro otro -susurra una voz.

Los secretos que vuelven a contarse- acota.

No voy a lograrlo, ¿cierto?

¿Alguna vez alguien lo logra?

¿Escapar?

Spinoza se sienta a fumar.

¿Spinoza fumaba?

Fumar es tragarse el alma.

(Silencio)

El dolor siempre es gráfico.

El dolor siempre se queda.

El dolor es readecuación.

El dolor es ya parte de mí.

El dolor está bien.

 

 

Moloch del presente

No sabría hacer un cómodo recuento del 2018. Sin ser un año difícil, tampoco fue fácil. Esos puntos intermedios incordiosos que, a veces, se quedan sin nombre, sin denostar ninguna posibilidad de explicación que pueda, al que lee y trata de entender, qué es lo que existe en el límite de lo que pudo ser pero, al final, no fue del todo.

En todo caso, como cualquier ser humano que ha decidido habitar por un trecho más este mundo, viví. Y aprendí.

Aprendí y viví la certeza de no haber aprendido y vivido nunca, nada del todo. Que para vivir -y aprender- necesitas ser más que uno. Y para eso hay que construir vínculos. Y mantenerlos. Y esto, lo aprendí -y viví- con alguien que me enseñó a saber-estar, sin ni siquiera proponérselo.

Pero no se sueltan estas cosas por la carga que representaría para quien van dirigidas, decir «Gracias, mira que no lo me los esperaba» y colocar esas expectativas de funcionamiento en función de alguien. Funcionamiento-en-función, como si hiciera referencia a una maquinaria que nos sobrepasa y de la que no tenemos ni conocimiento ni control. Pero, en fin.

Lo suelto igual, porque todos los involucrados en ese vínculo -es decir El Otro y Yo-, sabemos qué es estar allí -porque estar con alguien representa un lugar donde uno orquesta su pequeño mundo íntimo-. Es decir, qué significó para mí, y qué significó para el otro lo significado por mí. Es decir, mucha paciencia. Pero también, mucho debate interno con los mefistófeles de fausto que quieren aplacar toda forma de vida, es decir, aprender. Aunque nadie me perdone ese reduccionismo tan básico.

En todo caso, se siente como avanzar en la escala ericksoniana de la vida funcional, que eleva sus niveles cada escalón de tres metros. Suspendida, entonces yo, por un brazo en el escalón de la intimidad, y a punto de caer, trágicamente, en el precipicio del aislamiento -lo pongo así o de lo contrario no entendería por qué tanto revuelo (que es sólo el mío) por ir aproximándose a cada nivel- no es que haya sido rescatada, sino que el otro, cómodamente instalado en el escalón superior, esperaba a que yo lograra descifrar como subir del todo, no sin entender, completamente, cómo no lo lograba y no sin comprender, aún, cómo a veces me gusta sentarme al borde. Porque sabemos -sin tratar de justificarme- que nadie logra nada en tono absoluto.

De cualquier forma, se vive aprendiendo a subir en ese escalón de la intimidad. Al final, construirla -o subirse en ella- consiste aprender a abrazar -y vivir- el rechazo que, conociendo su naturaleza, siempre toma formas diferentes porque, hablando con la exactitud clínica que la actualidad requiere, los defectos son la medida de todas las cosas. Pero, entonces, contemplar la posibilidad de sacarse de encima el apremio de la admiración, sólo para dejar en el escaparate las absolutas debilidades y que aún así, alguien elija, después de todo, colocar un brazo debajo de tu cabeza y acurrucarse bonito en conjunto. Te digo: qué paz.

Por otra parte, este año también significó aprender -y vivir- el compromiso y, antes que los otros, consigo. Este año fue una carrera existencial por mi identidad. Perdí el sentido de lo que soy porque los personajes que elaboré para sustentarle, dejaron de ser funcionales. Y con ello vino el conocimiento pleno de que jamás, tal vez, podré estar de la forma que se requiere; que nunca podré ser, de la manera que es necesaria. Que nunca aprenderé a transcurrir -y vivir- los niveles ericksonianos de forma eficiente.

Tal vez fueron pequeños pasos para finalmente integrarse en la vida adulta -si ese mítico lugar existe- aunque sienta que voy tarde; que tengo, en la agenda social, 47 citas atrasadas pendiente en relación a los otros. Sin embargo, hay personas que se sientan a esperarme y, con eso, tengo.

 

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Pan’s Labyrinth Soundtrack

Qué solos estamos.

En serio.

Pero la soledad no es una burbuja como se pinta. La soledad es un pozo con paredes negras y un piso cuadriculado en el que te sientas con las piernas en mariposa, a la espera de algo que no es alguien. Un pozo que se extiende hacia abajo cada que una de las cabezas de las voces se asoman por la abertura para hablarte.

Hay reverberancia, hay eco, pero nunca consonancia.

Pequeñas cabezas en círculo que miras-mirándote fijamente en tanto te alejas; no como quien da unos pasos y se acerca a un horizonte indivisible. Sino como quien baja los escalones, en oscuridad perpetua mientras se siente la fría mirada de alguien que no está.

Diminutas cabezas en orden geométrico circunsférico, instigándote por el porqué ontológico de las cosas que te hacen, que te convierten en alguien que desciende inevitablemente por un pozo de revestimiento negro y piso cuadriculado, de paredes que no están porque son hechas de vacío.

Es un vacío que no deja tocarse. Un pozo redondo de cosas que no están allí, una circunferencia estructurada por cosas incomunicables.

Desde allá arriba, sigues escuchado sus voces, te apuntan con el dedo. Te culpan.

Si sólo tuvieras el pañuelito scout de la vida que te ponen cuando te enseñan cómo llevarla -más insignias- te dices; aunque nunca sea cierto, claramente.

Lo nunca es cierto es lo de la vida, sí lo de las insignias- dice alguien allá arriba.

Estaremos todos, al final, en un pozo ciego. Vecinos sin fondo ni espacio, tratando de comunicarnos con ecos que nunca nos alcanzan.

Serán las voces, entonces, sólo los temores que nos hunden.

Será la consecuencia de convivir y convalecer la misma vida que no es única y que nunca es de uno. Que al final tampoco sabemos como ensamblar y la carga de esa pieza siempre nos deja en un pozo de revestimiento oscuro, sin paredes pero sí vacío.

Qué puñeteramente solos estamos, en serio.

 

Rollo de película fotográfica

Heródoto prescibió la importancia de la conservación de la memoria, que debería apelar a revelar todo aquello que fuese digno de contar en la vida de los seres humanos.

Lo que quiero contar no me parecía digno, hasta hace unos meses.

Me di cuenta que dejé que una historia se perfilase al margen mientras me la devolvía con un par de bromas y mensajes anfibológicos.

***

Hace algún tiempo, conocí el mundo de los mortales, es decir, me relacioné.

Entiendo que ahora dejen las butacas vacías, si salen por la derecha encontrarán el baño. Le han puesto desodorante cítrico, por si aplican. Y lo entiendo porque, en concreto, nunca me he referido a mis experiencias relacionales con tanta frecuencia pero el punto no será aclarado por ahora porque soy una película marvel.

Me relacioné porque me lo propuse como tarea de terapia: aprender a intimar. Pero hice trampa. Escogí a alguien que me parecía inofensivo, que parecía no intimidarse por mí, que no parecía tener algún apíce de intención por querer rechazarme. Y entonces, el error de lo fácil.

Empiezas dejando que todo se desarrolle justo como en una peli de terror: con los muebles de la cocina crujiendo, encontrando puertas abiertas sin razón, oyendo murmullos en el baño mientras todos se quedan al borde de la cama pensando si puñeteramente eso es real,  e incluso con la ingenua intención de preguntar por un saludo. O sea, por favor. Algo así, pero con las interacciones.

Los inicios son brillantes. Los inicios son brillantes porque contienen expectativas. Entonces con las expectativas encima, esperas. Pero algo en esa espera, a veces, se siente extraño. No es que las cosas no salgan como esperabas, sino que bajo ninguna alternativa de pensamiento podrías haberlo imaginado. Yo, por ejemplo, me percaté que había sido un error iniciar algo. No veía aún el porqué porque a la luz de las expectativas la realidad, se distorsiona.

Así que seguí esperando al borde de la cama. Y dejé que se desarrollará. Inició con pequeñas burlas sobre mi aspecto, continuó con otras sobre logros personales. Se sumaron las burlas acerca de personas cercanas. Siguió con pequeñas revelaciones personales a otros. Escaló a tergiversaciones de historias, los «estás loca, no he hecho nada», los «te están llenando la cabeza de mentiras», los gritos, los forcejeos.

En fin, dejé que se desarrollara una relación tóxica con la que no supe cómo lidiar. Es decir, intenté lidiar con ella, tratado de terminarla. Y digo dejé, porque me sabía las señales. Pero aún así.

***

La desesperación es un sentimiento incierto. Surge del miedo. Pero es inhóspito, cuando pasas por él es como pasar por un pantano a la cinco de la tarde, aún la luz te permite ver pero ves que estás a poco tiempo de dejar de ver por completo en una situación que no es, precisamente, la mejor. Entonces eres una presa atrapada en un campo traviesa.

Cualquiera comprenderá ese sentimiento si lo ha vivido. Cuando alguien lo expresa con llanto, con suplicas, con propuestas razonables de cambio, lo entiendes. Y dejas que todo se desarrolle de nuevo, esperando que no, claro.

¿Si puedo asegurar que el ciclo de la violencia ocurre como justamente te dicen que ocurre? Sí, y es increíble que todo se ajuste a consonancia.

Y como podrá esperarse la situación se intensificó. Eran golpes sutiles pero golpes al fin, empujones, e intentos de algo que no estaba dispuesta a hacer.

Entiendo el sentimiento de alguien que hace esto, entiendo la ira, el enojo, la tristeza del rechazo. Existe una axioma en psicología de los sentimientos: ellos se sienten o no, nunca porque se quieren tener o no. Sin embargo, ya saben, las implicaciones del comportamiento corresponden a otro orden de cosas. A la responsabilidad, a la libertad, etcétera.

Pero estas cosas se recuerdan y poco a poco se difuminan, lo que queda es algo más: los sentimientos asociados de quien es el blanco de las cosas. Enlistando, me sentí: 1. Avergonzada, 2. Impotente, 3. Invisible, 4. Imposibilitada y 5. Culpable. Puedes sentir tristeza, claro. Puedes sentir, enojo, seguramente. Desesperación, todo el tiempo. Pero lo que cuenta es el bagaje de granos de café de la taza, era difícil deshacerse del fondo.

***

La gente solía burlarse. Creo que la imagen de una persona persiguiendo a otra a todas partes era cómica. Tenía que lidiar con comentarios sobre lo mucho que parecía quererme (?), lo mucho muy interesado que estaba en mí (?), lo hortera que era por no corresponderle de nuevo (?).

Al principio intenté ocultarlo porque no sabía cómo lidar con la situación. Más concretamente porque sentía vergüenza. ¿YO? ¿Pasando por una situación de agresión? Pero, ¿qué me estás diciendo, Manuel? Pensaba que si me quedaba lo suficientemente callada al borde de la cama, todo terminaría. Que era suficiente con decir No, colocar límites y esperar a que se respetaran. Pero, efectivamente, no funcionó así.

Supongo que cuando alguien piensa que tiene derecho sobre vos, que justificarse detrás de un «no hemos terminado porque yo no quiero», permitía la persecusión. Es decir, debía ejecutar planes cuidadosos de huída: quedarme en los baños durante largos minutos esperando a que se cansara de esperar, escapar antes de la terminación de las clases para poder librarme de la posiblidad de la presencia, asegurarme de evitar encuentros en lugares fuera de la universidad. Ser atrapada implicaba un enfrentamiento. Era también comprobar la satisfacción por demostrarme que no iba a ser tan fácil: «¿Adónde ibas? ¿Pensaste que podías irte sólo así?» Sí, de terror.

***

Cuando noté que era imposible salir de esto por mi cuenta, empecé a contarlo pero la gente parecía no escuchar. «¿Pero ya le dijiste que no?» «Creo que deberías alejarte de él» «¿Estás segura? Porque sos muy temperamental (?)». Seguramente era muy díficil de concebir que alguien con quien te relacionabas todos los días, podía ser un agresor. Si no era suficiente recibir clases juntos,  tomé decisiones equivocadas respecto a mis actividades académicas que coincidieron con las suyas. Me sentía impotente.

Los enfrentamientos siempre sucedían a una negativa,  a negarme a hablar sobre lo mismo, a tener que reforzar límites 78 veces más. A veces, se desarrollaban en público. Nunca te preparan para sentir tanta impotencia como cuando pides ayuda y nadie la da. Nadie se detenía, nadie decía alto, nadie hacia nada. En la calle, el bus, no importaba, las personas me invisibilizaban. Sentía rabia porque a él le permitían tanto poder mientras a mí me lo quitaban.

***

Finalmente, acudí a alguien con autoridad que ingenutamente le atribuí poder para deternerlo. Todo parecía ya una novela y no concebía más drama, pero lo obtuve. Si antes me sentía impotente, después fui imposibilitada. No podía hacer más, pero no podía hacer más porque mi apariencia, mi voz, mi manera de hablar lo permitían (?).

Lo horrible es que tal vez tenía razón. No de la manera planteada pero cada que me intimidaba, me paralizaba. No sabía responder. Me disociaba. No estaba ahí. Entendí que esperaba ser salvada. Y seguramente, sí, el apoyo era esencial, la ausencia de legitimidad podría haber cambiado todo, que tendría que haber bastado con los No. Me parecía injusto encontrar alternativas a confrontaciones que no quería estar obligada a tener. Pero también entendí que no estábamos viviendo, precisamente, una primavera feminista. Así que decidí cambiar.

***

Está claro que todo cambio es gradual. Cuando empecé con éste, estaba lo suficientemente aislada por varias razones. De repente habían surgido múltiples versiones de mí y entonces era yo celopata, agresiva, inestable emocional y cualquier otra cualificación necesaria que justificara la conclusión de una relación. También me convertí en una persona odiada, o ese era el mensaje que se encargaba él de transmitir. Todos parecían tener algo qué decir respecto a mí y era negativo. Gradualmente descubrí que yo también transmitía desprecio por los otros, casualmente por las mismas vías. Cualquier comentario sacado de contexto era esencial, toda pequeña tergiversación era necesaria. Estaba demasiado cansada para luchar contra una campaña de desprestigiacion, y lo estuve por completo cuando uno de mis amigos cercanos se distanció debido a esto, todo cuánto podía decir siguió siendo inútil.

Hacer amigos no era precisamente mi fuerte. Cuando intentaba entablar una relación con alguien, también debía esperar que él lo intentase. Desafortudamente, carisma o no, él tenía mayor suerte.

Pero el cuento no es tan malo. De todo esto, recuerdo a tres magníficas personas. Es díficil imaginar el alivio y por eso debemos volver al pantano cuando entrada la noche, en la penumbra y con el frío, aparece una persona con una linterna, alguien más con un abrigo, y otra con milanesas. Exacto. Fue necesario casi nada para contenerlo todo.

De cualquier manera, el cambio. Literatura sobre manipulación, sobre asertividad, sobre defensa personal, fue necesaria. Nuevas entonaciones con mi voz, nuevas formas de vestir. Entendí que no podía seguir luchando contra él, así que decidí utilizar las intancias que tenía a mi alcance para sobrellevar la situación. No era un plan jamesbond, pero la universidad estaba a punto de terminar y sólo debía resistir. Aprendí a lidiar con la manipulación, aprendí a ser asertiva, aprendí a enseñar mejores formas de comunicación, a lidiar con sentimientos intensos. Hice un equipo con el enemigo y recuperé mi poder.

Quisiera decir que todo resultó viento en popa, él cambió, y todos fuimos felices. Pero efectivamente, nunca funciona así. A veces estaba tan desgastada por sostener el performance, por tener que obligarme a interactuar con alguien a quien necesitaba a 534 kilómetros de distancia, que surgían enfrentamientos demasiado serios.  También tenía que lidiar con la culpa. Anteriormente, durante múltiples veces había cedido a la posiblidad de su cambio. Sucede a veces que no se quiere creer haber tomado tan malas decisiones. De la misma manera, me preguntaba si la manera en que manejaba el conflicto podía provocarlo, que tal vez sí era inestable emocionalmente, y trataba de compensar el error.

Cualquiera que hubiese llegado hasta aquí podría interpelar y decirme que el drama hubiese acabado si lo denunciaba. Pero aquí está mi culpa más bonita: temía arruinarle la vida (?).  Y no me había percatado de lo injusta, tontona, estúpida culpa hasta que tuve que acudir a la policía. Habían pasado casi tres años, las cosas se habían desbordado, el plan funcionó lo suficiente pero, al parecer, debíamos pasar un año más juntos debido a la especialización y, efectivamente, estaba harta porque las cosas no parecían haber mejorado. Frente a la policía tuve que explicar otro altercado más pero me quebré. Me quebré porque él estaba ahí, porque lo tergiversaba todo, porque se victimizaba, porque me culpabilizaba, pero sobre todo porque yo no podía hablar. Y no podía hablar porque lloraba.  Lloraba de cansancio. Lloraba por el absurdo. Lloraba de injusticia. Recuerdo los mensajes confusos e inútiles de la policía, los «sí, las mujeres son así, lo inventan todo», los «mejor es no hacerles caso», y mi favorito: «piénselo bien y asegurese que sea cierto o va arruinarle la vida». Y el insight. Cómo iba a arruinarle la vida a alguien que me la estaba arruinando a mí, cómo no darle el derecho de paso, cómo no reproducir esa concepción machista de la permisividad.

Al poco tiempo, interpuse medidas de seguridad. Y todo feliz. La historia es más complicada porque paralelamente se desarrollaban otros drams pero todos convengamos en dejarla justo aquí y que la moraleja podría ser: usen siempre medidas de seguridad. Que no debería ser moraleja en lo absoluto.

De cuando en cuando, recibo noticias de él. De gente que cree necesario mantenerme actualizada sobre referencias que tienen que ver conmigo. No había prestado importancia, hasta hace poco justamente porque ha iniciado un juego cruel con alguien más y que me sé muy bien. Según como me lo presentó, escoge a alguien de una relación anterior y la hace presente con la intención de compararla con la relación actual, de hacerla inalcanzable; de comprometer las características de su pareja haciéndolas insuficientes. Es un juego infantil. Y entiendo que ella no leerá esto, pero entiendo también que su red de apoyo es mucho más sólida de la que alguna vez la mía fue. En fin, este no es el punto marvel, es un punto para la posibilidad.

El punto marvel es que hace unos días publiqué un post que me pareció insulso y superficial, sin contexto. Partiendo del supuesto que cualquiera puede amar a cualquiera, parece nada. Pero no cualquiera tiene la oportunidad de sanar en otra relación, y por eso.

Puede consultarse un libro de historia medieval y verse armaduras, si se le añade múltiples armas al dibujo original, podría comprendérseme. Llevaba kilos de herramientas encima por lidiar con amenazas durante tanto tiempo, y fue necesario un momento con esa persona para comprender que eran innecesarias.

Y entiendo muchas implicaciones al respecto. Entiendo la no correspondencia del amor. Entiendo que haya cometido errores. Entiendo que los hayan cometido. Entiendo que el nivel de significancia de la relación no fuera equivalente, fundamentalmente, porque mi situación de vida lo permitía y lo requería. Fue una experiencia tan vital, no importa cómo se desarrollara, que necesitaré decir gracias toda una vida.

El punto es que tampoco puedo ser más cursi. Y que una lección sobre intimidad no puede haber durado tanto y ni siquiera la he terminado. Posiblemente la intimidad sólo es un cuento que nos contamos para sentirnos menos solos.

Quién sabe, yo por fin pude contar una historia.

 

Old World Blues.

 

«Ocasionalmente, tiro una taza para que se estrelle en el piso. A propósito. No me satisface cuando no vuelve a encajarse sola nuevamente. Algún día, quizá, una taza vuelva a armarse.»
-Hannibal’s speach.
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Las tazas contienen cosas.

Y ese sería un buen inicio si quisieramos abordar el tema de la taza en concreto y su evolución histórica a lo largo de la sociedad que ha consolidado la estructuración de la civilización como la conocemos, además de grandes vías transmercántiles que han revolucionado la macroeconomía mundial; pero en su lugar, discurriremos sobre la responsabilidad cósmica y las tazas.

Las tazas se rompen.

Cuando ves los pedazos esparcidos de una taza, existe un silencio que precede a la tragedia. Si la taza era tuya, obtienes una resignación de desconcierto. Sientes como internamente las piezas de eso que antes era la representación de un algo se integran en un rompecabezas confuso, tratando de seguir el ritmo de la realidad, no hay forma, no hay color, no hay motivo.

Al instante, obtienes la conveniente claridividencia de todo aquello que nunca ha vuelto a ser, de la inevitable flecha del tiempo, que esto que ocurre no puede no haber ocurrido. En concreto, obtienes el dolor de lo irreparable. Y como ocurre con todo aquello que cede a la masa, y en este caso a la masa de la impotencia, puedes percibir el peso de toda tu insignificancia, y eres tú y un agujero negro, un tipo de vacío que está lleno.

Las tazas pueden ser históricas.

A veces, cuando sabes que tus pensamientos se alimentarán del mismo material una y otra vez para darle sentido y explicación al acontecimiento, no necesitas obtener un quién, un qué, un cuándo, un por qué.

Sólo asistes al sentimiento fúnebre en el lugar común dónde socializan las decepciones, poniéndose al tanto de todo lo que fue, y de todo aquello que pudo haber sido. Regocijándose, un poco, al estar reunidas nuevamente junto con el pesimismo rigente. Aún así, pueden no comunicárselo a voces, pero por lo bajo todas saben que en un futuro el acto del suceso, ya no importará.

Sin embargo, aceptar es comprender el absurdo. Y, posiblemente, el intento de recomponer la taza trozo por trozo, aún, nos parezca una intención torpe e inútil.

Las tazas son intransferibles.

Un testigo presencial del suceso pudo observar como la taza caía derramando todo el contenido (porque generalmente las tazas caen con el uso, cuando contienen cosas).

Pudo no haber sido un testigo, sino el precursor del suceso. Es posible que no haya entendido muy bien la forma en que las tazas se toman; posiblemente pensarás que en su niñez la forma en que necesitaban que tomara las tazas, era difetente; posiblemente sólo eres un freudiano sin saberlo. Posiblemente, tampoco le dijeras cómo necesitabas que la taza se sostuviera. Posiblemente, fue negligencia. Dejar una taza al borde de la mesa suele ser común, alguien en un acto involuntario puede dejarla caer.

Pudieron haberte compadecido, pudieron no haberlo hecho. Pudieron haber empatizado con los sentimientos aparecidos después de la tragedia porque, de forma innegable, todos tenemos una taza rota. Pudieron no haberlo hecho. De cualquier manera, el dolor de lo roto, es tuyo.

Pudiste no mostrar enojo, no gritar, no decir cuánto dolía («es una taza» dirás, levantarás tus hombros y pondrás las manos en tu estómago como queriendo agachar la cabeza y esconderla entre las costillas, ahí con la sensación de protección anormalmente anatómica) porque de alguna manera la conciencia de la responsabilidad sobre los sentimientos de desilusión, tal vez y sólo tal vez, te corresponden únicamente a ti.

Y es así como las tazas abren múltiples vórtices dimensionales. Entre el pasado y el futuro, entre el aquí y el ahora, entre el contenido, entre tus estructuras yoicas. Por eso las tazas siempre contienen drama. Y un drama que se evapora con el tiempo, pero en tanto y en el sitio del desastre, te hace lidiar con la entropía.

Sin embargo, parte de mí necesita quemarlo todo, incendiarlo, hacerlo trozos, cimentar sobre el desastre la negativa del acontecimiento de algo. «Aquí no ha pasado nada», murmurar a cualquiera que se acerque. Conservar la dignidad que el orgullo necesita y colocarla como esparadrapo. Y aún así, otra parte, prefiere que no porque posiblemente por primera vez haya amado a alguien (no con los debidos requerimientos y protocolos que el amor diseñado necesita) pero también por primera vez me perdonaré el haberlo hecho.

Qué suerte.

νόστος: volver al inicio del mal.

Existe una sensación básica: entrar a una trastienda  y justo en el instante en el que abres la puerta, una campanilla hace un sonido estridente; en ese momento, estarás seguro que tendrás ojos puestos en la inusitación que ha provocado tu presencia, que posiblemente alguien con solicitud apremiante, antes que logres dar tres pasos de más, te interpele acerca de las necesidades que te orillaron a aproximarte a ese lugar en específico, durante ese lapso en especial. Pero tal vez, la realidad de la necesidad revele algo diferente, seguramente, minutos antes de aproximarte a la puerta y provocar un sonido estremecedor en el interior de una apacible tienda, el aparador te mostraba un objeto profusamente interesante y haría que los músculos de tu voluntariosa curiosidad se detuvieran en el letrero «empuje» de la puerta principal y procedieras a realizar determinada acción para introducirte en el lugar que contenía el foco de tu interés. Entonces, en el interior, bajo la sombra del duditativo procedimiento protocolario social de transacciones comerciales y ante la pregunta del dependiente afanado por conocer tus requerimientos inmediatos, respondes con un tono mustío y esquivo «sólo estoy viendo».

El sentimiento de inadecuación incrementa, cuando la figura, que en este caso representa al pardigma del servilismo clientelar, te sigue desde una distancia prudencial como tratando de traspasar esa barrera tan complicada de la intepretación del marco referencial del otro para lograr acceder a los verdaderos y más profundos deseos de una alteridad que se muestra bajo los mismos términos subjetivos compartidos y que juntos parecen crear una realidad objetivable. Empiezas a sentirte incómodo con la sensación de estar siendo escrudiñado, por considerar la posiblidad abierta que una mirada podría reflejar todos tus más absurdos secretos a través de una apariencia externa inhabilitada para transmitir más de lo que estás dispuesto a comunicar, pero aún así recurres a la paranoia social con la intención de atenuar la sensación de olvido y soledad que provoca una sociedad dada al anonimato. Recorres el lugar con una parsimoniosa actuación de desinteresado interés, curvando levemente la boca para denostar un entusiasmo contenido por la oportunidad de aproximarte a  cosas que no piensas obtener, mientras todo te figura absurdo porque te permites perfilar una farsa que al cabo estás obligado a llevar.

Algo parecido pasaba cuando tenía ocho años. Ocho años y conocía a Snicket.

Antes de seguir: es posible que esto se convierta en una nota rosa de innumerables tintes nostálgicos que pondrán en entredicho una estabilidad mental envidiable. Es posible también que sólo quiera darle de lata.

Cuando eres una cría y no tienes a tu alcance los medios de producción necesarios para sobresalir exitosamente en una sociedad ruín y competitiva, a veces, lees. También juegas pero sobre todo lees. Comienzas encontrándote con gente seria y sombría que colocan una pauta muy específica sobre la realidad, Poe a los ocho, Dostoyevski a los 10, Sade a los 12. Pero también tienes las oportunidad de concederte un desarrollo psiquíco a partir de la elección de un cuento preferido. Y eres tú o los Grimm, o Perrault o los libritos básicos de alfaragua infantil o el barco de vapor.

Los cuentos tienen la oportunidad de satisfacer necesidades inconscientes. Históricamente, los cuentos fueron pensados para los adultos, relatos bagres e insanos que alimentaba el apremio más abyecto del ego. El contenido de un cuento era la peor versión de un guión para una película de von Trier. Animalidades en escena, sadismo y desventura hasta que llegaron los chapmen con sus chapbook, quienes consideraron que una versión más recatada, menos culta, con menor contenido era una magnífica obtención para los pueblerinos. Terminaron siendo para niños. En La bruja debe morir, Cashdan (2000) previene que las sensaciones espeluznantes proporcionadas en un cuento de hadas reflejan los dramas del mundo interior de un niño. Leer un cuento es hacer frente a un conflicto interno. Estar a merced de la desventura -magnificando la fantasía del abandono- permite desarrollar una lucha de partes psiquícas representadas entre los personajes, el eterno equilibrio entre el bien y el mal, la sinuosa carrera por la integración del objeto kleiniano.

Existirán en este mundo algunos críticos sobre cuentos de hadas que hablarán sobre la saga de Snicket y apuntarán que no es ningún cuento de hadas por la ausencia de elementos mágicos. Rowling y sus libros podrán serlo, señorita, pero ¿Snicket?, nt nt nt. Moverán la cabeza con signo de desaprobación, ajustarán su monóculo, y sacarán un gran y polvoriento libro de un anaquel cercano para enseñar las reglas básicas de un cuento, pero aún así.

Aún así, tesis doctorales tratarán sobre la saga de los niños baudelaire señalándola como un recurso realista que considera que el ingenio puede con el infortunio, pero no lo aplaca porque de forma simple y básica en la vida nunca existirán los finales felices.

De cualquier manera, el infortunio tiene una cara doble. El concepto de mala suerte – posiblemente, un complot de marketing de los años veinte para elevar la compra de escaleras portátiles, espejos resistentes y descender la polución de gatos negros callejeros- es ambiguo, no puede conjeturarse que un acto de mala suerte para alguien lo sea para alguien más. Los ejemplos básicos que le atañen no pueden buscarse fácilmente en un diccionario. Mala suerte, dícese de algo adverso, por ejemplo: «Tengo tan mala suerte, Charlie, me ha caído un perno de hierro en la cabeza.», sin embrago en este caso, creo que todos estaríamos de acuerdo en considerar que un perno en la cabeza es un tremendo acto de pelotudez del destino. Esto o lo otro, los ambages que permean los límites subjetivos del concepto «infortunio» dependerán de lo que se considere «malo». Y aunque queramos vivir en una correspondiente negación absolutista, algunos tenemos un marco de conceptualización bastante amplio para aquello que puede parecernos adverso, o es que de verdad tenemos una suerte del demonio. En cualquier caso,  un beso a Snicket.

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Chasdan, S. (2000). La bruja debe morir. Madrid: Editorial Debate, S.A.*

*Efectivamente, sólo quiero darla de lata.

Hace tiempo de lechuzas

El silencio es otra suerte de comunión.

El susurro es la extensión de un grito ahogado.

La palabra es el agente de lo no dicho.

¿?

Existe una ley que forma parte de la teoría de la información, ella específica que la aparición de una letra «a» – por ejemplo- no implicaría que su significado sea»a», por cierto, sino «no b a z». La premisa es una simplificación básica que denota que el significado de las cosas se comunica por aquello que no es comunicado. Por deducción natural, indicaría que ante el silencio no estamos no comunicando algo sino comunicándolo todo.

Y por eso, precisamente: silencio.

El peso de las cosas y su significado no podrían denotar lo mismo si se pronuncian, serían algo -seguramente- pero no aquello que por extensión significaría para el otro como para mí misma. Para solventar la paradoja que cuando decimos no decimos más que aquello que no estamos diciendo, prefiero callar.

Callar, no como la ausencia de asertividad  que impide expresarse sino por la consideración e importancia que se le da al vacío como oportunidad de uso. El valor del espacio vacío lo explica Lao Tse, diciendo: «Treinta radios se encuentran en el cubo de rueda: en la nada que hay allí reside el que pueda utilizarse el carruaje. Se hace arcilla y con ella vasijas: en la nada que hay allí reside el que puedan utilizarse las vasijas. Se rasga una pared con puertas y ventas para hacer habitaciones: en la nada que hay allí reside el que la habitación pueda utilizarse. Por eso, el ser es de utilidad, pero el no ser hace posible su uso» (Tao Teh Ching, Cap. 11).

¿Y para qué el silencio? ¿Para qué se necesita no decir lo no dicho a través de decir cosas?

Porque, precisamente, hablar, duele.

Pero, más específicamente, duele nombrar. No se trata de decir  sino de nombrar y delimitar un algo. Hacerlo real mediante la palabra, darle sentido y significado llenando espacios vacíos que pueden utilizarse para llenarse con sentidos y significados ambiguos provenientes del silencio.

El silencio y su capacidad cuántica de significar y no, puede proveernos de un salvavidas de explicaciones. La teoría especializado en tratados de psicología diría lo contrario, sobrepasar un evento emocionalmente perturbador se consigue hablando, el principio catártico de la histeria de Freud. La teoría complementaria explica que es necesario hablar, decir y nombrar hasta que hablar y decir y nombrar deje de doler.  Isak Dinesen, una relatora danesa de cuentos -y  citada impunemente en Hannibal-, nos dice que para soportarse, todas las penas deben ponerse en una historia, contar sobre ellas.

¿Qué digo yo?, callemos.

Posiblemente sea el consejo más contraproducente en un post de cosas. Porque callar ahoga, pero nombrar no salva.

Y nombrar no salva porque partir de la premisa del dolor para detallar sólo condiciona a enviar mensajes desestructurados de los hechos, a hilvanar historias mentales de la mejor versión que no dirá lo que queremos que diga si no todo aquello que ocultamos con lo dicho. Nombrar sólo ayuda a estructurar una mentira, a jugar con la fantasía y extender la realidad. Y claramente, me niego a negar diciendo.

Y no estoy diciendo nada porque este post es el más personal que he hecho al tratar de ocultar lo que necesito nombrar. No pudo decir que he pasado por la peores semana desde que existo pero tampoco puedo asegurar que por un lapso de existencia puedan haber peores. El fracaso, la enfermedad de alguien y el existencialismo puro se han encargado de triturar lo que la vida se empeña en comunicarnos: la aceptación. Pero para aceptar una cosa hay que hablarla, nombrarla, decirla, utilizar ese vacío de uso del que habla Lao Tse y hacerlo espacio de algo que se ha hablado,  nombrado, dicho. La negación a hablar proviene de que no puedo aceptar las cosas como me son dadas -sin citar a Cortázar- para hacer de ellas versiones virtualmente mejoradas o escindidas de lo que ocurre.

Callar es evitar reproducir «eso» en una cadena de significantes. Callar es evitar abrir vórtices dimensionales donde las cosas ocurren bajo la perspectiva de distintos detalles y elaboraciones. Callar es mantener una versión rígida de la realidad.

Callar no es negar es, finalmente, aceptar.

Como última instancia, que nunca nos falte el drama.

Yes, please no.

Asegúrese de estar en una posición cómoda. La teoría especializada establece que, para una ejecución óptima, es necesario mantener la espalda erguida mientras se encuentra ubicado en su banco para estar; también, colocar los pies sobre el suelo de manera que exista una separación de 40 centímetros o más entre uno y otro -entre las tersas extremidades inferiores, dicen-; además, se hace necesario ser un alfarero de la mímica: Practique ante el espejo los gestos faciales que ayudarán a  los demás a compenetrarse con sus emociones, realice esto con los ojos y haga así con la boca -siempre resulta, manifiestan-.

Tampoco olvide monitorear su respiración. Los suspiros que se realicen junto con la composición pueden ayudar a prestarle realismo a la situación. Realice cuantos suspiros sean necesarios para que la gente encuentre elocuente su interpretación -sea uno con la exhalación universal de la melancolía, recomiendan-.

Preste especial atención al asunto de las manos: unas manos delicadas, tersas con movimientos suaves y precisos ayudarán a mantener la ejecución por el tiempo que deba prolongarse. Las manos comunican tanto más que la voz y la cara, las manos traspasan -utilice sus manos como quien se aferra a un risco, con esa sutil solicitud de apremio de los dedos y la excesiva angustia que los crispa, reafirman-.

Cuanto más sea consciente de su ser en el mundo tanto más estará habilitado para manipular cada aspecto. Cuando crea haber completado cada requerimiento, recueste su cuello sobre ella. Esto brinda una imagen de serenidad y confianza, atraerá a la gente a su composición y podrán adoptarla.

Finalmente, toque. Toque con esos maniatados y desesperados dedos los hilillos que componen su realidad para crearla, para modificarla, para apropiársela. Considere aquellos hilillos que más vengan a su conveniencia, fuercelos a que sean maleables a su interpretación y omita aquellos que traten de desestabilizarla. Es más, afloje las cuerdas que componen a su realidad y cuyas notas le son desagradables de oír, deshechelas. Cree constantemente la convicción de que su realidad es genuina a través de un bello arpegio. Niéguese a alterar su realidad cuando alguien le advierta de un error en su interpretación. Recuerde: usted es un interprete incomprendido de su situación.Y sobre todo, si en algún momento, en alguna situación, por algún artilugio de la percepción, usted es consciente de todos y cada uno de los hilillos que componen su realidad como unidad total, y puede apreciar los matices de cada sonido: proceda a levantarse, lave su alfareara cara de gestos y sumerja sus delicadas y tersas manos de suicida en una tazón con agua y hielo mientras presencia el dehielamiento como quien ve televisión o navega en la Internet. Y entonces, sólo entonces, ejecute sus verdades.

-Aconsejan-

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